Duarte, en perspectiva

Duarte, en perspectiva

Mas que un idealista soñador, Duarte fue un revolucionario. Los nobles pensamientos que brotaron de su mente esclarecida, tomaron forma de vida y se convirtieron en hechos revolucionarios. Antes que el hecho, nace la palabra: “en principio era el verbo y habitó entre nosotros.” La palabra fue luz esclarecedora de su pensamiento y su pensamiento se convirtió en acción y esa acción produjo cambios, cambios revolucionarios sembrados en la mente de sus preclaros seguidores. La Filantrópica, La Trinitaria, el Trabucazo: la naciente nación dominicana separada de Haití para hacer de ella “una nación  libre, independiente  y soberana de toda potencia extranjera”.

 Víctima de sus enemigos,  traidores  de la patria, Duarte, con su verbo incendiario, concitó a la acción, lanza su anatema: “mientras no se escarmiente como se debe a los traidores, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctima de sus maquinaciones.” Lección histórica todavía no aprendida, que sigue dando sus pútridos frutos. “Aquel bando parricida que comenzando por desterrar a los fundadores de la República, han concluido con vender al extranjero la patria cuya independencia juraron defender a todo trance.”  La patria, soñada por Duarte, aín se ofrece y se vende  sin pudor para  explotar sus grandes riquezas naturales a precio de nuestra pobreza.

 “Los enemigos de la patria, por consiguiente, los nuestros, están todos muy acordes en estas ideas, destruir la nacionalidad aunque para ello sea preciso aniquilar la nación entera.” Para aniquilar una nación no basta tomarla a  sangre y  fuego. La nación, tarde o pronto, retornará de sus cenizas.  Abril lo demuestra. Más peligroso y funesto, el  aniquilamiento moral.  Matar el espíritu de un pueblo, su capacidad de rebelarse. Ese proyecto criminal está en marcha,  producto de la ambición de poder, del desamor del cálculo y el talento perverso de unos cuantos  que  pretenden  erigirse en dueños y señores contra el destino  de todo un pueblo “aunque se hunda la isla.” 

 Duarte enseñaba con el ejemplo, con su acrisolada honestidad, las virtudes y los valores que predicaba y  engrandecen el alma. Clamaba por la verdadera justicia: la justicia social,  único camino conducente a  la paz redentora, al bienestar espiritual,  soberano, insobornable, libre de maldad, de iniquidad y de injusticia. Su máxima aspiración: “Sed justo, lo primero, si queréis ser felices.”  Ningún sacrificio por el bienestar y la libertad de su patria le era imposible. Ni aun el destierro, con que premió  la maldad su grandeza, le hizo desfallecer. El ostracismo cruel no melló  su templanza, su integridad,  su patriotismo, su  coraje; antes al contrario, como aguijón, punzaba sus más nobles sentimientos: “Por desesperada que  fuera la causa de mi Patria, siempre será la causa del honor y siempre estaré dispuesto a honrar su enseña con mi sangre.” Duarte nunca vio la política como un medio de enriquecimiento. Cuando  quedó convencido  de esa ralea política  que martillaba su corazón: “todos piensan en favorecer sus intereses, ninguno los de la patria,”  antepuso  al desengaño y a su  dolor su fe inconmovible que nos reta: “Trabajemos  sin descanso, no hay que perder la fe en Dios ni en la justicia de nuestra  causa y de nuestros hijos.”

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