Ecología

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POR DOMINGO ABREU COLLADO
A un grupo de animales del medio silvestre los seres humanos les hemos reiterado que llevan las de perder. No obstante, algunos de ellos presentan lo que podría llamarse una “resistencia reproductoria” a esa realidad. Es decir, por más que se les persigue siempre están reproduciéndose como estrategia para no desaparecer como especie ante la persecución.

Entre los animales más despreciados se encuentran los reptiles, y encabezando ese desprecio están las culebras y serpientes. Luego, en ese mismo orden despreciativo, les siguen los anfibios, como los sapos y ranas, para luego terminar con los lagartos.

En adelante, como siguiendo el mismo orden evolutivo de la conversión de los reptiles en aves, el sentimiento de desprecio comienza a desaparecer con las minúsculas avecillas y pasa a transformarse en amor mientras más grande y colorida es el ave.

No se conoce a ciencia cierta la razón del desprecio (o temor) por los reptiles, principalmente por las culebras. Es posible que esa habilidad de las culebras, de moverse sin tener brazos ni piernas, sea una de las causas de su repulsión.

Otra causa puede ser su sangre fría, característica propia también de los sapos y una de las razones más “repulsivas” al contacto para mucha gente. Sin embargo, llama la atención esa cierta identificación entre los reptiles y la gente que los porta o intenta domesticarlos, quienes por lo general se muestran como antisociales, desadaptados o “rosca izquierdas”.

Para nosotros, animales de sangre caliente, es un problema entrar en contacto con animales de sangre fría. Pero para ellos, su único problema es encontrar calor los días de lluvia o nublados. Eso hace que tanto reptiles como anfibios prefieran las selvas tropicales. Es decir, los reptiles y anfibios que no están capacitados para regular la temperatura interna del cuerpo encuentran condiciones ideales de vida en las selvas tropicales. La temperatura es uniforme todo el año y bajo el dosel selvático varía muy poco durante el día. Por tanto, estos animales de sangre fría pueden mantener una temperatura relativamente constante que les permite actuar sin tener que recurrir a adaptaciones especiales para evitar el calor o el frío.

Muchos de estos animales se han adaptado morfológicamente, de muy diversos modos, a la vida en los árboles. Algunas serpientes arborícolas poseen cuerpos tan finos y delgados con escamas angulosas en el vientre que les permiten sujetarse a la corteza. Las patas de los gecos (lagartijas arborícolas del bosque húmedo) y ranas arborícolas tienen almohadillas o ventosas encrespadas que les proporcionan mayor adherencia, y algunas serpientes, lagartos y ranas han desarrollado “alas” gracias a las cuales escapan de los depredadores.

Las serpientes terrícolas (no las de la Luna) y muchos lagartos utilizan el olfato para rastrear sus presas, pero en los árboles las serpientes pierden el rastro oloroso cada vez que su presa cruza a otra rama, por lo que muchas serpientes arborícolas se valen más de la vista para detectar presas. Ah, lo de la Luna es sólo un chiste.

La pregunta más estúpida del planeta

La pregunta más estúpida del planeta comenzó a ser oída probablemente cuando empezaron a destacarse las cualidades de determinados animales para servirle a los seres humanos, o mejor dicho, para que los seres humanos se sirviesen de determinados animales.

Entre esos animales “serviciales” cobraron notoriedad el caballo y el perro. Junto con el caballo (naturalmente) el burro y el mulo. Y como para no desaprovechar tan fuertes patas la gente decidió montarse en todos los cuadrúpedos que pudieran ser domesticados: camellos, bueyes, elefantes, yaks, dromedarios… todos.

Aquellos animales cuyas características naturales les colocan fuera de nuestro absoluto dominio para el servicio doméstico pasaron a ser atractivos de circos y zoológicos, por lo que su “servicio” se catalogó como “para el entretenimiento”, aunque para ello debieran ser torturados, como ocurre con los delfines, focas, leones y otros muchos animales.

Dentro del servicio soñado por los seres humanos está el volar a lomos de un ave, así como surcar los mares (sin sumergirse) a lomos de un delfín o una ballena, animales a los que se empeña en “domesticar” a fuerza de hambre.

