El panorama que presenciamos en nuestras ciudades confirman que somos un país de economía informal o economía descalza como le llaman en algunos países del continente, constituida por vendedores ambulantes que se instalan frente a los establecimientos de las calles comerciales; micro-empresarios con pequeños comercios y talleres; hombres y mujeres que expenden cualquier cosa en los semáforos; vendedores de víveres, frutas y vegetales, algunos todavía en carretas; frituras en las esquinas; vende tarjetas de teléfonos, chineros, etc. reflejan una imagen realista y colorida de nuestro país, pero en esa economía informal se mueve un altísimo porcentaje de nuestra fuerza de trabajo.
Vendedores ambulantes, talleres, ventorrillos y otros comercios similares han existido siempre, pero para algunos el tema de la economía informal se convierte en eufemismo para definir la pobreza. Sin embargo, el fenómeno es mucho más complicado porque con él se está haciendo alusión a una situación de deterioro tanto institucional como económico.
Economía informal no es lo mismo que pobreza tradicional, sino una nueva forma de buscar el sustento al margen de las estructuras económicas reguladas por el Estado y está constituida fundamentalmente por grupos humanos que iniciaron su vía crucis hacia el desarrollo, cuando desesperados o frustrados en sus lugares de origen, emigraron a las ciudades esperanzados por el mejoramiento transitorio que en determinados momentos ha tenido nuestra economía, pero tuvieron que acogerse a esa forma de vida ante el deterioro de los canales tradicionales de empleo y producción.
Como constantemente se producen dramáticos desajustes en el funcionamiento de nuestras ciudades y en nuestra economía, creando más desempleo y marginación, les estamos abriendo las puertas de par en par a quienes, sin esperanzas, puedan encontrar en las actividades ilícitas apartadas de las conductas morales o en las yolas, sus únicas vías de subsistencia o alternativa. Porque no es solo el hecho de que la mayoría de ellos no tienen acceso a los servicios básicos y a las comodidades elementales que ven en los lugares por donde se mueven, ni tampoco salud asegurada, con hijos que no pueden encauzar o dedicarles el tiempo necesario ni la educación que quisieran, sino que tienen la permanente tentación de incursionar en actividades o tareas que les permitan como a otros, dar el salto de la miseria a la abundancia.
Brincar de un barrio arrabalizado al mundo del dollar como les dicen los que se fueron, o saltar de la ropa vieja y motoconcho a exhibir joyas, carros, y ni hablar de una heva en un colmadón o discoteca como ven a muchos del barrio, incluyendo políticos que ayer no tenían nada y hoy pareciera que la vida les ríe, es una gran tentación
Algunos piensan que pueden lograrlo incursionando en esas tareas indelicadas, y así sucede; otros prefieren las yolas, pues les temen más a la desesperanza que al Canal de la Mona, porque lamentablemente el Gobierno y la sociedad injusta solo le dejan abiertas esas puertas a mucha gente buena y valiente.