Duarte inspirador

Duarte inspirador

Sólo cuando los hombres y los gobernantes entiendan que cada nación debe vivir soberanamente, sin agredirse una a otra; sin condicionarse, o que una le dictamine modelos de vida a otra, sólo cuando el hombre y la mujer procuren construir el bienestar colectivo, el mundo habrá alcanzado el sueño anhelado de la paz, la libertad y la convivencia.

Duarte lo predicó así, hace más de un siglo y medio.

Conscientes de esta realidad, entendemos que la crisis de desesperanza que hoy vive nuestro país tiene sus huellas en la ausencia de Duarte entre los líderes nacionales.

Si no volvemos a buscar la antorcha del pensamiento duartiano, el futuro dominicano podrá ser incierto.

Pasaré ahora a esbozar un breve perfil contextualizado, histórica e internacionalmente, de aquel que nos legara el gentilicio de Dominicanos, que hoy, con orgullo, ostentamos por todo el mundo.

Si bien es cierto que la expansión europea en América trabajo consigo una serie de resultados que en lo inmediato cambiaron el curso del Mundo hasta entonces conocido, no menos cierto resulta el hecho de que, también en breve plazo, y, como expresión de este magno acontecimiento, el nuevo continente se convirtió en escenario de expresión de las luchas por la libertad.

Al cabo de cuatro siglos de dominación, las colonias americanas, tocadas por diferentes focos de inspiración, pasaron de las luchas espontáneas por reivindicaciones grupales a un proceso de emancipación que, en los más de los casos, integraba a todos los componentes de aquellas sociedades coloniales.

El estudio de este proceso revela que desde inicios del siglo XIX existía en América un liderazgo económico y político con la firmeza ideológica y la capacidad militar necesarias para enfrentar con éxito todo obstáculo a su decisión de luchar por la autodeterminación.

También pone en claro su lugar cimero entre los acontecimientos de mayor dimensión en la historia política moderna, pues significó el surgimiento de numerosas naciones libres e independientes.

Tras este loable propósito lucharon nuestros pueblos en las pequeñas islas del Caribe, situadas, cual dijera nuestro poeta nacional, en un inverosímil archipiélago de azúcar y de alcohol. Encendida la llama de la libertad en la colonia tutelada por Francia en la par te oeste de la isla de Santo Domingo, pronto se extendió desde el río Bravo hasta el Istmo, y desde cada palmo de las escarpadas montañas de los Andes hasta los fértiles valles que le sirven de sostén.

Aquellas formidables jornadas épicas, comparables con las descritas en las abrasadoras narraciones de la mitología griega, y con la realidad bélica del imperio romano, quedan resumidas, por sólo citar algunos ejemplos, en las campañas militares libradas por Bolívar, San Martín y Sucre, cuyas espadas marcaron el triunfo de la independencia suramericana.

Con igual vigor también se reflejan en la visión precursora de la independencia mexicana expresada por los curas Miguel Hidalgo y por José María Morelos, conocido por su intrepidez como el Rayo del Sur, y en los afanes de la confederación de Centroamérica defendidos con ardor por José Cecilio del Valle, mexicano de nacimiento, gran americanista, estadista y diplomático, y por Francisco Morazán, caudillo militar de la independencia, entre otros.

A esta pléyade de hombres proceso, de cultores del destino democrático de América, perteneció Juan Pablo Duarte, padre inspirador de la República Dominicana, reconocido con justicia por dos ilustres maestros: Eugenio María de Hostos y Pedro Henríquez Ureña, y con ellos toda la nación, como el primero de los dominicanos.

Nacido en una época en que, en poco más de dos lustros, pasados de la dominación francesa a la española, y de ésta a la ocupación haitiana, resultaba difícil para el Patricio mostrarse ajeno al ambiente convulso promovido por el curso de estos acontecimientos. De ahí que, el término de sus estudios en el extranjero, emprendiera de inmediato las acciones que habrían de permitir la cristalización del más caro de sus anhelos: liberar a los dominicanos de la dominación haitiana, e implantar una República libre, soberana e independiente de toda potencia extranjera.

Sólo este objetivo orientaba el pensamiento y la acción patriótica de Juan Pablo Duarte. En sus afanes por lograrlo demostró y afianzó sus incuestionables condiciones de dirigente, de verdadero mentor de sus iguales y de gran estratega rente a sus adversarios y posibles aliados.

En el fragor de sus praxis política, también se manifestaron sus condiciones de agudo intérprete de la realidad social, el poder de convicción en torno a la factibilidad de sus planes emancipadores, y la disposición de compartir su privilegiada formación con todo aquel que lo procurase.

Es ahí donde reside su grandeza.

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