Quizás la posibilidad de clonar un pterodáctilo subsane la “necesidad” de un gran ave para surcar los cielos. Claro, habrá que ver qué opinarán los pterodáctilos en caso de que los traigamos de vuelta desde la extinción. Porque lo primero será tratar de convencerlos de que son aves.

A todo esto, la pregunta que anunciamos al principio y que muy poca gente puede decir que no la ha oído: “¿para qué nos sirven tantos animales?”. Esa seguirá siendo la pregunta más estúpida del planeta mientras sigamos pensando que todo lo que existe en la naturaleza se originó para servirnos.

¿Cómo llegaron hasta ahí?

Imaginamos que llegar a ser un reptil no es la gran conquista. Pero haberse pasado 50 millones de años preparándose y planificando como graduarse de reptil debe ser de gran orgullo para cualquier anfibio.

Y eso fue lo que realmente pasó. Durante 50 millones de años los anfibios fueron con mucho los mayores animales capaces de moverse por tierra con suficiente eficacia. Pero todavía dependían del agua dulce, donde se alimentaban y ponían sus huevos. En un principio la tierra seca, escasa de alimento apropiado, no fue ocupada por los vertebrados.

Entonces los insectos comenzaron a colonizar las zonas secas y hace 325 millones de años ocurrieron cambios que permitieron a los anfibios invadir nuevos hábitats y explotar aquella nueva fuente alimenticia, dando origen a los reptiles.

Los anfibios de tierras acuosas evolucionaron, pues, en reptiles de tierras secas. El cambio más notable de esta evolución consistió en poner huevos con cáscara. El animal pudo poner sus huevos en tierra y continuar junto a su fuente alimenticia sin necesidad de regresar al agua a desovar. Paralelamente se desarrolló la fecundación interna.

El huevo terrestre no es por sí solo suficiente para producir un auténtico animal de tierra, y los primitivos reptiles se alimentaban en el agua. Otro gran avance evolutivo fue la obtención de una piel córnea y seca que evitaba la pérdida del agua interna. Al mismo tiempo, los pulmones se amplían y se hacen más eficaces, pues los reptiles no podían respirar a través de la piel, como los anfibios. Y relacionado con este progreso respiratorio hubo otro que afectó a la circulación sanguínea, que se dividió en dos corrientes separadas a través del corazón.

Nuestro hermoso cocodrilo

Siendo americano y de ojos claros no es gringo, es nuestro cocodrilo, el Crocodylus acutus, de una tonalidad verde olivo y marrón, colores en los que nadie se pone a pensar cuando se ve de cerca. Y no es para menos cuando de quien se habla es un animal de casi ocho pies de largo y con una sonrisa que eriza los pelos.

Según Andreas Schubert, autor de “Monstruos Simpáticos, los cocodrilos del Lago Enriquillo”, “el cocodrilo americano es tal vez la especie con la distribución más amplia del Nuevo Mundo, habitando grandes partes de las costas neotropicales. En el Océano Atlántico y sus mares adyacentes abunda en la costa desde la Bahía de Campeche en México hasta la boca del Río Orinoco en Venezuela. Está además en el extremo sur de la Florida, en Cuba, en La Española (República Dominicana y Haití) y Jamaica. En las costas del Océano Pacífico habita las costas del estado mexicano de Sinaloa hasta el estuario del Río Chira en el norte del Perú”.

Siendo relativamente gregario en relación con otras especies anfibias, comparte su hábitat con otros cocodrilos y con caimanes. Por lo regular fabrica sus nidos en la arena, pero donde no hay suficiente arena puede construir montículos de tierra evitando inundaciones.

Aunque una vez el cocodrilo americano abundaba en todos los países indicados, actualmente muchas poblaciones están extintas o han disminuido considerablemente en número como consecuencia de su cacería para la utilización de su piel y debido a la destrucción de sus hábitats.

Nuestro cocodrilo se alimenta de peces, aves, tortugas y mamíferos pequeños. Los neonatos se alimentan principalmente de invertebrados acuáticos y terrestres.

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