Energía, calentamiento y alternativas
Hace poco más de 20 años comentábamos en un grupo de discusión política y ecológica sobre la necesidad de que la República Dominicana volviera sobre sus pasos hasta la encrucijada en que nos equivocamos de camino. Sosteníamos que nuestro país tenía que regresar a la tierra como principal activo de su desarrollo; buscar urgentemente otras alternativas de energía que nos liberara de la compra de petróleo; renunciar al tipo de transporte público atomizado que nos imponían los sindicatos de choferes; recuperar a como diera lugar el transporte ferroviario para el transporte de cargas y de pasajeros interprovincial; detener la escalada de importación de productos suntuarios, y detener el crecimiento horizontal de nuestras ciudades más grandes, principalmente nuestra ciudad capital.
Todas esas opiniones estaban estrechamente conectadas a la cuestión ecológica: la protección y el manejo adecuado de nuestros suelos productivos, la protección de nuestros bosques y nuestra atmósfera, la economía de combustibles importados, la reducción del (innecesario y excesivo) parque vehicular, el aprovechamiento máximo de las alternativas de transporte masivo, la disminución de elementos químicos (importados) en la dieta dominicana, y el aprovechamiento máximo de los espacios habitacionales evitando la ocupación de tierras productivas y zonas de acuíferos.
En esa época esas opiniones parecían opuestas a un supuesto desarrollo que seguía teniendo como base energética la importación de petróleo y la esperanza de compra de nuevas unidades termoeléctricas, y como base productiva al turismo, incentivado como recurso incuestionable para la supervivencia y crecimiento económico de la República Dominicana.
Poco más de veinte años después estamos en una situación de verdadera calamidad energética, económica, habitacional, alimenticia, del transporte y, en consecuencia, ecológica. A lo que se suma la niebla que oscurece nuestro futuro como nación.
Podríamos decir que todo se debió (y se debe) a que no se tomaron medidas para disolver las ataduras con el petróleo, como estaban haciendo otros países, como Brasil, por ejemplo. Pero también se debió (y se debe) a que dejamos de lado nuestro principal activo: la tierra.
En estos momentos la tierra sigue siendo nuestro principal activo, tanto para la producción de alimentos (para el consumo nacional y la exportación) como para la producción de combustibles a partir de biomasa. Es decir, nuestros principales problemas son de alimentación y de producción de energía, y para ambos tenemos de lo que muchos países carecen: tierras productivas, aunque una parte de ellas se ha ido sepultando con el crecimiento de las ciudades, pero puede recuperarse.
La cuestión está en que algunos de nuestros gobiernos alguna vez asuman seguidamente que se deben al Estado, que no pueden actuar fuera del Estado. Y es el Estado -conformado por nuestra nación, patria y país- el que ahora necesita que se gobierne para la población y no para los grupos económicos.
La cuestión de la biomasa
Los países tropicales son los mayores productores de biomasa en el mundo. Nosotros, como isla, somos también un gran productor de biomasa.
La biomasa es la sustancia orgánica RENOVABLE de origen vegetal o animal que sostuvo el desarrollo de la humanidad hasta el inicio de la revolución industrial y el consumo de combustibles fósiles.
Aunque su utilización implicó la desaparición de muchos bosques su recuperación en estos momentos sería la salvación del planeta, habida cuenta de que actualmente ya se conoce la alternativa del manejo sustentable de los recursos naturales fundamentales: bosques y agua.
Toda la materia viva que hay sobre la tierra tiene su origen en la transformación de ciertas sustancias inorgánicas en orgánicas por parte de las plantas. La energía que utiliza esta fabulosa factoría planetaria es la luz solar. A través de la cadena alimenticia de los distintos seres vivos, incluidos los microorganismos, casi toda la biosfera se nutre de esta captación original de energía.
La tecnología al servicio de la conservación ha logrado convertir la biomasa en energía renovable, y representa en estos momentos la esperanza de liberarse de la esclavitud del petróleo, que en realidad es también biomasa, pero separado ya de los ciclos naturales activos.
