Dura prueba

Dura prueba

 La fuerza torrencial de los aguaceros que han causado  desbordamientos de ríos y cañadas con saldo de varios muertos, y daños en los  ámbitos habitacional, vial  y agrícola, de la nación coincidió con el inicio de la temporada cliclónica, un indefectible  período anual de expectativas dramáticas. Somos una isla justo en el trayecto de los huracanes de este hemisferio.

El primer balance indica que el gobierno tendrá que asumir de emergencia una inversión de 350 millones de pesos para las reparaciones urgentes.

Ocho puentes de varias provincias del Cibao están averiados y se sabe de otros daños importantes en infraestructuras de riego, además de la destrucción de plantaciones con frutos listos para la cosecha.

Gracias a un gran mecanismo de socorro, presidido por el Comité Nacional de emergencias, existe, más que antes, la posibilidad de alertar y movilizar a las personas que residen en zonas bajas, que de buenas a primeras puedan estar expuestas a perder sus casas y sus vidas.

Esta vez el período de lluvia no ha llegado a ser  suficientemente intenso para que sufriéramos daños verdaderamente catastróficos, pero el mundo vive una época que presagia grandes trastornos climáticos por efecto del calentamiento global.

Fenómenos como El Niño, y los indicios de que  la subida del nivel del mar en todo el planeta, con particular efectos graves sobre las islas, a causa del deshielo en los polos, será más rápido de lo que se pensaba obligan a enfocar  estas inclemencias de la semana que termina como una muy seria advertencia de que este país debe organizarse al máximo y reservar medios y recursos parar protegerse de alguna posible frecuencia inusual de tormentas y de huracanes particularmente intensos.

                        II                                            

Nos queda cerca el ejemplo de Cuba, un país del que no distamos mucho en cuanto a nivel de desarrollo, aunque le estemos rezagados en cuanto a educación y a organización estatal y cívica para el manejo de emergencias.

Esa isla hermana es un ejemplo, no solo para nosotros, sino para el  resto del mundo oír su eficiencia  al movilizar y proteger a las colectividades que  de repente queden expuestas al golpeo terrible de fenómenos naturales.

El balance de víctimas mortales, por la incidencia de comportamientos catastróficos del clima, siempre ha sido impresionantemente menor en Cuba en relación a países vecinos, incluso Estados Unidos, cuando han estado sometidos a los mismos siniestros.

La seguridad que el Estado cubano logra para su ciudadanía no está, evidentemente, basada en una abundancia de recursos materiales.

Su ventaja está basada, innegablemente, en una poderosa voluntad política y una tenacidad y disciplina para convertir las experiencias en lecciones que han condicionado sus comportamientos, para  asumirlos, sin tapujos, cuando la desgracia se acerca.

Si la humanidad –-como parece- está entrando en un período azaroso y de alto riesgo  porque el planeta comienza a cobrar los daños de la contaminación, la República Dominicana tendrá que ser tan efectiva y diligente como el que más para que ninguna furia de viento y agua nos agarre asando batata en el 2007.

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