Dos libros

Dos libros

Se lee por diversas razones. Estas van desde el divertimiento puro y simple hasta la avidez por adquirir cultura, pasando por los que sufrimos de voyerismo intelectual y gracias al talento y a la destreza literaria de los autores podemos adentrarnos en las vidas, tormentos y alegrías de sus personajes.

Resulta, entonces, que hay diferentes libros para diferentes gustos; unos aburren y otros deleitan. Se escribe con estilos y propósito diversos. El placer de la lectura no es la señal inequívoca de su valor. Que lo digan los libros de textos, si es que hay duda.

En estos días “me di” –así dicen los jóvenes cuando se procuran placeres-, dos libros que, sinceramente, compré más por la admiración que les tengo a sus autores que por conocer de qué trataban. Claro, sabía que uno era de cuentos y de exquisita pluma, y el otro una novela escrita por un celebrado intelectual nuestro (aunque resultó que no era novela sino “novelastra”).

“Ubres de Novelastra” es un libro que asusta en su tamaño y en su carátula; pero, como estaba decidido a leerlo, lo compré. Su lectura, les advierto, no es fácil y puede resultar densa, desanimando a los que buscan acción y tensión en la narración.

No es una novela en el sentido estricto. El mismo autor nos los advierte a través de uno de sus personajes: “Ladislao pretende darnos leche de pensamiento servida en ubres de novelastra, como Cervantes, quiere modificar la novela”.

Esta enjundiosa, a veces barroca, narración es una extensa y brillante adquisición novelada sobre filosofía, cultura antillana (y algo de la de la trágica historia de Hungría) adornada por originales ideas del autor, quien nos las entrega con particular sentido del humor. Federico Henríquez Gratereaux, también autor de “La Feria de las Ideas”, nos ofrece, disfrazado entre trama y personajes, un libro para aprender y pensar. Quienes estén dispuestos a leer pausado deben procurarlo sin temor.

Pero también se puede conocer a través del sentimiento. Para ellos busquemos “A mí no me gustan los boleros”, de Janet Miller, y con ella encontraremos el alma y la psicología de sus creaciones en una atmósfera descrita con fulgurante talento e intimidad. Nos enfrenta a un país y a una gente que desde su antaño vienen cantando sus boleros y haciendo su penosa historia. Estos cuentos son gozosa lectura, poéticos, penetrantes y personales.

Paradójicamente, el libros de cien páginas de nuestra impecable poetiza no es la antípoda de ese “Memorial del siglo XX” de regio empaque. Cuando sedimentan en nosotros resultan parecidos y complementarios.

Los dos libros nos llevan a entender, con la cabeza y con el corazón, el temperamento, la cultura y la desgracia de la gente antillana.

Quienes quieran comprender nuestras cosas a través de unos cuentos emotivos se acogerán a las lágrimas y desgarramientos de Janette.

Los que quieran hacerlo con una lógica estricta, suavizada por héroes que aligeran el aprendizaje, beberán satisfechos de las ubres que ofrece repletas Federico.

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