Duarte preterido

Duarte preterido

La figura de nuestro más excelso patriota, Juan Pablo Duarte, resulta hoy un anacronismo en una sociedad en la que la procacidad, el culto a las apariencias y las ambiciones desmedidas por el poder político y el dinero dominan el escenario nacional.

Exhibimos un país institucionalmente débil y carente de principios éticos verdaderamente respetados por nuestros dirigentes. Hemos perdido, en gran medida, la mesura y la prudencia frente a la llamada lucha de intereses políticos y económicos.

Basta con observar a nuestro entorno para encontrarnos con alarmantes signos del deterioro moral en que nos hallamos. Una gran proporción de nuestras mujeres jóvenes han perdido su recato y hoy exhiben, envueltas en atuendos minimalistas, cuerpos plastificados para despertar la lascivia de potenciales mecenas o amantes. Este destape, que nos recuerda el ocurrido en España a raíz de la muerte del caudillo Francisco Franco, ha socavado las relaciones matrimoniales y familiares. Si bien la modernidad ha traído consigo los vientos de transparencia y de liberación femenina, ha faltado una nueva visión ética que establezca responsabilidades.

Aclaramos en este punto que no somos un ser anquilosado, lleno de nostalgias por un pasado mejor, que no puede aceptar los cambios que nos traen los nuevos tiempos. En lo que sí somos intransigentes es en equiparar la libertad con la responsabilidad. El ser libres para expresarnos y hacer uso de nuestro albedrío también conlleva la responsabilidad de rendir cuentas por nuestros actos. El ejercicio de la democracia requiere de ciudadanos conscientes, capaces de responder por el fruto de sus decisiones. La cultura democrática se construye y vigoriza cada día con nuestras acciones y nuestros ejemplos. Si lo que queremos es un pueblo grosero, pues celebremos las vulgaridades de los que cínicamente esparcen sus «genialidades» con el lenguaje de las masas no educadas, a quienes supuestamente debemos incentivar para que emerjan del limitado mundo en que viven y le ayudemos a elevar su espíritu y pensamiento.

Juan Pablo Duarte consideraba la actividad política como hecha para los seres superiores, que estuvieren dotados de una acendrada vocación de servicio hacia los demás. Su receta para la felicidad colocaba la justicia en primer lugar: «Sed justos lo primero si queréis ser felices». ¿Y qué sucede en la República Dominicana con la justicia, tanto la de carácter legal como la económica? Contamos con un sistema judicial sumamente endeble y timorato, y una gran injusticia social que se refleja en la desigual distribución de la riqueza, una de las peores en América Latina.

Si nos referimos al ambiente político, estaríamos la mayoría de acuerdo en que la situación no puede ser más antiduartiana. La cruda rebatiña intrapartidista ha resaltado la falta de verdaderos principios rectores que normen el accionar de nuestras organizaciones políticas tradicionales. La población se siente desprotegida e insegura ante la falta de confianza en sus dirigentes políticos, quienes han hecho galas de promesas y compromisos incumplidos. Esta situación, que ha devenido en una grave crisis, presagia unas cuestionadas elecciones presidenciales, en las que se seguirá votando en contra o por el menos malo. Además, el poder salir de la presente crisis tomará un buen tiempo y los partidos políticos no abordan las causas estructurales que subyacen los males que padecemos, como son el flagelo de la corrupción y la impunidad a todos los niveles, el clientelismo que todo lo mediatiza, la débil institucionalidad del Estado, el pésimo desempeño de los servicios públicos, la creciente ola de violencias impulsada por el tráfico de drogas y el lavado de dinero, el serio problema haitiano, en fin, los que pretenden gobernar el país no ofrecen nuevas alternativas, las que sean suficientemente libres de la influencia de los tradicionales intereses conversadores que han dominado esta media isla desde su ingreso al círculo de las naciones soberanas.

Hoy más que nunca el país necesita líderes y orientadores que representen opciones comprometidas con el resarcimiento moral y ético de la nación, que eleven el nivel del diálogo nacional sin necesidad de denostar al que no comparte su punto de vista. En una palabra, hacen falta espíritus imbuidos del ideal duartiano, prestos a servir a la patria sin tener que exigir a cambio una tajada del presupuesto nacional por sus servicios. ¿Estamos soñando o qué?

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