Dos caras de Chicago

Dos caras de Chicago

Chicago es el templo egipcio de la civilización capitalista. En Chicago todo es excesivo, tremendo, desmesurado. Tal vez la presencia del gigantesco lago Michigan- un mar sin licencia de los cartógrafos- haya contagiado de colosalismo a esta ciudad apabullante. Algo de la fuerza de esa ventosa urbe industrial está repartido por todos los Estados Unidos. Pero tal vez el espíritu de empresa, la moral del trabajo, la obsesión por la construcción y el cambio, lo más auténticamente americano, esté allí concentrado. Mucho más concentrado quizás que en Nueva York.
Mientras más leo acerca de los Estados Unidos menos entiendo el funcionamiento de esa sociedad. Y no ayudan mucho ni Julián Marías con su “Análisis de los Estados Unidos”, ni Vance Packard con su “Artífices del derroche”, ni Galbraith con “La sociedad opulenta”. El viejo Tocqueville es el más agudo, pero no pudo ver nada de lo que hay ahora. No conoció los edificios con pinturas de Chagall y esculturas de Picasso, ni las aglomeraciones humanas de estos tiempos.
Desde la inmensa avenida Michigan puede verse la maraña de rieles por donde van y vienen los trenes de la Rail – Road Co. Los productos del comercio, de la industria, la agricultura, suben y bajan sin pausa de estos vagones interminables. Pero en esta misma avenida está el “Instituto de arte de Chicago”, donde no parecen ser la industria y el comercio los reyes de la creación. De vez en cuando un guía nos dice que tales o cuales cuadros fueron donados por un millonario industrial en el año tal, que estos cuadros cubistas o expresionistas estaban en la casa de un rico comerciante que los compró para deslumbrar a sus amigos; y el resultado fue una gran carcajada social que sacó los cuadros de la casa privada y los entregó al público.
Y el dinero vuelve entonces a surgir – como un siempretieso-, fuente sólida que hace posible este maravilloso museo. Mientras en las oficinas de los rascacielos todos persiguen monedas, hay muchos hombres en museos, en universidades en laboratorios, “perdiendo el tiempo”; pensando, inventando o resolviendo problemas que todavía no se han presentado. Pero que a juzgar por ciertos números de las estadísticas no tardarán en sacar la cabeza. (Disparatorio, 2002).

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