¡Donde quiera hay haitianos!

¡Donde quiera hay haitianos!

FRANCISCO ALVAREZ CASTELLANOS
No soy xenófobo. Tengo grandes amigos y hasta compadres de color negro. Pero tengo un enorme temor de que la patria de Duarte se vea algún día avasallada por el país vecino (no nación, simplemente país, territorio). Y esto lo acabo de comprobar después de un mes justo de investigaciones.

Lo del «Pequeño Haití», del Mercado Modelo, es solo un minúsculo modelo de lo que mañana podría ser el Grande Haití.

Invertí muchas horas de mi tiempo libre entrevistando a los vendedores de frutas y de jugos de naranja (hechos estos con las mínimas condiciones de higiene), y el 98 por ciento era haitiano.

Visité 36 edificios en construcción y el porcentaje de obreros haitianos era similar y muchos de ellos vivían en el mismo edificio que construían, en el que cocinaban sus comidas (con leña o carbón).

Pregunté justamente a cien (100) haitianos por sus documentos legales, y apenas un cuatro por ciento, los tenía. El resto era ilegal.

Un sábado bien temprano tomé la carretera que lleva desde Blanco Arriba (cerca de Piedra Blanca, autopista Duarte), hasta San José de Ocoa y no me asombré, ¡me alarmé!, pues por donde quiera me salían haitianos.

Y váyase a los «resorts» turísticos el Este del país y verá la cantidad de haitianos que trabajan como conserjes, cuidadores de caballos, etc. Y en Juan Dolio, a pocos minutos de esta capital, los haitianos prácticamente copan la mayoría de los negocios, desde un ventorrillo hasta una «casa de citas».

Las calles de esta capital «hierven» de haitianos y en la provincia de La Vega hay cientos de ellos buscando la forma de subsistir. Y la encuentran. ¿Dónde? En los campos agrícolas, en las industrias agropecuarias, porque los hacendados e industriales (incluyendo en gran manera a los de la construcción), prefieren la mano de obra haitiana, y no por que sea mejor que la dominicana, sino porque le pagan la mitad del salario que según la ley les corresponde. Y de ahí que haya tanta mano de obra ociosa. Y, que conste, hay (o había), una ley que penaba la vagancia. Además, campesinos dominicanos

dueños de un pedazo de tierra y de un bohío habitable, prefieren abandonar sus pertenencias con el fin de venir a esta capital a «buscársela». Pero como no saben hacer prácticamente nada, tienen que construir increíbles bohíos al lado de cañadas contaminadas y enviar a sus hijos pequeños a pedir limosna, limpiar vidrios de carros, etc.

Entonces, yo me pregunto, ¿fue acaso Trujillo el único gobernante que puso freno a las «invasiones pacíficas» de haitianos a nuestras tierras? Trujillo cometió el genocidio del 1937 y detuvo sangrientamente esas «invasiones», llegando luego a un acuerdo con el gobierno haitiano para que anualmente enviara cierta cantidad de obreros a trabajar durante cuatro meses en el corte de la caña, pero al final de esos cuatro meses eran devueltos a su país.

Este gobierno se está descuidando y olvidando las palabras históricas de Duarte: «Este país será libre o se hunde la isla».

El ultrafamoso metro de Diandino Peña tiene trabajando una cantidad de haitianos impredecible. Yo les pregunté a varios si tenían permisos de residencia o contratos de trabajo. ¡Ninguno sabía español o, al menos, dieron a entender que no lo sabían o simplemente se negaron a responder!.

El haitiano es un ser humano como nosotros, ni más ni menos, aunque con cultura, religión, costumbres muy diferentes a la nuestra. Pero son seres humanos, viviendo en un país que no puede sostenerlos.

Pero hay grandes potencias que entienden que la única ruta de escape de los haitianos es la República Dominicana. O sea, pretenden que los haitianos hagan en la República Dominicana un país sin bosques, sin apenas tierras labrantías, casi sin ríos, sin hospitales, sin comida, un país desértico.

Es bueno que se sepa que somos la única isla en todo el mundo compartida por dos países: República Dominicana y Haití. Si no me equivoco, creo que en total debemos tener unos 60 u setenta mil kilómetros cuadrados de área total, en los que viven cerca de 16 millones de habitantes.

Sin embargo, cuatro grandes potencias insisten en fusionar ambos países, a pesar de que no hay ninguna especie de «sintonía» entre ambos.

Y lo peor es que aquí, en nuestra propia nación, hay dominicanos haitianófilos que defienden sutilmente la causa de la fusión. Se dice que hasta en la Cancillería dominicana hay de esas personas.

Pero algo hay que hacer por Haití. Este es un país totalmente inviable, como afirmara yo en un artículo escrito hace unos dos años, después de haber visto desde el aire que allí no hay tierras propias para la labranza, ni bosques, apenas algunos pequeños ríos, o sea, lo más parecido a un desierto que he visto en mi vida. Y conozco algunos, por cierto. Y otro enorme problema que está perjudicando enormemente nuestra nación. Los haitianos consumen buena parte del Presupuesto Nacional en los hospitales dominicanos, donde miles de mujeres del vecino país son traídas a dar a luz a hospitales nacionales. ¿Sabían ustedes que Haití tiene el más alto porcentaje de enfermos de SIDA de toda América Latina, y que esos infelices están pasando por millares a la República Dominicana, esparciendo sin querer la letal enfermedad?

Y no solamente con el SIDA. Aquí se habían practicado erradicado diversas enfermedades, como la tuberculosis, la malaria, entre otras, que pasaron a ser tratadas ambulatoriamente. Hoy ambas han vuelto con fuerza, perdón, traídas por infelices vecinos que no tienen quien los atienda.

Entonces, ¿por qué Estados Unidos, Francia, Canadá, Venezuela, no hacen lo posible por ayudar a Haití sin desayudarnos a nosotros? ¿O es que buscan la desaparición de dos países, convirtiendo la Hispaniola en una isla desierta, en un inmenso cementerio?

Algo hay que hacer, pero no nosotros. Nosotros necesitamos ayuda, urgente ayuda, por eso no podemos darla.

Haití se cierne sobre nosotros como una moderna espada de Damocles.

¿O es que necesitamos un nuevo Trujillo, más moderno y menos sanguinario, que haga cumplir la ley por la buena, o a garrotazo limpio? Porque tal parece que nuestro pueblo solo entiende un «idioma», viendo la forma en como se incumplen nuestras leyes primordiales.

De todos modos, estamos ante una disyuntiva dolorosa, pero necesaria: o sacamos a todo extranjero ilegal y además enfermo, o dentro de 20 años no seremos nada ni nadie.

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