Ningún país industrializado que no se favorezca del comercio suspende las ayudas, colaboración o asistencia a un país importador, que bien podría llamarse cliente, todo lo contrario, las refuerza si persiste el interés comercial.
El resto, las coyunturas de negocios, es cuestión de competencia. Actuar con la emotividad nacionalista es un chauvinismo mal orientado, idiosincrasia malsana de quienes no comprenden las fuerzas del mercado que mueven el capitalismo.
¿Mala palabra? Sin ninguna duda expreso que es la doctrina económica que rige el planeta, nos guste o no.
En caso contrario sería nadar contra la corriente, cuando la prudencia apunta, si podemos, al provecho de las diversas coyunturas económicas, en beneficio de la subsistencia que nos ha tocado vivir.
Cuando observamos la contribución a la educación superior a través de la donación de una universidad, o las ayudas en medicina, seguido de la inversión en construcción de viviendas para las clases desposeídas, o la exportación de empleo, traducida en presencia permanente de la diáspora haitiana en el lado nuestro de la isla, es de sentido común afirmar que existe un mar de confusiones en la ciudadanía haitiana. Pienso, no sin preocupación, que se conciba la veda haitiana como una situación definitiva, el comercio no funciona así.
Esperemos que desarrollen su oferta interna agropecuaria. Como productos perecederos, la regularidad de la producción está sujeta a la eventualidad. Cuando la oportunidad aparezca se restablecerá el comercio nuevamente.
Dejemos que funcione el capitalismo de Leonel, no nos desesperemos adoptando medidas innecesarias de corte paternalista, me refiero a la compensación sin visos de retorno, a polleros y hueveros por riesgos propios del comercio. Por Dios, hasta dónde se va estirar el peso fiscal de nuestro pueblo.