Duarte no es una mercancía

Duarte no es una mercancía

Más que asombro, gran pesar ha debido causar las razones esgrimidas por un importante sector del empresariado nacional opuesto a la derogación de la Ley No. 139-97 que establece la movilidad de algunos días feriados, que incluye el día dedicado a honrar la memoria del patricio Juan Pablo Duarte, Fundador de nuestra nacionalidad, por entender “que las interrupciones en medio de  semana sólo entorpecen la productividad de las empresas y no favorecen a los trabajadores ni la integración familiar.”

Sin denostar el comercio,  ni la actividad industrial, antes bien resaltando su enorme importancia para el logro del bienestar, el progreso y desarrollo de la nación, habrá que recordarles a los señores empresarios, particularmente a los dirigentes del CONEP y de la AIRD, que Duarte no es un artículo de comercio. Algo que se pueda utilizar para producir, intercambiar, comprar y vender, según las leyes que rigen el mercado y que genera pingües beneficios económicos, especialmente para las clases más pudientes.

Habrá que recordarles que Juan Pablo Duarte, hijo de comerciante, burgués de nacimiento, honró su clase social sacrificando su patrimonio personal y el de su familia, para alcanzar la liberación de nuestro pueblo y la independencia de una nueva nación, con valores distintos, así sea “a costa de una estrella.”

Habrá que recordarles y hacerles saber el valor de sus sabias enseñanzas, morales y patrióticas, ejemplarizadas con su vida, para hacer posible el surgimiento  y fortalecimiento de una sociedad más justa, “donde no existan injusticias, explotaciones, ni abusos de ningún género”, como primer deber ciudadano, “sí queréis apagar la tea de la discordia  y ser felices.”

Habrá que recordarles en fin,  que  tienen, junto con  la clase política, otro tipo de responsabilidad superior que les compromete como dirigentes nacionales. No sólo incrementar  el comercio de bienes y servicios del  productor al consumidor;  no sólo de elaborar, transformar y enriquecer la materia prima con maquinarias y equipos sofisticados, valiéndose  de su capital bien habido, de técnicos y operarios mal pagados.

Sino la insoslayable responsabilidad de educar, ennoblecer y dignificar a su pueblo, inculcándole los valores que lo engrandecen, no solo extrayendo su fuerza de trabajo, para su beneficio.

Para ser coherentes, han debido abogar entonces por la movilidad de todos los días festivos, incluyendo los religiosos, sin temor a la iracundia de la iglesia, ni al respeto a las tradiciones. Pero no. Duarte es el más infeliz del Pueblo. El más ignorado, el más jodido. El iluso que se debe olvidar, porque honrarlo resulta perturbador.

Pero Duarte no es una mercancía. Algunos ilusos así lo piensan. Continuarán su lucha. Algunos harán lo imposible porque su nombre ser rescatado y resarcido. Porque su vida y su obra no sean borradas de la memoria de su pueblo. Comenzando por la abolición de una  Ley incongruente: de un Estado laico que, en nombre del comercio, sacrifica el patriotismo. Impropia del sentir nacionalista de su proponente y del Congreso que ha de legislar, sin privilegios, en nombre de la República.                     

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