Durmiendo con el enemigo

Durmiendo con el enemigo

Desde que el reino español en el siglo XVII consintió que los piratas europeos incursionaran en la costa occidental de la isla, despoblada y descuidada, para venir a buscar su alimentación, y luego reconocerle su derecho a la ocupación a raíz de esos asentamientos que fueron santificados con el tratado de Ryswick, se plantaron las semillas de un conflicto que ahora en el siglo XXI amenaza con sacudir a los 20 millones de habitantes de la isla.

La historia transcurrida, y contada según los intereses de cada autor, es prolífica en una trayectoria de ambiciones e incapacidades que ha llegado al punto cuando la sobrepoblación estremece la isla para intentar buscarle una solución con una nación que quiere imponerse, después de años de indiferencias y descuidos con la soberanía, pisoteada por una lluvia de presiones y acciones que empujan a los dominicanos a sacudirse de esa indolencia y hacerse respetar para hacer valer los derechos de su libertad conquistada en 1844.

Por siglos, cuando los dominicanos adquirimos conciencia de nuestra nacionalidad y soberanía, hemos convivido y compartido con una raza, que pese a los estrechos lazos de socialización que nos unen, no es leal y sueña que alguna vez volverán a degollar dominicanos como ya lo hizo su padre de la Patria, Dessalinnes, en Moca en 1805.

La vida humana tiene muchos cambios, y desde aquella vez en el siglo XVIII que Haití era la colonia mas próspera de Francia mientras la parte española de la isla vivía sumida en la pobreza más espantosa por el descuido de España, hasta ahora en pleno siglo XXI que la prosperidad dominicana es el atractivo de más de un millón de haitianos y muchos más presionando para sobrevivir con su trabajo en territorio dominicano, han ocurrido muchos acontecimientos y episodios que sirven para ensanchar la brecha de sospechas y recelos de dos razas enfrentadas, una para proteger su territorio y la otra decidida a no dejarse morir en el suyo, ya devastado por ellos mismos.

Con el plazo que concluyó la pasada semana, para proceder a la regularización de extranjeros, hay una nueva tendencia en la población dominicana, que por primera vez desde aquellas guerras patrióticas de 1844 a 1856 no se destacaba para exigir que se respete la soberanía y de agruparse en torno a las autoridades y que no flaqueen en su plan de organización y respeto a la soberanía para que el mundo se dé cuenta que hay una sola consigna de hacernos respetar y que se reconozca el derecho de que los dominicanos tienen que hacer lo que está en sus manos de acuerdo con la convivencia pacífica internacional de salvaguardar el territorio.

La invasión pacífica haitiana fue notoria hasta el pasado día 17, era una avalancha que saturaba las calles de nuestras ciudades como hacía años que no ocurría desde la muerte de Trujillo. Desde aquella ocasión la zona fronteriza se volvió inhabitable para los dominicanos, que abandonaban los poblados y hasta dejaban sus humildes viviendas a una masa haitiana que se instalaba en zonas dominicanas para trabajar en los terrenos de los terratenientes fronterizos y sus hijos asistían a las escuelas y sus mujeres parían en los hospitales dominicanos. En cambio, los dominicanos preferían venir a la capital para vivir miserablemente e ilegalmente a orillas de los ríos Ozama e Isabela, a la espera de que los gobiernos los reubicaran en lugares más seguros, y luego, otros instalarse en los sitios despejados por el desalojo previo.

Y dormimos con el enemigo, con eso de las invasiones debido al éxodo fronterizo de los que se refugian a orillas de los ríos Ozama e Isabela. Son invasiones para ocupar las riberas de los ríos y se aceptan bajo la mirada complaciente de las autoridades, a sabiendas que tal cosa está prohibida. Siempre consiguen llamar la atención de los gobiernos, ya sean con evacuaciones forzosas cuando se avecinan los huracanes o se les promete reubicarlos en lugares más seguros, como ha ocurrido en el pasado con Las Caobas desde la Ciénaga y ahora con la Nueva Barquita.

 

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