¿Dónde estaba Scotland Yard?

¿Dónde estaba Scotland Yard?

PEDRO GIL ITURBIDES
Ya constituye un apotegma el dicho criollo de que a cualquiera lo agarran asando batatas. Porque podíamos pensarlo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos de Norteamérica, pero nunca de Scotland Yard. Y es todavía más grave por el hecho de que Gran Bretaña debía dormir con un ojo abierto y otro cerrado, tras lo de Irak. El primer ministro inglés, Tony Blair, se sumó sin dobleces a la aventura de derrocar a Saddam Hussein en Irak. Muchas voces advirtieron que otros eran los caminos para enfrentar el terrorismo islámico. No pocos pregonaron que Hussein, aislado desde 1991, hostigado desde dentro y desde fuera, intentaba subsistir sin tropiezos.

Ningún pronunciamiento fue tan convincente como para lograr que el Presidente de Estados Unidos de Norteamérica y el premier británico se retrajeran. Ni siquiera que se detuvieran a considerar cuanto se planteaba.

Ambos a dos se lanzaron sobre unas fuerzas que mucha gente dijo les resistiría, como mucho, una semana. Y duraron un poquito más para que el orgullo no se quebrara como lanzas de palo ante la tecnología guerrerista anglo-estadounidense. Al final, hasta el grandilocuente Hussein mostró no ser más que una gallina con moquillo. Pero esas acciones, como se predijo, estaban despertando un león dormido. Y artero. Sobre todo, lo último.

Y este león es el que está dando zarpazos. En una guerra encubierta aunque declarada, los fanáticos musulmanes acechan para dar golpes como éste de Londres. A ninguno de los integrantes de Al-Qaeda lo veremos con bombín militar, fusil de guerra y guerrera terciada. En cambio, podemos sospecharlo en las sombras de la noche, indagando costumbres de sus adversarios y debilidades de sus enemigos. Y en las fisuras que sobre los procedimientos de resguardo abren el descuido y la distracción, se cuelan estos extremistas.

Es preocupante. Europa aún más que Estados Unidos de Norteamérica, hospeda una gran población musulmana. La mayor parte de los mismos son gente buena, que en su fuero interno reprochan las prácticas criminales de sus correligionarios. Pero son incapaces de expresar este sentimiento, pues en el islam mantienen prácticas de coerción que la humanidad desechó hace siglos. Para ellos esas prácticas son meros instrumentos de sus creencias y por su aprovechamiento se alcanza el cielo.

Pero, ¿cómo distinguir este musulmán pacífico que no pacifista debido a sus temores, de aquél que embozado se muestra igualmente tranquilo en tanto espera la ocasión de poner una bomba en un tren de Madrid o Londres? No hay mecanismo humano capaz de establecer esa distinción, sin que se mantenga una vigilancia sigilosa, constante, decidida a obtener informaciones y, por tanto, paranoica.

Y en esto fallaron los diversos grupos de la inteligencia británica, lo cual incluye, por supuesto, a su policía contra los hechos criminales, la famosa organización Scotland Yard. Lo más inquietante es saber si esa inteligencia política mantiene flancos igualmente vulnerables en otros de los grandes países a los que puede dirigirse el terrorismo musulmán. Y por eso este escrito.

Por supuesto, queremos expresar nuestra solidaridad con el pueblo y el gobierno ingleses. Más importante que ello, sin embargo, es inquietar desde este escrito a los que manejan esos cuerpos de seguridad. Porque a raíz de los sucesos de septiembre del 2001, Osama Bin Laden proclamó que su obra se dirigía a conseguir que los estadounidenses no volvieran a vivir tranquilos. Y no caben dudas de que está logrando su objetivo.

¿Dónde, pues, estaba Scotland Yard, satisfecha y pagada de sí misma, que no pudo advertir que este implacable enemigo acechaba para dar el zarpazo?

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