Dueña de mi destino

Dueña de mi destino

“El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos”.
William Shakespeare

Algunos dicen que el destino es esa fuerza sobrenatural, que siendo más grande que nosotros nos empuja hacia una sucesión inevitable de acontecimientos o circunstancias de las que no podemos escapar. Todos hemos tenido esa extraña sensación de que lo inesperado va poniendo marcas en nuestro camino, llevándonos hacia una dirección desconocida.

Hay quienes ven el destino como una especie de programación, en la que no tenemos participación. Imagina que una persona construye un robot y lo “programa” para que avance 75 metros y doble a la izquierda y luego avance otros 75 metros y vuelva a doblar a la izquierda, y así repetidamente. Si luego del quinto giro el robot se desploma por un barranco y se destruye, ¿podríamos culpar al robot por haber tomado una «mala decisión»? Seguramente, respondiste que no. Ciertamente, el responsable de su destrucción es la persona que lo programó.

Muchas personas me han hecho la pregunta de si somos libres para elegir el propio camino, o estamos determinados por un destino. Yo misma me lo he cuestionado en muchas ocasiones. A lo largo del tiempo, mi relación con el destino ha ido variando. Cuando estudié astrología quedé fascinada con el concepto de destino y libre albedrío, la capacidad que disfrutan los seres humanos de elegir como responder ante las situaciones que se presentan en la vida.

Desde el punto de vista cabalístico, una buena decisión trae como consecuencia un avance espiritual, y una mala decisión genera lo contrario. El libre albedrío es el regalo de amor más grande que hemos recibido. Lo que da sentido a nuestras vidas es poder asumir responsabilidad de nuestras acciones, y madurar para tomar decisiones correctas que nos hagan crecer espiritualmente. Si no fuera así, ¿no sería este mundo un juego de marionetas, donde nadie es responsable de nada porque está siendo movido por los hilos de su destino?

El entendimiento de que tenemos un libre albedrío le daba sentido a la justicia. Podía comprender que los asesinos fueran encarcelados por los crímenes cometidos, y las personas de bien que hacen algo en pos de los demás sean reconocidas y premiadas. Luego, al estudiar la Torá encontré dos ideas contradictorias que me confundieron un poco. Por un lado, la Torá dice que tenemos libre albedrío y que somos responsables de las decisiones que tomamos, pero también dice que Dios sabe todo lo que nos va a pasar.

Si tenemos libre albedrío ¿Cómo es que Dios sabe todo lo que nos ocurrirá? Un rabino con quien estudié cabalá me respondió mediante un ejemplo. Karina, imagina que Dios sabe que Ana se va a casar con Roberto en segundas nupcias. Antes de que Roberto y Ana nacieran, Dios ya sabe que se encontrarán cuando ella tenga 52 años y el 60. La boda sera en una casa en la montaña y pasarán su luna de miel en Roccatederighi (Grosseto), en la Toscana.

Si Dios es realmente conocedor absoluto de lo que va a pasar en el futuro, esto significa que no existe ninguna posibilidad de que Ana no se case con Roberto cuando cumpla esa edad. Entonces, cuando él le pide matrimonio y ella acepta ¿es realmente un producto del libre albedrío de la pareja?

Y si realmente Ana tiene libre albedrío y es quien decide casarse con Roberto o no, entonces el conocimiento de Dios de que Ana se va a casar con Roberto no es absoluto, ya que depende de que ella lo decida, y por lo tanto Dios no sabría con certeza el desenlace.

Mateo 10:30 dice: “Hasta los cabellos de nuestras cabezas están contados”. La contradicción del libre albedrío se basa en una premisa errónea: El hecho que Dios sepa algo que va a pasar en el futuro es la causa de que eso realmente ocurra, dado que Él ya lo determinó así. Si creemos eso, nos preguntaremos, ¿cómo puede ser que Ana sea la que elige casarse con Roberto si Dios ya lo sabía de antemano?

