Dos grandes males nacionales

Dos grandes males nacionales

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Cuando el país inicia un nuevo proceso de desarrollo, similar al ocurrido durante el período de 1996 al 2000, gracias a la acertada política económica impuesta desde agosto del 2004, y todavía no se siente por completo el renacer del progreso y de la estabilidad, nos damos cuenta, que aparte de los problemas estructurales de la falta de educación y deficiencias en el sistema de salud, estamos atrapados y lastrados por dos males peores, reflejados en las acciones de los políticos y la de los delincuentes.

La historia dominicana, en especial después que cesaron los temores de las guerras en contra de los haitianos, y más luego que se logró la Restauración en 1863, está llena de acciones de los políticos que se convertían en generales de la manigua para azotar el territorio nacional imponiendo un caciquismo focalizado en sus regiones. Eran los señores de horca y cuchillo e impedían la estabilización de los gobiernos, al menos que no fueran dictaduras como la de Lilís o la de Trujillo y en menor escala la de Buenaventura Báez.

Los políticos desde finales del siglo XIX hasta los comienzos del siglo XXI, se han caracterizado e identificado por el afán constante de hacerse ricos con los recursos del Estado, que antes se llamaban compensaciones por sus acciones heroicas, léase entregarle la administración de las aduanas en Puerto Plata, Sánchez o en Monte Cristi.

Ahora se traducen en ONGS, o en comisiones jugosas para aprobar leyes o en contratos de las más diversas naturalezas, amenazados en su continuidad por un complaciente decreto puente de implementación diferida.

Las obras públicas son parte privilegiadas para el botín de los políticos, que antes era del uso exclusivo de Trujillo y sus favoritos, y luego se convirtió en el recurso para hacer millonarios a cientos de personajes, políticos y profesionales; también están los robos directos en los departamentos en base a nóminas falsas, seguir cobrando por empleados muertos o renunciantes, servicios nunca rendidos y hasta alquiler o compra de vehículos fantasmas.

La delincuencia es el otro mal que está atemorizando más de lo prudente y normal, como efecto del crecimiento de la población. La delincuencia campea por sus fueros y domina las calles de muchos barrios de ciudades, en donde ya se mata tan solo por despojar a un ciudadano de sus vehículos como los motores a infelices jornaleros o jeepetas de encopetadas damas. Y eso que la Policía Nacional pregona la falsa premisa que la delincuencia ha disminuido. Sin embargo es una constante que la misma supera por su agresividad los esfuerzos de las autoridades, por más gatillo alegre que se ejerza o por el uso indiscriminado de los intercambios de disparos, que ya no amedrentan a los antisociales.Estos quieren ser ricos como peloteros, artistas, narcotraficantes y empresarios evasores de impuestos que exhiben sus riquezas sin ningún rubor para andar rodeados de atemorizantes guarda espaldas, lo cual potencializa la delincuencia.

El ver el comportamiento de los delincuentes y de muchos políticos, nos damos cuenta de las grandes fallas del sistema educativo nacional, así como del derrumbe y casi desaparición del principal núcleo de la sociedad que es la familia. Ya no se recibe la educación y la formación básica en los hogares. La escuela ha caído, no solo aquí sino en otros países, en manos de un magisterio frustrado y soñadores con la revolución estalinista, que a la vez son enemigos declarados de las raíces de la sociedad. Esas raíces son de la unidad familiar, la educación cívica y la moral que debía ser recibida a pie de cuna por los hijos, e impartida por parte de los padres.

El panorama es oscuro para el futuro nacional por la consolidación de aquellos políticos, que no ocultan sus intenciones de hacerse ricos a la carrera, haciendo galas de un gasto fabuloso en las campañas electorales y que los recursos que provienen de una malversación descarada de los fondos públicos que administran desde sus posiciones, ya sean estas municipales, legislativas o gubernamentales.

Los políticos y los delincuentes son dos graves males que amenazan la integridad de la Nación como tal. Es que unos, apoyados en sus cargos, alteran la utilidad de los recursos públicos, que no llegan a sus destinos de mejorar los servicios, o de obras como las carreteras que ayuden a una mejor comunicación. Los otros, los delincuentes, que alentados por la impunidad con que actúan los políticos y ver que nadie es castigado por esas conductas repudiables, se tornan más agresivos y andan tan campantes como el whisky aquel. Además ven los millones que ganan los jóvenes peloteros, cantantes, narcotraficantes y empresarios, herederos de empresas de sus padres. 

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