El próximo domingo 6, una parte importante del electorado será actor principal de los escenarios pautados por el ordenamiento electoral, y que específicamente, entre otras opciones a puestos en el congreso y los municipios, tendremos los candidatos presidenciales de las dos principales fuerzas partidarias, el PLD y PRM.
Sin lugar a dudas, el Partido Revolucionario Moderno (PRM) constituye la opción opositora fundamental porque demostró representar el sector mayoritario dentro del PRD. Construido en medio de las dificultades provocadas por las maniobras del poder tendentes a dejar en manos “confiables” las siglas del partido blanco, Luis Abinader, Hipólito Mejía y la dirección de la organización están obligados a salir airosos de una competencia que su verdadero desafío está planteado alrededor de encabezar un amplio espectro de fuerzas políticas que articulen una propuesta transformadora de los niveles de insatisfacción ciudadana con el partido oficial.
Más allá de los resultados en su proceso interno, el PRM necesita la dosis de vincularse con los sectores populares que con tanto éxito e inteligencia condujo José Francisco Peña Gómez. Siento que, en coyunturas determinadas, la naturaleza conservadora de figuras esenciales de la organización pautan comportamientos distantes de la base social que deben conquistar. No aspiro a radicalismos ni comportamientos impropios de la política del siglo 21, sino un auténtico esfuerzo de asociarse con causas que no podrán ser defendidas desde la esfera oficial debido a que, la organización gobernante, hace años controla una franja del sector conservador del país y cuando aborda su relación con los sectores populares, lo ejerce desde una óptica clientelar.
En el terreno práctico, el PRM debe apostar al futuro y no al pasado. Y pienso que mi argumentación no puede reducirse a los rostros que compiten por la candidatura, sino a las modalidades electorales propias del siglo 21 en capacidad de conectar con los intereses ciudadanos y no hacer de los aspirantes y sus propuestas, prisioneros del aparato partidario. Lo que demanda la sociedad consiste en transitar nuevas modalidades de la acción política y cerrarle el paso a la marrullería propia de las tradicionales formas de la cultura organizacional.
Dentro de la competencia del PLD opera una lógica de sobrevivencia de dos liderazgos que evocan una de las tantas fatalidades de la tradición política: la incapacidad de cohabitación. Danilo Medina lanza al ruedo a Gonzalo Castillo como “reacción” al rechazo de su intención de reformar la Constitución, plenamente convencido de que el aparato del Estado puede conducir al triunfo a un “protegido” sin carisma, talento político y arraigo en sectores sociales. Lo trágico es que la competencia adiciona un componente pernicioso de la “nueva” y aberrante modalidad política que descansa el éxito en el dinero y no en el talento. Juan Bosch sufriría una derrota a su legado histórico en la medida que la candidatura presidencial del PLD no cumpla con los atributos elementales que tanto enfatizó el líder de esa organización como requisitos básicos para ejercer las tareas públicas.
Lo esencial respecto de la puja en el PLD es que la verdadera disputa es entre Danilo Medina y Leonel Fernández, y el que resulte vencedor tendrá la posibilidad de extender su vigencia política. De ganar Fernández Reyna, el ciclo de Medina Sánchez entra en franco proceso de extinción y lo mantendrá con vigencia la posibilidad de que los porcentajes acumulados en la contienda interna por su sector, terminen garantizándole un acuerdo de habilitación en el futuro. De ganar Gonzalo Castillo, Medina Sánchez puede sortear dificultades previsibles, cercos judiciales post resultados electorales del 2020 y la vía efectiva de una modificación constitucional de presentarse en el futuro. Ahora bien, la candidatura presidencial del ex ministro de obras públicas constituye la derrota ética de Juan Bosch.
Innegablemente, los resultados en ambos partidos auguran el cierre de un ciclo de figuras que han controlado la vida política en las últimas dos décadas. Las aguas volverán a su nivel, posiblemente heridas puedan cicatrizar y se inicia todo un proceso que la sociedad demanda de ideas concretas y menos chismografía.