ECOLOGÍA
La agresividad en los animales

ECOLOGÍA <BR><STRONG>La agresividad en los animales</STRONG>

POR DOMINGO ABREU COLLADO
Habrán notado que los dos temas anteriores trataron sobre actitudes animales que son asumidas también por los seres humanos: la risa y el miedo, relacionados respectivamente con la felicidad y el terror, asociada esta última a las amenazas y al riesgo.

Una tercera actitud, también asumida por los humanos, es la agresividad, relacionada con los animales en asociación a su ferocidad, su condición salvaje, de fiera no domesticada, “de bestia sanguinaria” y otros calificativos no menos desviados, calificativos que cuando son asociados a los seres humanos tienden a limitar la capacidad de estos últimos para ser más sanguinarios que cualquiera de las bestias conocidas. Es decir, a la hora de ser sanguinario no hay animal capaz de superarle.

A una persona con instintos criminales regularmente se le compara su actitud con la “ferocidad de un león”, con “la maldad de un chacal”, con “lo asesino de un tiburón blanco” o con el “bajo instinto del buitre”, cuando en realidad los seres humanos hemos desarrollado capacidades criminales que en la práctica superan cualquier fantasía de terror.

La ferocidad en los animales es un recurso para la supervivencia, no una intención “criminal” real. Es más bien un histrionismo aprendido, heredado y desarrollado para disuadir a competidores, sea entre sus congéneres o frente a otros animales del medio en que vive.

Los animales -en el medio natural- fingen agresividad más que sentirla realmente. Se ayudan de poses para alejar el peligro, y a menos que se trate de una presa para la satisfacción del hambre propia o de la necesidad de la manada, no persiguen otros animales por odio, por rencor, por desprecio o por simples sospechas. Estas últimas son actitudes propias de los seres humanos.

Algunos animales, como los gorilas, en prevención del peligro a que pueda estar expuesta su familia, recurren a grandes ruidos y rápidos movimientos, como rugidos, carreras, quiebra de árboles y a otros recursos de aspecto feroz mientras su familia huye hasta ponerse fuera de peligro. Según los investigadores del comportamiento de los gorilas éstos no atacan en realidad, actúan y sobreactúan para intimidar a los intrusos, eso los hace víctimas fáciles de cazadores y buscadores de trofeos: sus manos y sus cabezas; y de sus crías para ser vendidas a los zoológicos.

Los felinos (leones, tigres, leopardos, guepardos, panteras, pumas, etc.) pueden ser feroces buscadores de comida, pero ya saciados les importa poco lo que ocurra a su alrededor, salvo que ello no ponga en peligro la tranquilidad de sus cachorros.

Una actitud similar asumen los caninos: perros, lobos, zorros, hienas, dingos, etc., quienes tienden a retirarse a sus madrigueras y poner por medio la mayor distancia entre su familia y sus posibles agresores, los seres humanos, principalmente.

Solo el hombre es capaz de matar por matar, esté hambriento o perfectamente saciado. Más aún, los seres humanos sacian su hambre, su sed, se acicalan, se perfuman, se autoestimulan, se contemplan al espejo… y salen a matar.

El ruido como muestra agresiva

Los seres humanos hemos sabido sacar partido del ruido, incluso hemos logrado crear ruidos mucho más estridentes que los naturales, y todo con el propósito de lograr dominio. Desde los disparos al aire hasta las bombas de estruendo, los ruidos artificiales nos enseñaron que sirven enormemente para imponer dominio.

Cuenta Richard Conniff que “en el mundo animal, producir ruidos fuertes y profundos es la única manera que tienen los machos de comunicar al mundo lo grandes que son. Los sonidos profundos requieren grandes corpachones que sirvan de cajas de resonancia. De este modo, los rugidos de los monos aulladores y los eructos de las ranas toros son una manera fiable de espantar a los rivales y de atraer a las hembras sensatas que andan buscando un macho de verdad”. Asociándolo a los humanos, Conniff indica que “los biólogos que estudian las ranas se refieren a esto como el “croar profundo”, un concepto que también tiene eco en el mundo de los ricos y poderosos”, como dijimos, para avisar de su poderío o de su “generosidad”.

Y sigue diciendo Conniff: “Para un animal dominante, el ruido que se puede hacer utilizando las cavidades del cuerpo no es más que un punto de partida. En el mundo natural los orangutanes no sólo braman, sino que también derriban enormes árboles secos para anunciar su paso por el bosque. Es una especie de conducta de “croar profundo” por poderes”.

