Muy allá en el fondo del alma, dan muchas ganas de cogerles pena a nuestros políticos. Muchos fueron jóvenes llenos de ideales patrios y universalistas, que se iniciaron en la UASD después de ajusticiado Trujillo; y allí aprendieron que nuestro país y el mundo tenían mejores oportunidades que las que habíamos vivido en tantos años de increíbles tragedias e infamias desde el exterminio de nuestros aborígenes, pasando por las invasiones de las potencias y el dominio haitiano, dictaduras oprobiosas y cuantas desventuras imaginables.
Llegaron a la UASD y tuvieron la dicha de encontrarse con dos grandes alternativas, igualmente promisorias, la democracia según los cristianos y el filósofo francés Jacques Maritain, y el socialismo antirreligioso, propuesto por un judío de tantos que de ser perseguidos por su religión y sus planes sionistas, optaron por declararse ateos para así reposicionarse en un mundo en el cual la religiosidad había hastiado a tantas almas, que se hacía difícil entender para qué servían Dios y las religiones.
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Muchos de estos muchachos pronto entendieron que no bastaba con denunciar las oligarquías ni al imperialismo, y que no era posible convencer a tantos dominicanos analfabetos de pertenecer al movimiento universal de liberación política y espiritual, y de abandonar tantos mitos y falacias religiosas, filosóficas y culturales.
Y que era absolutamente necesario tomar la dirección de nuestra sociedad por la fuerza revolucionaria. Y para ello tenían que acumular poder político y económico a como diera lugar.
Y así, posiblemente de bastante buena fe, decidieron también que una vez llegados al poder debían enriquecerse. Y sin malas intenciones, empezaron a hacer las prácticas que siempre usaron casi todos los que se han enriquecido en nuestros países. Empezando por darse cuenta de que había que asociarse con grupos poderosos, emprendedores y empresarios, negociantes y traficantes, de los más diversos tipos. Porque para hacer las transformaciones sociales y políticas a favor de los pobres y de todos los dominicanos, se requería, obviamente, mucho dinero, ya que el solo poder político nunca bastaría.
Claro, que los responsables de nuestros problemas, como en otras ocasiones eran los imperios, esta vez eran los yanquis.
Así, nuestros idealistas revolucionarios se fueron adentrando en fórmulas acumulativas como las contrataciones de Barry-Gold, Odebrecht, Punta Catalina, y demás. Casi siempre pensando en la “acumulación originaria” de poder económico para hacer las transformaciones necesarias para ayudar y liberar a pobres y oprimidos. Muchos de estos jóvenes políticos entonces no entendían que el poder también corrompe, y como abandonaron sus creencias cristianas, pronto fueron víctimas de las tentaciones que amenazan a todos los que adquieren poder.
Y fueron terminando como Donald Trump, acusados por quienes no entienden que los gobernantes también tienen derecho a cometer algunos pecados; y suelen no perdonarlos, especialmente cuando ellos, los de abajo, siguen abajo sin oportunidad de pecar con refinamiento e impunidad incluidos.
Lo triste suele ser, que estando fuera del Gobierno, con tanto dinero atesorado, y no siendo burgueses ni cristianos, no saben invertir, ni gastar, ni donar. Ni pedir perdón, ni arrepentirse.