¿Dr. one?

¿Dr. one?

MANUEL E. GÓMEZ PIETERZ
Este artículo, con un título irónico y algo epigramático, tiene la recta intención de poner en relieve la exagerada pasión de nuestro Gobierno por la modernidad, la ciencia y la tecnología que universalmente se expresan en lengua inglesa. Naturalmente esto tiene como lógica e inevitable secuela el cumplimiento de un agotador programa de viajes al exterior para indagar lo que “está de punta” en el exclusivo mundo del conocimiento y el saber.

Vana ilusión es pretender que el cerrado e intolerante “siseñoreaje” prevaleciente en las altas esferas gubernamentales, que no entiende la función ni el valor de la crítica adversa, las reciba resignada y benevolentemente sin ponerme el sambenito de enemigo del Gobierno. Porque parodiando la sabia sentencia del filósofo: “me es caro el gobierno, pero la verdad me es más cara aún”.

Señor presidente Leonel Fernádez, quien esto escribe reconoce que “no es muerto que lleva panteón” y desde ese plano mínimo cree saludable recordarle la frase del Evangelio que dice que “nadie a fuerza de discurso puede agregarle un codo a su estatura”. Reconozco que un buen político debe pensar alto y en grande; alto para el presente pero sin despegar los pies de la tierra; en grande, para el futuro preparando y construyendo hoy los prerrequisitos que crearán la masa crítica social necesaria para el cumplimiento de los grandes objetivos del futuro. Tal masa crítica es el nivel mínimo de educación, cultura, salud, ingreso y seguridad, estrictamente necesarios para disparar el gran objetivo superior, sin convertirlo en sueño utópico ni en personal acto de megalomanía. Que es el gran peligro latente en el trasplante de “megaproyectos” que desbordan la capacidad de asimilación económica y cultural de la gente y sociológica de la población.

Goethe el gran pensador alemán dijo que no hay nada más peligroso que la ignorancia activa. Sin embargo, me parece que un político personalista inteligente, y sordo a la crítica es aún más peligroso. Sobre todo cuando le rodea el aplauso de áulicos incondicionales, esa barrera interferente de las señales de la realidad y precursora del despotismo.

En este país, abrumado por el analfabetismo y la general ignorancia y el creciente nivel de pobreza de la mayoría, con una escalada de la criminalidad que desborda la capacidad real de una autoridad contaminada e incapaz de garantizar vida y propiedad. En el que la corrupción prevalece en todos los niveles de la estructura social y el Poder Judicial opera precariamente y sujeto a las particulares conveniencias del clientelismo político. En esto el narco-negocio perece haber sentado sus reales para quedarse, y en las calles, el increíble tránsito de vehículos de lujo de último modelo y la profusa construcción de muy costosas torres modernas, ofrecen al espectador un visible testimonio de lavado de dinero de incierta procedencia. En un país con tan pesado fardo de impedimenta, ni tocado por los Dioses ni con la vara del mago Merlín podría ningún gobernante librado a sus propios recursos llevarlo sin apertura económica a términos razonables evitando graves y peligrosos conflictos sociales. Reformas, es pues el concepto esencial que constituye la receta mágica curativa de la patología política, económica y social dominicana. Reformas urgentes y sin pausa, para crear un clima de inversiones atractivo al inversionista extranjero con sus capitales, su avanzada tecnología, su creatividad innovadora, su capacidad organizativa, sus marcas de prestigio y sus propios mercados y, además, su capacidad de poner en movimiento los mecanismos legales extranacionales para forzar el cumplimiento de los compromisos contraídos por el país. Entonces y sólo en ese momento se habrían creado las condiciones de masa crítica imprescindible, y la suficiente racionalidad económica para proponer con riesgos aceptables los megaproyectos; libres del sesgo de la siempre ilegítima megalomanía política.

Talvez no sería ya necesario el Dominican Republic one para el turismo presidencial. Pero si lo fuere, el República Dominicana uno sería más legítimo. ¡Y más castizo!

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