Duarte abrumado por los celos

Duarte abrumado por los celos

FABIO R. HERRERA MINIÑO
Cuando Juan Pablo Duarte, lleno de entusiasmo llegó a tierras dominicanas en marzo de 1864, con mucho optimismo, le dirigió una misiva el 28 de este mes al gobierno provisorio restaurador, ofreciendo sus servicios de venir a compartir «todos los azares y vicisitudes que Dios tenga aun reservados a la grande obra de la Restauración Dominicana».

La conmoción, que tal presencia produjo entre el grupo de patriotas que se disputaban los restos de un país desangrado por la guerra en contra de España, fue de tal naturaleza, de que un patriota legendario retornara al país de sus sueños, que se conocían de referencia sus esfuerzos de 1844 para la separación de Haití, produjo una respuesta el primero de abril de Ulises Francisco Espaillat, otro gran civilista, que sin bien era una bienvenida diplomática, reflejada el temor que tal presencia generaba en el seno del gobierno provisorio.

La referida comunicación de Espaillat a Duarte se le decía que todos deben cooperar y que la Patria «todo lo olvida y solo trabaja por la consolidación de la independencia». Sin embargo, apenas con dos semanas en el país a Juan Pablo Duarte se le obliga a que salga del país de inmediato para desempeñar una misión en Venezuela para lograr ayuda de la lucha restauradora, demostrando así el miedo que inspiraba la presencia del patricio en el Cibao.

Duarte captó la trampa y se resistió a esa diplomática orden de expulsión, pero la aceptó cuando se enteró que los españoles comenzaron a denigrarlo. En el mes de julio se marchó del país, no sin antes asistir al sepelio de Ramón Matías Mella, a quien había visitado semanas antes tan pronto llegó al territorio en el mes de marzo.

De nuevo Duarte surcó el mar Caribe para irse a Venezuela y se establece en Caracas para buscar la ayuda a la causa restauradora, cosa que no logró por los cambios políticos ocurridos en ese país y aquí. Incluso el compañero venezolano de Duarte, Candelario Oquendo, fue fusilado acusado de participar en la muerte de Pepillo Salcedo, quien fue eliminado por una conspiración urdida por Gaspar Polanco.

Duarte viviendo en Caracas, y con una precaria salud, esperaba el viaje final que ocurrió el 16 de julio de 1876. En 1884 sus restos cruzaron de nuevo el Caribe para su último viaje y venir a descansar a su país, recibiendo un homenaje póstumo de sus compatriotas.

Uno de los pecados de Duarte, para su retorno restaurador, es que se creyó de nuevo como el predestinado y hasta organizó su Estado Mayor estando en Venezuela, logrando una gran ayuda del gobierno de ese país, pero cuando llega al país se encuentra con un grupo de jóvenes ambiciosos e iletrados, que aguijoneados por zorros políticos e intelectuales, hacen ver que la presencia del patricio, por su recuerdo de 1844, era perturbador.

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