Dónde se apagó el canto de Toñito Suazo

Dónde se apagó el canto de Toñito Suazo

PASTOR VÁSQUEZ
Desde niño había visto esta cruz solitaria a orillas del camino real, debajo de un flamboyán, en estos campos solitarios. Muchas veces las flores rojas del flamboyán cubrían el entorno de la cruz. En la cruz había una leyenda: E.P.D. el canto de Toñito Suazo, 2…1971. La fecha siempre estuvo borrosa. Hace años que Toñito Suazo tocaba su guitarra de loma en loma, de batey en batey, de campo en campo y una vez hasta lo llevaron al pueblo y le pusieron unos zapatos de charol, que le provocaron llagas y tres días de calentura.

Cantaba Toñito Suazo con su voz de ruiseñor y todo el mundo lo aplaudía de Sierra Prieta hasta San Juan de Buena Vista. Después se fue y la gente escuchaba ese canto melodioso en las noches de luna clara.

Los viejos contaban que su sombra pasaba a media noche por el camino real, acompañada de la figura de una guitarra peregrina y entonces quienes lo amaron lloraban de nostalgia. Ya sólo Toñito Suazo cantaba en los recuerdos y en los misterios de las supersticiones campesinas.

”Una noche, se sentó a mi mesa, y entre copas le di todo mi amor/ transcurrieron sólo dos semanas tras las cuales mi vida se llevó/ desde entonces los hilos de mi llanto entretejen la cruz de mi dolor/ nadie sabe si mis penas son tan grandes que me doblan el corazón/… mas, no importa, yo sé que está en mis manos el aliviar mis desventajas, si un amor nació de una cerveza, otra cerveza beberé para olvidar/ un amor que surge en una mesa, entre espumas se debe olvidar.

La guitarra de Toñito Suazo casi hablaba en sus manos divinas durante esas noches remotas de parrandas.

“Vengo a decirle adiós a los muchachos, porque me voy para la guerra, y aunque me vaya a pelear a otra tierra voy a defender mi patria, mis derechos y mi fe…”

Y un general de brigada, que anduvo por aquí en los días de la revolución, le regaló esa guitarra a Toñito Suazo. La gente decía que la guitarra estaba santiguada y que por eso Toñito Suazo cantaba con esa maestría. A nadie nunca se le ocurrió tocar la guitarra de Toñito Suazo.

Hombre alto, de rostro regio, piel acanelada, mirada triste, Toñito Suazo era un campesino disciplinado, que trabajaba sus tierras en el día y en la noche ensayaba con su guitarra debajo de un algarrobo.

Usaba un afro y unas zapatillas de goma que lo hacían ver como el Jesucristo de esta era jorobada. Tenía un hijo, que lo había criado su madre, pero la gente contaba de unos amoríos clandestinos que dejaron huellas y que con el tiempo provocarían la tragedia que apagó el canto de Toñito Suazo.

Desde un tétrico hospital, donde se hallaba internado, casi agénico y rodeado de un silencio sepulcral/ con su ternura habitual, la que siempre demostró… un pobre amigo mío esta carta me escribió…

“Agarre bien esas maracas, hijo mío, hágase un artista, que el arte hay que vivirlo, carajo”, había dicho Toñito Suazo aquella noche de la tragedia cuando venían cantando, Toñito con su guitarra española, y Ricardito con sus maracas de higuero…

La carta es para decirte que si puedes algún día venir a hacerme compañía, tú que tanto me quisiste /yo aquí, tan sólo y tan triste que lloro sin contenerme/ de tantos amigos míos, ninguno ha venido a verme…

De repente el canto se interrumpió cuando se escucharon unos pasos detrás de los matorrales. El niño contó después que Toñito Suazo no tuvo tiempo para halar su puñal.

“Yo pensé que el mundo se estaba acabando, busqué una piedra, tire las maracas, pero me dio mucho miedo…”, dijo a los investigadores.

“¡Ay Ricardito, me han atravesado el corazón” y la guitarra cayó en una raíz de flamboyán y se rajó en dos pedazos.

El asesino huyó, amparado en la sombra de esa noche fatal, y en la soledad quedó Ricardito llorando la muerte de su padre, un canto quedó, un vacío por los días de los días. No sé porque en días pasados sentí nostalgia cuando pasé frente a la cruz de Toñito Suazo.

Isla Margarita, Venezuela, noviembre de 2003.

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