Duarte en Washington Heights

Duarte en Washington Heights

NUEVA YORK. Llegó el lunes 26 y, creo que por primera vez en mi vida, no recordé que era día de Juan Pablo Duarte. El lunes fue un día frío, de esos grises en los que los Dominicanos que estamos en Nueva York nos sentimos más cerca de la Patria. No se me había olvidado que esta semana habría huelga, eso no, ni que el dólar había bajado, aunque la gasolina «en el tope está» ahí donde le toca a la tricolor nuestra.

En la tarde, cuando ya era de noche y aun el reloj no daba ni las cinco, me acordé del patricio, de lo bien que siempre me cayó desde niña porque, por suerte para mí, me enseñaron que Duarte era un hombre de acción y cerebro, las dos cosas juntas. Me acordé también que allá arriba, en Quisqueya Heights, hay una escuela que lleva su nombre y que muy duramente refleja la realidad de los dominicanos y dominicanas en el mundo.

La PS 132 (Escuela Pública 132, en inglés) es una escuela en problemas. Es una escuela llena de profesores que hacen su trabajo con amor, como Ms. Sánchez, con madres involucradísimas y con poder político real como doña Carmen Rojas, y con administrativos que confiesan su buena fe y su falta de recursos para hacer que las cosas rueden.

Si Juan Pablo Duarte supiera que en la escuela primaria que lleva su nombre en Washington Heights un 96.2 por ciento de estudiantes son hispanos, la mayoría dominicanos, si supiera que son pobres, muchos recién llegados de la patria en la que sus padres no encontraron el futuro que él soñó seguro que se entristecería mucho, pero empezaría a elaborar algún plan.

Si pudiera contarle al general Duarte, soldado de su revolución trinitaria, que sólo el 32 por ciento de los niños y niñas de la JPD alcanzaron las calificaciones necesarias para aprobar las clases de matemáticas y que eso es un cinco por ciento más que otras escuelas similares en la ciudad de Nueva York, yo sé que se quedaría muy preocupado.

Tal vez cuando se enterara, tan buen estudiante como fue él siempre, que el 34 por ciento, un tercio apenas, de los dominicanos y dominicanas que allí estudian pasaron sus exámenes de inglés y que la escuela está en observación, el enojo de Duarte se remontaría siglos atrás y se enfurecería por los largos años de injusticia social que no le han permitido al pueblo dominicano alcanzar una educación por lo menos aceptable.

El nombre de Duarte es orgullo para dominicanos y dominicanas en Nueva York quienes, quizás por nostalgia y no perder sus raíces, tratan de recordarlo como algo más que la cara que sale en el deprimido peso. Pero la escuela Juan Pablo Duarte tiene un péndulo como el de Poe sobre su cabeza. Si cae en la categoría de «escuela con necesidad de mejoría», se abrirán las puertas para que los padres de Washington Heights empiecen a sacar a sus niños y niñas de allí, según se explica en la página del Departamento de Educación de la ciudad de Nueva York. De todas formas, en los últimos años la Juan Pablo Duarte ha estado superpoblada.

De esta escuela, que con tanto amor me abrió sus puertas, tengo cosas buenas que decir, también, romanticismo y con verdades muy halagadoras. Dos programas especiales, el proyecto Excelencia en el Bilingüismo hacia el Milenio y el ¡Todo el Camino! Ambos son proyectos (el primero ganado por concurso federal y el segundo con fondos privados) orientados a llevar de la mano a algunos estudiantes de la Juan Pablo Duarte camino a la excelencia. Eso también quisiera contárselo a Duarte, para que sepa que la gente está tratando. Para que sepa él, que fue capaz de llevar a la vida un sueño de libertad, que aunque el nivel educativo de los dominicanos es uno de los más bajos de Estados Unidos según el último estudio de Ramona Hernández en el Centro de Estudios Dominicanos de City Collage, la nueva generación está fajada buscando terminar la universidad y romper el círculo de la ignorancia.

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