Pensamos que si Dios ya lo sabía antes de que suceda, tiene que ser que Él lo determinó y la «decisión» de Ana es la consecuencia de eso. El poeta alemán Goethe dijo: “A veces nuestro destino semeja un árbol frutal en invierno. ¿Quién pensaría que esas ramas reverdecerán y florecerán? Mas esperamos que así sea, y sabemos que así será”.

Mi amigo rabino me aclaró que nunca vamos a poder entender realmente a Dios. Lo que podemos hacer es relacionarnos de mejor forma con Él, al buscar conocer su comportamiento. La creación no puede entender a su Creador. Lo que determina qué va a pasar es la decisión de la persona, y el hecho que Dios sepa lo que va a pasar es la consecuencia. ¡Justo al revés de como pensamos!

Cuando Ana se plantea la posibilidad de casarse con Roberto, siente, piensa y luego decide que sí quiere casarse, el hecho que Dios ya sabía su decisión no condiciona a Ana a tomarla, sino que ella eligió mediante su libre albedrío casarse con Roberto y Dios que puede ver el futuro, observa la decisión no como causa, sino como consecuencia.

En la dimensión espiritual, el tiempo es circular. Imagina que Dios viaja en el tiempo al año 2018, y observa el matrimonio de Roberto y Ana en Roccatederighi. Entonces vio que Ana, producto de su propia decisión, se casó con Roberto. Luego, volvió al pasado (a una época en la que ni Roberto ni Ana han nacido aún) con ese conocimiento.

El modo sencillo en que recibí esta explicación solucionó la aparente contradicción y me permitió comprender que ambas afirmaciones pueden convivir simultáneamente. En el espíritu no hay limitaciones de tiempo ni espacio. Por ejemplo, un Ángel puede estar en varios lugares con diferentes personas al mismo tiempo. En chamanismo pude constatar como el alma, al ser una creación espiritual, también tiene esta característica.

Con relación al tiempo, es por muchos sabido que sólo podemos ver, sentir y vivir el presente. El pasado existe gracias a la memoria que nos permite traerlo al momento actual. El futuro lo vemos gracias a la imaginación que lo trae al aquí, ahora. Todo está disponible al mismo tiempo: pasado, presente y futuro. La definición de eternidad es estar fuera de las limitaciones del tiempo y del espacio. Dios es eterno y nuestra vida en el espíritu también es eternal.

Dios es eterno. Es así como Dios sabe en el presente lo que una persona va a decidir en el futuro, y Su saber no condiciona lo que acontecerá, sino que Su conocimiento es el resultado de la decisión que la persona ha tomado. Particularmente, no necesito comprenderlo todo. Prefiero quedarme con la verdad que me hace sentir más completa, entera y plena.

Cuanto más nos acercamos a Dios, más realistas nos volvemos respecto de nuestras propias limitaciones. Internalizamos que la realidad de cada ser humano es pasajera y que sólo el Espíritu es eterno. Este fin de semana, pude compartir “Love Vision” con el primer grupo de Santiago, un grupo de personas entrenadas para transformarse desde el amor y empoderadas para diseñar su destino acorde al plan divino.

El escritor inglés Charles Reade dijo: “Siembra un acto y cosecharás un hábito. Siembra un hábito y cosecharás un carácter. Siembra un carácter y cosecharás un destino”. Los judíos tienen la costumbre de llevar dos pedazos de papel, uno en el bolsillo derecho y otro en el bolsillo izquierdo.

Un papel dice: «Todo el universo fue creado sólo para mí» (Talmud, Sanedrín 38a). Y el otro tiene las palabras de Abraham: «No soy sino polvo y cenizas» (Génesis 18:27).

El plano material esta lleno de contradicciones que desaparecen en el plano espiritual. El conocimiento de Dios nos hace humildes mientras descubrimos nuestra grandeza. Me siento dichosa de compartir mi camino, expandiendo el amor que crece en mí cada día más. Al mismo tiempo, reconozco que nada de lo que entrego es mío, sino que me ha sido dado y por gratitud lo reparto.