Duarte, el soñador de la patria

Duarte, el soñador de la patria

Quien crea que la poesía, o vivir en estado poético, carece de importancia o es sólo una babosería para bobos o “nerdos”, harían bien en “revisitar”, como se está diciendo en estos días empleando un apropiado anglicismo, la figura del excelso Juan Pablo Duarte.

Soñar una patria es quizás una culminación de la “poesis” o del acto creador, no sólo literario, pues la poesía trasciende el sentido estrecho de su definición como género de la literatura o del arte que emplea la lengua como medio para expresarse.

Duarte, aparte de intuir la fulguración que era creer en la viabilidad de una patria pensada en castellano, que orase al Dios de los cristianos y que garantizara la libertad de todos sus ciudadanos, tres elementos radicalmente contrapuestos a las realidades haitianas de la cuarta década del siglo XIX, también tuvo tiempo de ocuparse de componer versos.

Son en su mayoría versos tristes, en los que un alma en trance de exilio y angustia revela su sensibilidad como contraste del viril temple que le mereció el título de general, con pólvora quemada y filo de sable mellado en combates de la vida real, donde sangre roja y sudor salado teñían los uniformes.

Lejos de quedarse en la ensoñación, el joven Duarte no sólo organizó La Trinitaria y La Filantrópica, sociedades patriótica y de teatro que entre ambas sembraron y cultivaron la semilla de la libertad en los ávidos surcos de la mejor juventud dominicana. También participó en acciones directas contra la guardia haitiana en la que se había alistado para recibir del enemigo entrenamiento militar.

La modesta fortuna de su familia, comerciantes afanosos, fue puesta por completo a disposición de la causa de la separación de Haití. Y también se entregaron a ese albur, a riesgo de sus vidas, todos sus familiares, en un concierto patriótico de escasos precedentes.

Que Duarte sea el mayor Padre de la Patria no debería merecer ninguna discusión, sin desmérito para Sánchez y Mella, como no lo hay para Jefferson o Madison cuando se reconoce la principalía de Washington.

En su bicentenario, los dominicanos debemos comenzar a pagar tantos intereses vencidos de la deuda imperecedera que tenemos con el general Juan Pablo Duarte, creador de la dominicanidad, a quien el destino -y los malos dominicanos- por tanto tiempo han postergado como si ser un “filorio” fuese un deshonor.

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