Dos grandes cabalgan hacia la eternidad

Dos grandes cabalgan hacia la eternidad

En el preciso momento que la NASA anuncia la existencia de agua en la superficie lunar, elemento éste esencial para el desarrollo de la vida misma; ustedes dejaban simultáneamente sus vidas físicas para cabalgar hacia la eternidad en un luctuoso viaje sin retorno a la tierra; planeta que progresivamente se va extinguiendo por la voraz depredación e irracional codicia humana.

Recientemente, fueron llamados a la paz del señor dos ilustres ciudadanos del mundo. Mi profesor, pariente y compueblano doctor Hugo Mendoza, y mi amigo, maestro, literato y poeta Blas Jiménez. En estos días, de poco aliento para la creación, esa mano extraña que esconde la vida, el destino, nos alcanzó y nos ha enlutado con la partida súbita de estos titanes que lucharon, por distintos senderos, a favor de la salud, la educación, la justicia social y el bienestar general de las grandes mayorías nacionales.

No es nuestra intención hacer una semblanza de vidas paralelas; solo queremos destacar algunos rasgos comunes que en la vida cotidiana enlazan a estos dos inmortales que hoy trascienden lo efímero de la existencia terrenal. Maestro Hugo, profesor Blas, ¿por qué los buenos se van a destiempo? En mi pequeño cráneo tropical flagelado por la dependencia secular y la globalización diabólica actual no encuentro respuestas convincentes que me permitan entender  porqué siempre son los buenos los que parten prematuramente.

Hugo, como un padre, defensor y protector incansable de la salud de la niñez dominicana. Blas, cantor de la identidad nacional y sus componentes afrocaribeños. Soñador antropológico de los eslabones y cadenas que unieron nuestras etnias, razas y culturas en un amasijo de lengua y costumbres. Ambos, con sus propias voces, con sus pensamientos propios y acciones comunes, por distintos caminos, defendieron el futuro y los mejores valores de la patria.

Blas, poeta de la negritud, te recuerdo en cada negrito pedigüeño que en los rincones más apartados  del país nos asaltaba con sus ojitos tristes y sus manitas sucias extendidas diciendo: “Señor deme algo”.

En cada una de esas jornadas de turismo ecológico-educativo, donde conocíamos la riqueza y la belleza naturales de nuestra flora y fauna. Así, con suma sencillez, paciencia y destreza nos conducía, tal como si fuera a un jardín botánico inagotable; conducido por un experto botánico-humanista que guía a sus visitantes por extraños senderos haciendo comentarios eruditos sobre las principales colecciones de árboles, flores, y especies que crecen sobre un otero, o a las orillas de un apacible lago, y te detiene en una breve pausa para explicar, aquí y allá; las características de los bosques secos, templados, húmedos, tropicales, o sub-tropicales.

Hugo, desde el terreno de la investigación de la salud y la educación médica preventiva. Blas, en la tribuna decorosa buscando las raíces de la identidad histórica en defensa de la biodiversidad plasmada en nuestro mundo ecológico.

Blas y Hugo, ambos son expresiones genuinas de dominicanidad, moralidad, y honestidad probadas en todos los fuegos que han templado nuestra idiosincrasia, son sus arritmias históricas; esperanzado que algún día esta democracia secuestrada sea más transparente, donde se respeten los derechos civiles y se sistematice la rendición de cuentas en todas las gestiones gubernamentales.

Asimilando la paciencia, la cortesía y la tolerancia de estos dos grandes maestros; les pregunto reiteradas veces a la sabiduría de Hugo Mendoza y a la inteligencia de Blas Jiménez, algo que yo  y el pueblo nunca hemos podido entender, ¿por qué los buenos vuelan y se nos van?

¡Oh Dios! ¿Por qué?

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