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Debemos hacer conciencia, que esos chicos constituyen la categoría de ladrones peligrosos y por demás numerosos, que deambulan por nuestras calles, estos no roban camisas o pantalones y andan bien armados y a veces con buenos y rápidos medios de transporte. Ya quedó atrás la época de las viejas novelas que agotaban los temas de los golfillos de bajos fondos que eran sometidos en los orfanatos a duros aprendizajes con el propósito de hacer de ellos hombres de trabajo y respetuosos ciudadanos, de los cuales muy pocos se convertían en criminales después de salir de su encerramiento.
El saqueador de nuestra época no se fatiga mucho y no le importa la edad de sus víctimas. Enrolado en el ejército de la droga, cuando esta sube a su cerebro, y este último se inflama, es incapaz de pensar en otra cosa que no sea la próxima inyección que le calme la angustia y la ansiedad. Suerte de las personas que pasen por su lado y solo tengan que entregar su cartera sin correr un riesgo mayor, desafortunados los que forcejean con estos tipejos, pues la navaja, el puñal o la pistola irá directo a su cuello o pecho mientras en una de las manos del atracador sostiene todavía una jeringuilla con una aguja de los restos de sangre de su última penetración en su brazo o en el de otro compañero, que tal vez reposa tendido sobre el suelo. Quizás, temblando de las urgencias que reclaman su organismo y de los escalofríos de su impaciencia, consecuencia de la dosis anterior, este atracador puede llegar hasta las últimas consecuencias y no piensa, no duda y clava su arma mortífera en su interlocutor, porque temen menos a la cárcel que a su enfermedad; porque además, para él la alucinación tiene más valor que una vida ajena.