Dos panfletos

Dos panfletos

 UNO

    El discurso del Presidente Danilo Medina ha desencadenado una suerte de oleada nacionalista, en cierto modo justificado; y un despliegue de aspavientos heroicos  como si viviéramos la aparición de una nueva dimensión en  la práctica política dominicana referida por contraste a la dimensión de lo real. Pero yo tengo dudas razonables sobre lo que en realidad se pretende frente a la Barrick Gold, y la sustentaré en este panfleto en la cartografía del propio discurso del mandatario.

      Explicando la inequidad del contrato, el presidente Medina dice: “De los mil 753 millones de dólares de ingresos anuales de exportación, el gobierno dominicano apenas recibirá 56 millones de dólares. En otras palabras, durante los primeros años, de cada 100 dólares de ingresos de la exportación de oro y otros metales, la Barrick recibirá 97 dólares y el pueblo dominicano tres”. La afirmación le deja a uno como un resplandor amarillo, y al revés de la más evanescente proclama nacionalista que se pueda enarbolar, queda tan perfectamente delineada la injusticia que el dato empuja a la rebelión. Lo que el presidente hizo fue sacar algo que estaba en lo desconocido (los vericuetos del contrato, los ripios de los negociadores, el entreguismo de diputados y senadores venales) y hacerlo “saltar a la luz”. Eso es lo que hace el conocimiento, sacar las cosas de la oscuridad.

        Pero después de sacar las cosas a la luz hay que meterse dentro de ellas. El presidente explica entonces qué hará: “Someteremos al Congreso Nacional un proyecto de ley que establecerá un impuesto sobre los ingresos inesperados de las empresas exportadoras de minerales, el cual gravará, con una tasa justa, el excedente entre el valor de las exportaciones de minerales a los precios en el momento que se realicen los mismos y el precio de referencia para cada uno de los minerales”. Cualquiera que esté leyendo este artículo e interpreta las palabras del presidente se puede sentir francamente feliz, e incluso recordar aquella “Ley del precio tope del azúcar” que Juan Bosch hizo aprobar en  el 1963, y que fue uno de los motivos verdaderos del golpe; porque semejante propuesta legal sería enteramente justa. Entonces se da la paradoja de que es el mismo presidente Medina quien oscurece las ideas, cuando un poco más adelante dice lo siguiente: “El impuesto sobre los ingresos inesperados liquidado operaría como un crédito para el pago del impuesto de participación sobre utilidades netas (PUN) de 28.75”.

        ¿Entonces, de acuerdo con lo que dice el propio presidente Medina, lo que se obtendría producto de la ley “sobre los ingresos inesperados” sería restado del “impuesto de participación sobre utilidades (PUN)”, puesto que es un “crédito”  deducible de  ese impuesto?” En ese caso, no habría ningún incremento de los beneficios para el país, y todo lo que hoy vivimos como esperanza de reivindicación se diluirá en agua de borrajas, y se convertirá en otra burla al pueblo. Alguien debería explicar este aspecto del discurso, porque  da pie a tener dudas razonables sobre esta jornada alentadora.

DOS

Por casualidad pasé por el Parque Independencia el día que la alta dirección del PLD conmemoraba el cincuenta aniversario del ascenso de Juan Bosch al poder, y recordé que cuando  lo derrocaron Juan Bosch debía los muebles de la casa en que vivía. ¿Un presidente de este país con una dirigencia histórica tan corrupta,  coge fiao a plazos los muebles de la casa en que vive?

     Estaban de lo más ordenaditos, sentados en filas en sillas blancas como si fueran alumnos de un internado inglés. Y yo me dije que el Juan Bosch que debía los muebles les parecería el portador de  una vanidad inocente, un tipo raro que ya no cabe en los afanes de enriquecimiento de un discipulado que enarbola una hipocresía insolente cuando lo nombra, y que exhibe un confort ofensivo que él no toleraría. ¡Oh, Dios!  

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