Economía maníaco-depresiva

Economía maníaco-depresiva

Tomo el término prestado a la siquiatría y la sicología para abordar el sazonado tema de la crisis financiera en Estados Unidos. ¿Por qué ha ocurrido? ¿Fracasó el capitalismo? ¿Es el fin del neoliberalismo? Ahora se buscan culpables: el gobierno no reguló, los banqueros prestaron sin control, los consumidores tomaron préstamos que no podían pagar.

Las crisis económicas no son nuevas porque las sociedades nunca han funcionado de manera perfecta. Hasta las buenas intenciones se acompañan de trampas.

El neoliberalismo se popularizó a partir de principios de los años ochenta y promovió un proceso de apertura de mercados: de producción, comercial, financiero, de bienes raíces, en las comunicaciones, e incluso en el mercado laboral.

Los debates sobre los beneficios y perjuicios de este proceso han sido candentes, y en los países desarrollados y subdesarrollados hay defensores y detractores.

La promoción del neoliberalismo se sustentó en la idea de una incorporación masiva de personas y sociedades al consumo. Como resultado, se produjo una manía de compra en los últimos 25 años.

La euforia consumista se ha sostenido con la idea de que un mercado liberalizado beneficia a toda la población porque promueve el consumo, el bienestar personal y el capitalismo.

El fenómeno se inició en sociedades tradicionalmente capitalistas, y se expandió a otras que incluso habían experimentado con variantes del socialismo. China es el ejemplo por excelencia.

El problema es que para la mayoría de la gente el salario no aumentó al ritmo de las expectativas de consumo. Por eso recurrieron a los préstamos.

Es decir, el capitalismo generó necesidades y expectativas de consumo que no se sostienen con los salarios reales de la mayoría de los trabajadores, incluso en sociedades desarrolladas.

La base del desvarío consumista en Estados Unidos fue la propiedad inmobiliaria. Se prestó indiscriminadamente para comprar viviendas y se dispararon los precios.

Los que carecían de una vivienda se endeudaron demasiado para comprarla, y los que la poseían desde los tiempos baratos, la hipotecaron para seguir consumiendo más de lo que permitía sus ingresos. La burbuja creció sin control.

El problema financiero explotó por culpa de muchos. Los bancos imprudentes con sus carteras de préstamos lucrativos, los consumidores irresponsables para disfrutar del consumo, y el gobierno despreocupado que permitió el despilfarro para que continuara el crecimiento.

Ante la situación creada, parecería lógico predicar responsabilidad personal e institucional, pero el asunto es más complejo. En las sociedades contemporáneas, las necesidades no dependen sólo de la capacidad real de consumo, sino también de las expectativas creadas.

En la segunda parte del siglo 20 se enarbolaron las ideas capitalistas de prosperidad y consumo, y las socialistas de igualdad y justicia social.

Ambas ideologías motivaron simultáneamente un sentido de derecho al bienestar en la población mundial.

Pero esas ideas florecieron en muchas sociedades donde la desigualdad en la distribución del ingreso ha aumentado en las últimas décadas.

Para opacar la injusticia económica del neoliberalismo, se popularizó la idea de que cualquiera podía ser rico. Los libros de Donald Trump circulaban ampliamente.

Así se democratizó la idea de la prosperidad mediante el enriquecimiento. Pero en la realidad, los ricos son cada vez menos con relación a la cantidad que quiere serlo.

Los préstamos sustentaron esa aberración, y muchas personas de recursos medios o escasos vivieron temporalmente el espejismo de la riqueza.

Cuando el endeudamiento sobrepasó la capacidad de pago, el sistema financiero comenzó a desinflarse y la economía a entrar en una fase depresiva.

Este año, la economía norteamericana perdió la capacidad de crear nuevos empleos: ha expulsado 760 mil trabajadores.

La dimensión de la crisis dependerá de la magnitud y duración de la desaceleración económica y su impacto en otras regiones. La República Dominicana debe mantenerse atenta en vez de ponerse una venda.

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