Duarte y la integridad luminosa

Duarte y la integridad luminosa

Se cumplen hoy dos siglos del nacimiento del Padre de la Patria. Gracias a él, a Juan Pablo Duarte, no obstante inconsecuencias y malignidades políticas, somos dominicanos. ¡Cuán lamentable que todavía no seamos consecuentes con la  luminosa integridad patriótica de este personaje insólito, y nos inclinemos reverentes ante la fuerza primitiva de los beneficios tangibles, inmediatos e indignos!

Me dirán que la historia mundial nos muestra que el camino para la formación de las naciones donde impere la justicia social y las libertades bien entendidas y practicadas es ruta cargada de escollos, de brutalidades y abusos; que no es común ni fácil la aceptación cabal del pensamiento noble y la actitud hija de un alto sentido de dignidad y patriotismo, carente de insaciables ambiciones personales.

¡Qué insólito personaje, Juan Pablo Duarte! ¡Cuán orgullosos debemos sentirnos del fundador de la República Dominicana! No fue un soñador poético, sino un hombre de acción que no andaba paseándose por las nubes. Por eso, consciente de la necesidad de obtener una formación en el manejo de las armas, se incorporó al ejército haitiano que ocupaba nuestro territorio.

El bien recordado y respetado historiador Vetilio Alfáu Durán refiere: “En la tarde del 24 de marzo de 1843 Juan Pablo Duarte, armado de una espada, estuvo a la cabeza del encuentro bélico que se llevó a cabo en la Plaza de Armas, hoy parque Colón, breve combate en el cual Pedro Alejandrino Pina –según el historiador García–  “se señaló por su arrojo y decisión junto con Ramón Mella y Juan Isidro Pérez. Fue en ese breve e inesperado combate en donde Duarte y los jóvenes que le eran adictos recibieron el bautismo de fuego, y aunque fueron derrotados, no se desalentaron y dos días después alcanzaron el éxito”. (Alfáu Durán, Escritos en Clío. T. II).

Posteriormente, el 21 de marzo de 1844, la Junta Central Gubernativa que presidía Tomás Bobadilla, incapaz de comprender la retirada estratégica del general Pedro Santana en Baní, designó al recién llegado Duarte, General de Brigada para que le sustituyese en caso de falta y lo ayudase y cooperase con él en la defensa de la Patria contra las fuerzas haitianas.

Duarte no reparó en los peligros de tal misión, no sólo por las fuerzas invasoras sino por la lealtad de la tropa al general Santana, un guerrero agreste, indócil y habituado al triunfo.

Duarte estaba lleno de entusiasmo bélico y aguardaba instrucciones de la Junta para actuar con sus fuerzas.

No le hicieron caso a sus reiteradas peticiones. Santana, para probar el valor personal de Duarte, aceptó que éste dirigiera operaciones de avance, que Duarte acogió “sumamente animoso” como narra Mariano Antonio Cestero en su obra “27 de febrero de 1844” (p. 6).

Duarte mostró firmeza y valor al marchar a la línea de fuego que detenía a los invasores.

Queda, pues, demostrado documentalmente, el valor personal del Padre de la Patria.

Se le ha querido santificar. Elevar al cielo de los ilusos.

No es lo que procede.

Procede intentar acercarse a este hombre excepcional.

Íntegro y valiente.

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