Dos diabólicos capitanes

Dos diabólicos capitanes

JOSÉ ANTONIO NÚÑEZ FERNÁNDEZ
Estos dos bárbaros y salvajes capitanes, bien hubieran podido figurar entre las mesnadas de Atila el rey de los hunos o entre las huestes del tártaro Tamerlán. Los dos infernales capitanes eran tocayos. Los dos tenían por nombre Charles: Charles Merckle y Charles Buckalew. Nuestras aguerridas comarcas orientales supieron de las atrocidades de Merckle, a quien los moradores de Pulgarín, La Candelaria, La Paja y Los Chicharrones, lo bautizaron como “El diablo”.

Cierta vez el gobernador militar Snowden opinó “jocosamente” que “ese capitán era de sangre alemana y que empleaba contra la población nativa del Este los bien conocidos métodos alemanes”. ¡Caramba! Mister Snowden pensó que míster Merckle era un capitán de la Infantería de Marina, a la que él mismo pertenecía con rango de mayor, perdón, de “coronel”, o de “almirante”.

Las barbaridades del diablo Merckle se hicieron tan escandalosas, que sus superiores inmediatos tuvieron que actuar contra él y el coronel Thorpe lo llamó a San Pedro de Macorís.

Pero el sadismo mayúsculo del bestial capitán era tal, que nuevamente logró salir al campo al frente de soldados y en Las Lajas en una plantación de cañas del licenciado Enrique Jimenes (padre del inmortal Enrique Jimenes Moya) se trepó a un aljibe y con una ametralladora barrió a unos campesinos que su morbosa mente veía como “gavilleros”, vale decir como patriotas.

No conforme con tan vandálica acción, procedió como buen pirómano que era a pegarle fuego a la vivienda de Eliseo Romero y asesinó dos campesinos más a orillas del arroyo nombrado Jaiba.

Frente a estos horripilantes hechos el licenciado Enrique Jimenes y el norteamericano míster Bushel, de manera patética se querellaron frente al coronel Thorpe. Entonces el jefe invasor se vio compelido a proceder de verdad. “El diablo” fue encarcelado y en la solitaria celda en que lo metieron le colocaron una pistola. Charles Merckle entendió el lenguaje macabro del mensaje y procedió a pegarse un tiro en la cabeza.

El otro impiadoso capitán de los invasores del 1916 tenía por nombre, ya lo dijimos con anterioridad, Charles Buckalew. Este actuó en las verdes campiñas cibaeñas. El fue el señalado como el verdugo que con machetes al rojo vivo le convirtió el pecho y la barriga en terribles costurones al infeliz joven campesino salcedense, de nombre Cayo Báez.

El capitán invasor Charles Buckalew, era un auténtico parto de los infiernos. El atroz capitán preguntaba las cosas que el torturado Cayo Báez no podía responder jamás, sencillamente porque no las sabía. Pues él ignoraba dónde se encontraba el “gavillero” Luquitas Camilo. Como tampoco sabía dónde se encontraban “las armas escondidas” del “gavillero” Luquitas Camilo.

El doctor Heriberto Pieter Bennet ejercía entonces la medicina en San Francisco de Macorís y una noche de manera viril se le apareció Virgilio Trujillo Molina, quien a la sazón era maestro de una escuela rural de Salcedo. Virgilio Trujillo llegó con Cayo Báez disfrazado de mujer. El doctor Pieter curó y retrató al masacrado joven campesino y esas fotografías le dijeron al mundo como procedían aquí los rubios invasores  del “Norte mirífico y fecundo”.

Esos métodos no eran inventados aquí, ya eran viejos. Esos métodos no han pasado de moda: fueron los empleados en Vietnam y son los mismos que se usan en Irak.

Muchas de las atrocidades de Charles Buckalew fueron puestas al desnudo por las valerosas denuncias-acusaciones que en 1920 hizo el renombrado jurista Pelegrín Castillo Agramonte. Entre las denuncias-acusaciones contra el feroz “tigre de Bengala”, Charles Buckalew, figuraron los asesinatos de cuatro campesinos ultimados a sangre fría, también las infamantes atrocidades perpetradas contra un campesino amarrado, al que con piedras “el tigre” les trituró los testículos. Y por igual el caso de otro campesino al que se le golpeó con garrotes en los testículos y se le quemaron los pies. Todo ésto, en presencia de sus hijas, quienes desnudas fueron sacadas de la humilde vivienda familiar para que presenciaran el neroniano espectáculo.

El licenciado Castillo Agramonte hizo comparecer por ante un tribunal al feroz tigre Buckalew, las pruebas eran contundentes y abrumadoras; pero la corte investigadora opinó que las pruebas aportadas no merecían créditos. En verdad, eran acusaciones muy serias, absolutamente veraces. Lamentablemente la corte absolvió al capitán Charles Buckalew. Lo hizo apoyándose en la base de tecnicismo “supra” legales.

Ahora en cualquier petrolera latitud “los invasores” imponen el terror; pero “los terroristas” son los invadidos. “¡Vae Victis!” ¡Hay de los vencidos!”.

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