Hoy se cumplen dos años de la tragedia que aniquiló una buena parte de la ciudad de Puerto Príncipe, con una tremenda cuota de muertos y cientos de inmuebles destruidos, agravándose así la secular penuria de un pueblo postrado en su miseria y abandono.
Aquella vez, la reacción de los dominicanos de acudir en ayuda de sus vecinos, constituyó una manifestación de solidaridad inigualable. Durante meses, la presencia dominicana, junto a la cooperación internacional que llegaba desde otras naciones, paliaron en algo el gran desastre social y humano provocado por el terremoto.
Ante la magnitud de la tragedia, los corazones mundiales se ablandaron. Espontáneamente prometieron una masiva ayuda de miles de millones de dólares. Si para este aniversario se hubiese materializado habría una mejoría y un cambio de las condiciones de vida de los haitianos. Las promesas se diluyeron y la ayuda que llegaba se perdía en procesos burocráticos muy curiosos, en que los donantes y sus agencias eran los beneficiarios con un gran derroche para los burócratas y militares de la Minustah, que disfrutaban de fines de semana pagos en Dominicana.
Todavía quedan más de medio millón de refugiados en campamentos de frágiles carpas. Están ocasionando un proceso irreversible de destrucción del medio ambiente de la zona de Puerto Príncipe, mientras la burocracia haitiana se ve con las manos vacías por la desconfianza que generan a nivel internacional.
La inauguración en Cabo Haitiano del edificio para una universidad donada por el gobierno dominicano constituye una increíble y admirable muestra de cooperación y de amistad de un pueblo, que ya una vez fue vejado y humillado por las hordas de occidente que arrasaron con riquezas y costumbres hispánicas.
En la actualidad, amenazan de nuevo al oriente de la isla, con un éxodo masivo, agudizado en estos días con el regreso de quienes van a su tierra para las navidades, en su mayoría son ilegales, en apariencia se les dificulta su reingreso, hasta establecen cuotas en un nuevo estilo, pero el flujo es indetenible y libre bajo una aceptación de sobornos por parte de las autoridades.
La construcción de la edificación para la universidad haitiana, con una inversión de 50 millones de dólares, pone muy en alto el concepto de responsabilidad y solidaridad de un pueblo hacia sus vecinos, si bien sufrimos el castigo y rigores de una migración, que lenta e inexorablemente, desplaza la mano de obra dominicana. Sin embargo, llena un vacío en sectores productivos muy importantes como son los de agricultura, el turismo y la construcción.
Pese a todos los recursos y esfuerzos que el país ha volcado hacia su vecino isleño, choca de frente con la campaña permanente de los países desarrollados y amigos de Haití, forzando una fusión, eliminando la frontera, dejándola desguarnecida para permitir el tránsito libre de personas que arrastran su miseria y enfermedades, rechazándolos en otros países vecinos y hasta los interceptan en alta mar, repatriándolos sin ningún miramiento o enterrándolos en fosas comunes envueltos en sacos, cuando se hunden las embarcaciones .
Los medios informativos de esos amigos tan peculiares de los haitianos, se mantienen presionando para que los dominicanos acepten a los haitianos como sus conciudadanos, legalizando a todos los que, nacidos en condiciones de ilegales e indocumentados por supuesto, y que se les reconozca como dominicanos.