Dos pecados capitales de los “hermanos separados”

Dos pecados capitales de los “hermanos separados”

“Hermanos separados” suele ser una expresión poco feliz, pues en ningún caso es bueno que los hermanos estén separados. Con este término compuesto, “hermanos separados”, los cristianos católicos suelen referirse desde la antigüedad a los cristianos pertenecientes a iglesias ortodoxas orientales y, en época más reciente, a los   protestantes evangélicos y adventistas, a manera de un ascenso de status y en señal de acercamiento hacia estas vertientes no católicas.

O sea, que hace más de quinientos años que una gran cantidad de católicos se separó de la iglesia católica: Pero, en el presente, la separación entre los hermanos cristianos puede referirse al hecho de que los “cristianos separados”, a menudo, también andan separados entre sí,  y que muchas congregaciones o agrupaciones,  de evangélicos, por ejemplo, sean tiendas apartes, o que aún entre aquellos que habitan bajo la misma tienda y tienen los mismos credos y formas de conducta, sus líderes y figuras más representativas tampoco se llevan como Dios manda.

Estas formas de separación entre hermanos cristianos probablemente sean todas malas. Especialmente porque Jesucristo nos encargó de que anduviésemos unidos, como Jesús y el Padre: “Para que el mundo crea que Tú los enviaste”. Jesús nos advierte que si no permanecemos unidos en su amor, la gente no va a creer que somos Sus enviados.

Otro pecado capital o de no poca envergadura, es el de la falta de conmiseración y solidaridad con los pobres. Decía alguien que una obra de amor tiene más poder de convencimiento que multitud de palabras. Que las prédicas sin la caridad son huecas, sin resonancia. Predicar a Jesucristo obliga a procurar la bienaventuranza de los huérfanos, las viudas y los extranjeros. (¿Qué, a propósito, tenemos en nuestras mentes y corazones para los haitianos que viven en nuestro el país?). Estamos, acaso, demasiados ocupados tratando de sobrevivir, o nos aterra no saber cómo ayudar a otros sin quedarnos en la inopia, o de que los más necesitados nos desvalijen, como a los “Santos Reyes” que intentaban repartir juguetes en una barriada local?

Isaías 58 establece que no es cuánto rezamos y ayunamos, sino qué hacemos como individuos, como familias, como empresas, como Estado y como iglesias por el hambriento, el enfermo, el huérfano, la viuda y los sin techo.

Cada vez más, tanto a líderes como a feligreses,  se nos hace cuesta arriba el que se nos crea cuando predicamos a Cristo. Probablemente porque  nos esforzamos poco por parecernos a Él. Pero no en las apariencias ni en la palabrería, sino en cuanto  a estar unidos y amar al prójimo. Cosas humanamente difíciles, pero, en obediencia, posibles. Como lo  pueden testimoniar aquellos que han mantenido la unidad de su familia, su iglesia y su congregación por amor y temor de Dios,  por el virtuoso y milagroso hecho de mantenerse bajo Su obediencia.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas