¿Dónde vivimos?

¿Dónde vivimos?

COSETTE ALVAREZ
Es hora de que hagamos un alto para definir nuestra vida, el lugar donde vivimos, sus circunstancias. No tenemos capacidad para procesar tantos hechos preocupantes. Una cadena de crímenes a la que se suma la joven que apareció picoteada en los alrededores de la antigua fábrica de cemento, parida a los diecisiete años y de ñapa su bebé desapareció; sobre la cárcel de Higüey no hay argumento que valga, aun dejando de lado toda suspicacia.

Acerca del caso de los jóvenes de la discoteca llamó mucho mi atención una doliente entrevistada durante el entierro, en el sentido de que se debería pedir cuentas a la gerencia del centro de diversión por el concurso de beber tequila. Más todavía me sorprendió que la administración dizque mostrara un documento supuestamente firmado por las víctimas antes de empezar a concursar (iba a decir suicidarse), liberando al establecimiento de toda responsabilidad, como se estila, por cierto, en clínicas y hospitales, antes de determinados tratamientos, mayormente quirúrgicos.

Es bien cierto que no podemos mantener a nuestros jóvenes encerrados y que la vida fuera de casa presenta ofertas muy preocupantes, nada enriquecedoras. No contamos con nada que ayude a crecer, a madurar a nuestra infancia y juventud, y eso es un asunto del Estado. Sin embargo, éste y muchos otros casos nos muestran que dentro de la casa tampoco los estamos enseñando a decir no. Evidentemente, no les estamos inculcando valores positivos a nuestros hijos e hijas, ni mostrando autoridad, ni dando ejemplo. Terminamos con las manos en la cabeza cuando ya es demasiado tarde. 

Estoy llegando de la calle. Hora pico, un solo tapón en la capital. Pues les cuento que en una esquina muy concurrida, detrás de mí venía un taxi conducido por un joven con una pasajera que parecía muy joven también. Pasaban los minutos y no se movía un solo carro, mientras ellos no encontraban nada mejor que hacer que tocar bocina incesantemente. Cuando les lució pertinente, empezaron a chocar reiteradamente mi carrito con la intención de obligarme a avanzar, pero en realidad me estaban obligando a chocar con el que estaba delante de mí.

Felizmente, cuando ellos nacieron, ya yo manejaba, porque de lo contrario a estas horas mi carro y un tostón serían la misma cosa. Lo que me puso a temblar fue el ataque de risa que llevaban los dos, chofer y pasajera, cuando logré cambiar de carril y ellos lograron colocarse a mi lado. Ni un solo agente de AMET en los alrededores. Ni un solo policía. Claro, no había riesgo de que pasara “la persona”, porque estaba de viaje. 

Algo parecido le hicieron a mi hija en nuestro único ca(cha)rro: un tipo, maniobrando hacia atrás, la chocó varias veces. Cuando ella quiso abrir la boca para que él tuviera más cuidado, el tipo se le adelantó lanzando improperios de forma sumamente agresiva. Y ahora me entero de que el hijo de una amiga fue a sacar su licencia de conducir y ¡oh, sorpresa!

Le dijeron que no, que ya él tenía una, y le mostraron una pantalla con una licencia que contenía todos sus datos, con la foto de otra persona. No quieran saber los viajes que tuvo que dar el muchacho hasta lograr que en la Junta Central Electoral le hicieran una carta para aclarar la situación, supongo que una confirmación de su identidad, pero no sé si será suficiente, porque no parece haber un mecanismo para dar con el usufructuario de la identidad del joven y quitarle esa licencia falsa. ¿Se dan cuenta del riesgo en el que nos encontramos? ¿Se dan cuenta de que las instituciones gubernamentales están invadidas por redes de delincuencia?  Ya sé que no es nuevo, ni es privativo de este gobierno, pero ¿cuándo vamos a empezar a fumigar la peste?

Es que, mis queridos lectores, la actitud de las personas hacia sus semejantes está dejando mucho que desear en nuestra sociedad. Para dar otra idea del lugar que ocupan el respeto y la autoridad en este país, déjenme contarles que en estos días decidí comprar un terrenito en uno de los cementerios de la capital. Voy a obviar la “conveniencia” de regalar algo al encargado de mostrar los terrenos, para resaltar lo que realmente me impresionó: un memo firmado por el administrador, pegado en la pared a la vista del público, “exhortando” al personal a presentarse a trabajar, que había muchas ausencias.

Podríamos reirnos de la ingenuidad del administrador, que supone que los ausentes llegarán un día a leer el memo. Más pronto lo leen los muertos allí enterrados. Pero lo que me sacudió fue leer el miedo del administrador de molestar al personal bajo su mando, su temor de estar haciendo una exigencia fuera de lugar: ¡que, por favor, se presenten al lugar de trabajo a cumplir con las funciones por las cuales ustedes y yo les pagamos! ¿No hay sanciones? ¿No puede cancelarlos porque aportaron votos?

¿Les cuento otra? En más de una secretaría de Estado están pidiendo a los empleados que, de sus sueldos, compren el material gastable. Bueno, primero les recuerdan la suerte de no haber sido cancelados, les aseguran que por el momento no habrá más cancelaciones, les prometen nombrar a los que faltan, les dan una muela sobre el trabajo directo con los pobres, los verdaderos beneficiarios de la acción gubernamental y entonces les dicen, ¿qué hace que ustedes, de sus sueldos, compren (material gastable)?

Partiendo de ese criterio, los maestros tendrían que comprar su tiza y cualquier otra cosa que yo ignore; los médicos proporcionarían las jeringuillas, el algodón, el hilo, qué se yo; los oficinistas, su papel bond, los bolígrafos, la tinta para maquinillas e impresoras, y así por el estilo. Siento mucha pena por los que trabajan donde los materiales gastables se usan rápidamente.  Va a resultarles más barato aportar el tres o el cinco por ciento del sueldo para el partido.

Muchas gracias a quienes han expresado su preocupación por mis artículos más recientes. Tranquilos. Llegué a este mundo en las manos del doctor Guarionex López Rodríguez. Sigo en cosettealvarez@yahoo.com  para todos.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas