Ecología

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POR DOMINGO ABREU COLLADO
La transgenia  y los riesgos ambientales

El libro “¿Un Mundo Patentado? La Privatización de la Vida y del Conocimiento”, recientemente puesto a circular en la República Dominicana, descorre las cortinas mediáticas de la publicidad del mercado para exponer a la luz pública las nuevas intenciones y peligrosos logros de los productores de transgénicos y los diseñadores de políticas privatizadoras de los conocimientos.

Creo que por primera vez se tratan en conjunto esos dos peligros mundiales, ambos engendrados en principio como iniciativas de solución a dos problemas de la humanidad: el hambre y el manejo de la propiedad de los conocimientos.

Los avances experimentados en la ingeniería genética han permitido “rediseñar” determinados alimentos, lo que se ha mostrado como una propuesta para aumentar la producción alimentaria en el mundo, e incluso producir alimentos (plantas) de calidad superior a los ya existentes y más resistentes a sus enemigos naturales en el medio silvestre.

Por otro lado, la tecnología informática ha experimentado tal desarrollo que ya no es posible la privacidad, salvo la que establecen quienes manejan dicha tecnología, lo que se ha propuesto como una alternativa a una mayor difusión de los conocimientos… pero solamente de determinados conocimientos.

El gran problema es que ambas corrientes, en manos del comercio y de los gobiernos de los países desarrollados, condicionan la estabilidad de la biodiversidad en el planeta y condicionan la libertad y los derechos de los países en vías de desarrollo, principalmente el derecho a la información y al conocimiento.

Los recursos que fueron propiedad de todo el planeta, tales como los productos de la tierra y el mar que garantizan la alimentación, van encontrando propietarios que van poco a poco patentando a su nombre -aunque parezca exagerado- lo que antes pertenecía a toda la humanidad. En lugar de la propiedad de la tierra parcelada, dentro de poco todo lo que se siembre tendrá que contar con la autorización -previamente pagada- del dueño universal de las semillas.

Paralelamente, todo lo que se produzca intelectualmente -sea literatura, música o el menú de cocina vernácula de cualquier región- tendrá un propietario sin cuyo permiso esa producción no podrá ser disfrutada, ni siquiera por el mismo autor.

Toda la ficción de la que hemos sido capaces hasta ahora queda ridiculizada ante la realidad de lo que acontece en estos momentos y de lo que está por acontecer en los próximos años en términos de ingeniería genética y privatización de bienes materiales y culturales.

No falta mucho para que la ingeniería genética coloque en el mercado un catálogo de opciones para tener hijos con el color de piel elegida, el color de ojos, el tipo de pelo, la estatura seleccionada, las capacidades deseadas, el coeficiente intelectual más alto y genéticamente condicionado contra determinadas enfermedades. Pero solamente podrán tener acceso a determinados hijos o hijas quienes puedan pagarlos.

¿Estamos listos para la nueva raza perfecta que vivirá a costa de los pueblos imperfectos?

La tecnología terminator

Se conoce como “Terminator” a una tecnología de producción de semillas que incorpora determinados cambios genéticos para que los productos nacidos de esas semillas no puedan reproducirse espontáneamente. Es decir, el Sistema de Protección de Tecnologías (TPS en inglés), conocida como “terminator” incorpora una característica que mata los embriones, de manera que las semillas no se pueden guardar y volver a sembrarse. Así, el agricultor está obligado a comprar semillas cada vez que va a sembrar, obviando el sistema de milenios de seleccionar las mejores semillas de su última cosecha para la nueva siembra.

En 1998, año de la aparición de estas “semillas suicidas”, el rechazo mundial obligó a sus inventores (Monsanto) a una moratoria en su producción, pero en realidad lo que ocurrió fue que se armó un largo lobby para saltarse dicha moratoria. O como dice Pat Mooney en el libro “¿Un Mundo Patentado?”: “El mundo entero creía que la tecnología Terminator estaba muerta y que la moratoria de facto de 1999 había cerrado el tema sobre la esterilidad de semillas transgénicas. Sin embargo, a esta reunión (en Bangkok, Tailandia, en febrero del 2005) también acudieron en tropel los cabilderos de la industria: no solo Monsanto y Delta / Pine Land representando a la industria internacional de semillas, sino también Crop Life International por las compañías de plaguicidas y Pharma por las gigantescas compañías farmacéuticas, quienes tienen enormes inversiones en plaguicidas y semillas, y tienen un muy especial interés en que Terminator abra el camino a los farmacultivos, plantas diseñadas genéticamente para producir drogas y otros compuestos químicos.