Una actitud similar exhiben los políticos cuando anuncian a toda voz sus acciones “benéficas” con el propósito de buscar o extender su poder e influencia sobre las masas votantes. Nótese que para ello son muy utilizados en nuestras ciudades los altavoces y “disco-lights” en todas sus campañas.

Mike y la agresividad humana

Dice Richard Conniff en su “Historia Natural de los Ricos”: “En los círculos primatológicos, Mike el Chimpancé, es famoso por haber logrado el dhum-dham (sonido que avisa su presencia y poder) y dominio golpeando dos latas de keroseno una contra otra. Por aquel entonces era un macho joven y de poca importancia. Cuenta Jane Goodhal (famosa estudiosa de primates), que Mike empezó por estudiar a un grupo de machos adultos, superiores sociales suyos que estaban cerca espulgándose. Después, con el pelo alisado y aire de tranquilidad, se alejó y cogió dos latas de keroseno vacías que había junto a la tienda de Goodhal. Se las llevó donde estaba antes y se sentó a mirar de hito en hito a los otros machos. Éstos no le hicieron ni caso. Mike empezó a balancearse de un lado a otro con el pelo un poco erizado. Nadie le prestaba la menor atención. Empezó a balancearse con más energía y el pelo se le puso totalmente de punta. De repente se lanzó contra sus superiores, ululando entre resuellos y haciendo sonar las latas vacías. Los otros machos, presa del pánico, huyeron. Mike, tardó otros cuatro meses en hacer que todos los machos de su grupo lo reconocieran como un alfa. Pero lo hizo sin arriesgarse en ningún momento a una lucha física. La combinación de su ululear jadeante hizo el trabajo”.

Algo parecido hacen los humanos, pero lo han “perfeccionado” añadiéndole a esta agresión ficticia la agresión verdadera y mortal.

La naturaleza de la agresión en el ser humano puede venir de muy atrás, desde que éramos meros animales, con conductas actuales que pueden catalogarse como incomprensibles pero que “son integrantes de un sistema complejo de subsistemas de lucha compuestos -además por otros subsistemas de agresión y de defensa- y subsistemas de huída (formado por conductas de sumisión y de huída propiamente dicha), esto ha llevado a los etólogos a pensar que la agresión no es un mero fenómeno, sino que antes bien, responde a las presiones de la selección natural de distintas maneras”.

En los caninos, por ejemplo

Dos animales como excelencia de mascotas nos acompañan comúnmente: perros y gatos, pertenecientes a grupos distintos: caninos y felinos, y ambos con conductas diferentes en relación con la agresividad. Pero ocurre que la agresividad en los caninos que nos acompañan no es típica, no es genética. La agresividad en los perros es aprendida de los humanos.

Según Claudio Gerzovich Liso, la agresividad “es la conducta por la cual más frecuentemente los propietarios consultan a los especialistas en comportamiento animal”. Y agrega, “Los animales suelen no ser los únicos responsables ya que en muchos casos esta reacción responde al total desconocimiento que la mayoría de las personas tiene acerca del comportamiento de los perros y también a que muchas conductas agresivas son estimuladas, consciente o inconscientemente, por los propietarios”.

Es decir, son agresivos porque eso es lo les enseñan los humanos, y el mejor ejemplo de ello son los perros Pitbull, tranquilos por naturaleza, pero instruidos a ser casi asesinos aprovechando un defecto fisiológico.

La naturaleza animal le condiciona genéticamente para la defensa de su territorio. Esa condicionante es utilizada por los seres humanos para servirse de ella.

Sobre esto dice Gerzovich, “La agresividad es considerada además una característica positiva en muchas razas de perros, especialmente en aquellas destinadas a proteger el territorio o la familia. También en muchos casos este comportamiento es estimulado en forma individual por muchos propietarios”.

Esa condicionante resulta a veces defecto y a veces virtud. Por ejemplo “si un perro lesiona a un delincuente que pretendía ingresar en nuestro domicilio, será calificado como un héroe. Pero si el mismo perro agrede a un amigo que venía de visita será considerado como un individuo peligroso al que hay que sacar de la casa. Un ejemplo más de que los perros muchas veces son víctimas de nuestras propias incoherencias”, termina Gerzovich.

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