La diferencia entre la biomasa y el petróleo
La materia vegetal al quemarse produce anhídrido carbónico (CO2) y agua (H2O), compuestos que forman parte de la atmósfera en ciertas proporciones. Los constantes ciclos a que están sometidos estos componentes les permiten volver a pasar a la materia vegetal en el proceso de crecimiento de las plantas, en un ir y venir incesante, mientras que la composición de la atmósfera se mantiene dentro de valores constantes. Es decir, no hay con ello contaminación ni pérdidas definitivas de anhídrido carbónico ni de agua.
Ahora, cuando se quema petróleo se liberan grandes cantidades de CO2 que estaban retiradas de la dinámica de la biosfera, de los ciclos ecológicos, contribuyendo a elevar la proporción de este gas en la atmósfera. Una de las consecuencias del incremento de CO2 es el llamado efecto invernadero, que es el calentamiento por retención de la radiación solar reflejada. Los combustibles fósiles, además, producen óxidos de azufre, carbono y nitrógeno (SO2, CO, NOx),, partículas, hollines, metales pesados, etc., que son elementos extraños a la atmósfera y, por tanto, agentes contaminantes de la misma.
Estos contaminantes ocasionan problemas ambientales tan graves como las lluvias ácidas o el deterioro de la capa de ozono, además de contribuir al efecto invernadero.
Por esa razón, el uso de la energía no puede ser analizado solamente desde el punto de vista de sus ventajas para el desarrollo económico inmediato, sino desde un enfoque integrado que tome en consideración sus efectos secundarios perjudiciales para el planeta y para la sociedad.
En términos generales. Quemar biomasa no afecta el ambiente porque ésta se reintegra a los ciclos naturales, al ambiente. Quemar petróleo contamina, afecta al ambiente, daña la salud del planeta y de todos los seres vivos. Entonces, ¿porqué seguir usando petróleo, principalmente en los países donde tenemos tanta biomasa para convertirla en energía no contaminante?
El planteamiento del Consorcio Tecno DEAH
El Consorcio Tecno DEAH es actualmente el proyecto más serio que tenemos en la República Dominicana y la República de Haití para la producción de biomasa, y a partir de ella la producción de Etanol y otros subproductos, como el combustible para cocina.
El proyecto consiste en rehabilitar las plantaciones de caña y otras zonas para la producción de caña y sorgo.
Tecno DEAH plantea que dado el deterioro actual de los cañaverales, los avances tecnológicos de los últimos años en el cultivo y la inexistencia de recursos de los pequeños productores, es imprescindible la creación de un sistema de apoyo técnico al productor agrícola de biomasa, facilitándole modernas tecnologías agrícolas, mercadeo adecuado de su biomasa y posibilidades de financiamiento. La propuesta más factible hoy en día para la Hispaniola es crear un equipo técnico capaz, que brinde asesoría técnica y sea remunerado por el industrial al momento de adquirir la biomasa, bajo un por ciento pequeño del costo de la caña de azúcar y en proporción a su calidad y rendimiento. Así, el agricultor no tiene que desembolsar las asesorías y éstas se llevan a cabo. Este modelo ha funcionado de maravillas en otros países y en la República Dominicana en el banano de exportación.
Tecno DEAH se propone como metas para los próximos 10 años: Crear de forma masiva entre 1 a 4 empleos rurales directos por hectárea de biomasa sembrada y procesada industrialmente en etanol (260 mil empleos para 4,200,000 tareas a sembrar); mejorar la balanza de pagos reduciendo importaciones de combustibles fósiles por US$550,000,000 (1,350 millones de litros de alcohol anuales); producir 350MW de energía durante 4,500 horas anuales (durante el período de la zafra); aumentar los ingresos rurales de más de US$1,100,000,000 anuales; ahorrar al Tesoro del Estado Dominicano US$800,000,000 cada año; eliminar cada año 3,500,000 toneladas de carbono sustituyéndolas por un combustible más limpio y producido localmente: el etanol.