Dos expresiones  del chanchullo

Dos expresiones  del chanchullo

HAMLET HERMANN
El deporte profesional ha estado transitando desde hace mucho tiempo por la era de los estimulantes que permiten mejorar el rendimiento puntual de los atletas a expensas de su salud. Tiempo después de que los competidores se excitaran con alcohol, cocaína y cuanto elemento mejorara el desempeño específico, hoy predominan en el mercado las drogas diseñadas a la carta (designed drugs).

El uso de los estimulantes siempre ha sido un secreto a voces. Siempre ha sido del conocimiento de los “managers”, de los gerentes generales, de los accionistas de los equipos y de quienes presiden las ligas de cada deporte. Pero a los ejecutivos no se les ocurrirá denunciar el predominio de las adicciones mientras sirvan para llevar público a los estadios y atraer a los canales de televisión y las emisoras de radio.

 Por el contrario, los magnates del deporte profesional buscan la forma de justificar esas violaciones en base a la manipulación de reglamentos, normas y leyes contra el uso de las drogas. Su objetivo nunca ha sido el de eliminar el uso de estimulantes, sino evitar que los atletas sean sorprendidos en delito flagrante. Acomodan las leyes y los códigos de conducta para fabricar las coartadas que permitan justificar el dopaje.

Llegan al extremo de financiar a los laboratorios para que produzcan elementos químicos que oculten el uso indebido de esas drogas. Para entender este tipo de chanchullo sólo habría que examinar el caso del béisbol de las ligas mayores de Estados Unidos. Cuando decayó el interés de los ciudadanos por ese deporte, las puertas fueron entreabiertas subrepticiamente para permitir el uso de los esteroides anabólicos. Surgieron entonces los jonrones en cantidades industriales y los records empezaron a ser rotos como galletas de soda en manos de un bebé hambriento.

Pero el engaño sólo podía durar un tiempo, no toda la vida. Al verse descubiertos, los empresarios que explotaron a los atletas usaron como coartada a unos cuantos chivos expiatorios y se proclamaron entonces como adalides de la seriedad y de la lucha contra el uso de las drogas. Y así la rueda de la mentira seguiría girando para ganancia de los dueños de equipos y desgracia de ese material desechable y renovable que es el atleta.

Al igual que las drogas en el deporte profesional, la corrupción en el sector público de República Dominicana es un secreto a voces. Los desfalcos al erario son del dominio del Presidente, de los Secretarios de Estado, de los Directores Generales y de los empresarios que los financiaron para llegar hasta allí. El menú es amplio para escoger. Puede ser PEME, RENOVE, Baninter, Bancrédito, Sunland o cualquier otro de los más sonados casos de corrupción que han llegado hasta los tribunales.

Pero ningún funcionario admitirá el predominio de la corrupción mientras esta sirva para financiar las campañas electorales y el enriquecimiento individual de los funcionarios. Por el contrario, buscarán la forma de justificar la corrupción en base a la manipulación de reglamentos, normas y leyes sobre el uso de los recursos del Estado. El objetivo de los políticos y los empresarios nunca será el de eliminar la corrupción, sino llegar hasta lo imposible para que los funcionarios no sean sorprendidos en delito flagrante. Manipulan la Constitución, las leyes y los códigos de conducta para fabricar las coartadas que justifiquen el despojo. Asimismo designan fiscales, promueven jueces, extorsionan congresistas, compran opositores, controlan los medios de comunicación y hostigan disimuladamente a la gente honesta que se les opone resueltamente.

En su afán de impunidad llegan hasta a degradar la majestad del Poder Ejecutivo con argumentos inaceptables e imperdonables diseñados para justificar cada caso. Y así nos vamos quedando sin arquetipos, sin modelos honestos a imitar entre los principales administradores de los bienes del Estado dominicano, a pesar de que tratan de proclamarse como adalides de la seriedad y de la lucha contra la corrupción.

Pero el engaño puede durar un tiempo, no toda la vida. Nuestra tarea debe ser la de evitar que la rueda de la mentira siga girando para ganancia de los ambiciosos candidatos y para desgracia de ese material desechable que es el pueblo dominicano.

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