“Lo mejor de todo es que las compañías habían convencido al gobierno canadiense hacer el trabajo sucio y tomar la delantera en contra de la moratoria. Como Estados Unidos no ratificó el Convenio de Diversidad Biológica, el respaldo de los países miembros era fundamental. Australia, Nueva Zelanda y Argentina, aunque porristas confiables, no eran aliados populares. El apoyo canadiense confundiría al Sur, logrando el silencio de las delegaciones carentes de instrucciones”.

La agricultura y la tecnología

Algunos párrafos del artículo “El Orden Agrícola Mundial y la Sustentabilidad Tecnológica”, del Dr. Ulrich Brand, y que también aparece en el libro que tratamos, llaman la atención sobre esta situación tan amenazadora.

“El desarrollo de variedades ‘modernas’ de alto rendimiento, tales como el maíz, como resultado del cruzamiento o de la manipulación genética, requiere el reabastecimiento con especies ‘tradicionales’; y este reabastecimiento se asegura, sólo parcialmente, mediante los recursos fitogenéticos recogidos ex situ, quiere decir, fuera del lugar de origen de las plantas. De allí proviene la importancia del material mantenido in situ, es decir, del acervo vegetal que permanece dentro del proceso evolutivo. Es por esto que existe una ‘interdependencia genética’ entre el Norte y el Sur.

“Debido a esto surgen varios interrogantes de  índole política y jurídica relacionados con los de carácter económico: ¿A quién pertenece la diversidad biológica y el conocimiento de su uso, desarrollado durante siglos? ¿Quién dispone del acceso a los recursos fitogenéticos? ¿Cómo se distribuyen los beneficios derivados de su comercialización? Ya en este lugar se debe indicar que los términos ‘Norte y sur’ de ninguna manera se deben emplear en forma homogeneizadora. Por una parte, no todos los países industrializados abogan por los mismos intereses (por ejemplo, con respecto a las materias primas para determinadas tecnologías); y por otra, no todos los países del sur disponen de una diversidad biológica abundante. Además, la suposición de que la diversidad biológica en el sector de los recursos fitogenéticos se ubica, sobre todo, en los países del Sur, es sólo parcialmente válida. Una gran parte de las reservas fitogenéticas actualmente conocidas se encuentra en recolecciones ex situ, o sea, en herbarios privados y públicos, en bancos genéticos o en jardines botánicos, todos los cuales se ubican mayormente o bien en los países del Norte, o bien bajo su control, en los centros internacionales de investigación agrícola. No obstante, estas recolecciones originalmente provienen, en su gran mayoría, también del Sur, lo cual constituye el núcleo de los conflictos políticos actuales”.

Monsanto y el maíz mexicano

Monsanto y es una de las más poderosas compañías que opera con productos transgénicos. En México, los cultivos transgénicos se iniciaron en 1988, pero sus autoridades de agricultura sostienen que fue en 1998 cuando se autorizaron ensayos con transgénicos en ese país.

Greenpeace México, en su participación en el libro “Un Mundo Patentado?”, llama la atención sobre el hecho de que “Un informe elaborado por el Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones Agro biotecnológicas (ISAAA), un grupo que promueve el uso de la biotecnología, financiado por corporaciones dedicadas a la venta de productos genéticamente modificados como Bayer, DuPont, Monsando y Syngenta, así como por el Banco Mundial y la Fundación Rockefeller, resalta que en 2004 la superficie mundial de cultivos biotecnológicos (transgénicos) fue de 81 millones de hectáreas, por lo que creció 20 por ciento respecto al año anterior. “Es la primera vez que el crecimiento absoluto de la superficie sembrada con cultivos biotecnológicos fue superior en los países en desarrollo (7.2 millones de hectáreas) que en los industrializados (6.1 millones de hectáreas)”, resalta el informe de ISAAA, difundido el 12 de enero del 2005 en la página de Internet de Monsanto a través de un boletín de prensa, en donde no se menciona que en las naciones industrializadas ha existido un creciente rechazo, por parte de los consumidores y de los agricultores, a los productos transgénicos.

“Dicho informe declara a México como “mega-país biotecnológico”, porque ya se siembran 75 mil hectáreas de cultivos transgénicos. Estos cultivos se han dado pese a que en el país aún no existe ninguna legislación que regule la siembra de productos transgénico.

“Cabe resaltar que México es considerado entre los diez países con mayor diversidad biológica, además de que es centro de origen de diversos cultivos, entre ellos el maíz”.

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