En la mocedad, aún carentes de las habituales contaminaciones ideológicas y conductuales que nos embiste el rigor de la madurez, la figura de los hombres egregios que con abnegación y amor profundo nos legaron la libertad, la percibíamos como hechos sólo posibles de materializar por titanes de antiguas mitologías.
Hoy, cuando bien adentrados en lo que algunos denominan «la edad de la razón», y conmocionados por el inconmensurable cúmulo de despropósitos vandálicos, hacia nuestros valores más sagrados, es decir, la patria, percibimos a esas notables figuras dignas de constante emulación, totalmente desdibujadas en el horizonte de la desidia de estos tiempos; tiempos que, lamentablemente, están copados de relativismos y actitudes canallas que pocos, muy pocos, son capaces de servir con su personal entrega y sacrificios.
Así de inalcanzable e inasible se yergue la inmortal figura y obra descomunal de nuestro patricio: Juan Pablo Duarte.
Porque en una nación que no ha escatimado ni en sangre ni en dolor de naturaleza diversa para que sus hijos podamos ostentar orgullosos el gentilicio legado, se pisotee por viles y execrables ambiciones personales y coyunturales, lo ya forjado, traicionando de manera procaz la magna obra de aquellos prohombres.
Por ello, cuando este pueblo después de años y años en luchas reivindicativas consignadas en los derechos humanos, le es imposible cosas tan elementales como la alimentación, la salud y la enseñanza, se traiciona la memoria de Duarte.
Cuando por oscuros y abominables motivos se destruye nuestro signo monetario, la agroindustria y el medioambiente debido políticas torvas e irresponsables, se mancilla la memoria de Duarte.
Cuando se endeuda a la nación con empréstitos leoninos, «criminales», y luego no hay dinero disponible con qué honrarlos, sólo para saciar la voracidad de un clientelismo politiquero que sólo sabe inflar a una de por sí astronómica nómina pública hasta niveles casi pornográficos, se deshonra la memoria de Duarte.
Cuando no existiendo un control migratorio estricto sobre nuestra frontera, perdiendo así día a día la soberanía, que además de empobrecernos por llevar el pesado lastre de la secular e inimaginable miseria y enfermedades de nuestro vecino a este lar, se le agrega la bochornosa decisión de enviar efectivos militares como colaboracionistas de una potencia invasora (que nos ha intervenido criminalmente en dos ocasiones), para destruir naciones soberanas que nunca nos han agredido ni hecho nada, se desdeña la memoria de Duarte.
Cuando un ejecutivo no importándole un comino el destino de su nación por lo antes expresado, siendo su gestión, como cualquiera que tenga ojos para ver y oídos para escuchar puede constatar, un completo descalabro, fracaso rotundo donde quiera que los haya, imposible de soslayar a menos que sea un compromisario o un sinvergüenza, o las dos cosas a la vez, en donde el pueblo todo le ha dicho un «¡no!» rotundo por tan descerebrada y maléfica política económica que nos ha desviado del desarrollo y sumido en la desgracia y la miseria, pero que no obstante ello, este ciudadano, con una tozudez y obcecación rayanas con algo que él mismo se autodenominó, de «mentalidad de tractor», asume pese a todo, una impopular repostulación, llevándose de encuentro, tal y como haría tan pesado y tosco vehículo pesado de faenas de demolición, todo lo que encuentre a su alrededor, incluyendo el de pisotear con sus orugas la sagrada memoria del padre fundador de la nación.
Por eso, al conmemorar el natalicio de nuestro gran prócer, queremos con estas palabras expresar, que pese a todas las desgracias que abaten al pueblo dominicano, de que siempre habrá patria y personas como nuestro patricio defiendan su inquebrantable dignidad.