Dra. Ramona Martínez Lavandier, ejemplo de dignidad

Dra. Ramona Martínez Lavandier, ejemplo de dignidad

La Dra. Ramona Martínez Lavandier nació y fue sepultada un 24 de abril. Su vida tiene en común con la Revolución de Abril del 65: La dignidad.

Un día como hoy nació nuestra madre, junto a su mellizo Jorge (“Jorgito”) en La Cruz de Barranca, provincia de La Vega en el año 1922; hijos menores de Rafael C. Martínez Rodríguez, quien vino al país encabezando una comisión de cinco sastres puertorriqueños que fueron traídos para vestir al gobierno dominicano, y de su madre, Ramona Eulalia Lavandier Hernández, responsable de traer muchas vidas, por ser partera.

Hace dos años, en la misma fecha, Ramonita, como muchos cariñosamente la llamaban, fue despedida en el Cementerio Cristo Redentor.

Ella enseñó a todos sus hijos a tratar a todas las personas, incluyendo a los más humildes de los humanos, con dignidad. Durante largos años daba servicios gratuitos de odontología, con su unidad portátil los sábados en algún lugar, con amor y respeto.

Su vida fue una lucha constante por la dignidad de la mujer, en una sociedad entonces eminentemente machista. Aprovechó cada escenario que tuvo para pregonarlo, pero lo más importante fue que lo supo vivir, y con una bella sonrisa además. Todos los que la conocieron son testigos.

Durante años tuvo programas semanales de televisión, que aunque de religión, más bien era una trinchera para exigir los derechos de la mujer a participar igual que los hombres en los oficios religiosos. Ninguna instancia amilanaba su perseverancia. A cada Papa le enviaba correspondencias con los argumentos bíblicos que entendía sustentaban su tesis de igualdad.

Su mérito más difícil de lograr fue mantener su matrimonio sin cejar en sus reclamos de igualdad de sexos. Sus reclamos de satisfacción en la intimidad fueron de tal impacto que el matrimonio casi termina por la mentalidad machista imperante.

Lograr sortear tan poderosas barreras mentales y saber mantener su matrimonio sin disminuir su dignidad, es un heroísmo digno de imitar.

Como su hijo mayor, fui su confidente. Recuerdo con alegría cuando ella me comentó llena de felicidad que mi padre accedió satisfactoriamente a complacer sus reclamos de pareja, de manera armoniosa, algo impensable en tiempos de tantos tabúes.

Su vida fue una armoniosa combinación de digna hidalguía con amorosa actitud para con todos, sin distingos de personas. Cierro los ojos, y la veo sentada elegantemente en su galería, bellamente maquillada, y con su hermosa sonrisa para cada transeúnte.

Supo vivir siempre con amorosa dignidad para con ella misma y para con los demás, aun en los peores momentos.

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