Ecos de una crónica sobre la caricatura

Ecos de una crónica sobre la caricatura

DIÓGENES CÉSPEDES
Los tres artículos que publiqué en Areíto hace tres sábados despertaron gran curiosidad entre los lectores y lectoras de ese suplemento y trataré de resumir los debes, antes que los haberes, de quienes me han abordado para hacer señalamientos legítimos unas veces y otros que son debidos al desconocimiento de los límites del periodismo.

Lo primero que no debió sorprender a los lectores o lectoras es que mi primer artículo incluyó la palabra «Notas acerca de», lo que denota que el autor no tratará exhaustivamente la materia. Con esta prevención me curo en salud de la falta de mención de tales o cuales caricaturistas. Pero advertí que solamente trataría de aquellos que han hecho un trabajo significativo en la historia de la caricatura dominicana contemporánea. La palabra «contemporánea» usada por el autor significa que no se detendrá en los caricaturistas de los siglos XIX y principios del XX, sino en los de la época en que ha vivido el articulista.

Por eso cuando una lectora muy querida me señala que no hablé del autor de las caricaturas de Concho Primo, le respondo que en la parte histórica hablé de Bienvenido Gimbernard y Copito Mendoza, sobre todo este último, cuyos trabajos pueden ser consultados en el libro de Emilio Rodríguez Demorizi acerca del tema. Y las caricaturas de Gimbernard, en la revista que fundó. La figura de Concho Primo, símbolo del pueblo envilecido y corrompido por los políticos, sobre todo en el período donde se instaura el desorden, el vicio y el desguasamiento de la patria por parte de los políticos que actuaron después de la muerte de Lilís hasta la intervención norteamericana de 1916-24. Repito, ese Concho Primo es también el símbolo de la malicia y el oportunismo, la astucia para poder sobrevivir y la advertencia de que el país debe funcionar de acuerdo al respeto de la Constitución y las leyes, con instituciones que las encarnen y no que sean el botín de los políticos corruptos, clientelistas y patrimonialistas.

En «La Opinión», periódico suprimido por el trujillismo y que dio paso a «La Nación» en 1940, fue el receptáculo de las caricaturas del conchoprimismo.

Otro lector acucioso me reconvino amablemente que dejé fuera a Mercader, al José que comenzó en El Nuevo Diario y que ayudó a ilustrar la revistita «La Muralla», dirigida por el actor, abogado, decimero y profesor universitario Narciso González y que quizá previno a los matones del balaguerismo. Cumplieron a cabalidad su tarea cuando lo secuestraron al salir de la Universidad Autónoma luego de pronunciar un discurso sobre el fraude de Balaguer en las elecciones de 1994.

El fraude fue probado hasta la saciedad y el propio propiciador del fraude convino en que le rebajaran dos años a su mandato presidencial que concluyó en 1996. Si usted no comete fraude en unas elecciones, del tipo que sea, nadie le obligará a usted a reducirse el mandato para el cual ha sido elegido por libérrima voluntad de la mayoría. Y que nadie venga con el cuento de que los Estados Unidos presionaron para que eso fuera así. De ser cierto, el propio doctor Balaguer le había dicho a Nixon que si se lo pedía, estaba dispuesto a renunciar a la Presidencia de la República a causa de la acusación anterior de fraude.

Pues bien, en la contemporaneidad, sigo el trabajo de Mercader en «Clave», pero ya no son las caricaturas de «El Nuevo Diario» ni de «La Muralla». Son el trabajo de un hombre maduro, prudente, conciliador y que no está, quizá, dispuesto a resfriarse. Y desde su óptica, hace bien. Sobre todo, después de lo que él ha visto desde 1989 hacia acá.

Otra observación, y la acoto aquí para que se vea que desde 1973 tengo razón al sostener que existe en nuestra clase pensante o intelectual un doble analfabetismo, repito, otra observación me incriminó por no haber dicho nada de Miche Medina. Le respondí al encrespador que en uno de los artículos celebré la gracia de Miche al crear en la página deportiva de «El Caribe» el personaje del Fucú o la Carcoma y que quizá hicieron mal quienes le corretearon a golpe de cadenazos en los predios de El Conde, por las cercanías del diario El Caribe, debido a sus caricaturas trujillistas, incluso después de muerto Trujillo, tiempo en que cada cual tuvo la libertad de decidir si seguí siendo trujillista o antrijullista. Lo mismo ocurrió con el pobre Lacay Polanco por los frentes del antiguo hotel Comercial ubicado en la calle Hostos, donde un grupo de partidarios del difunto Rafelito Bueno la emprendió a cadenazos al hoy reivindicado novelista y cuentista.

En fin, queridos lectores y lectoras, en esta Navidad y siempre, la calidad es lo primero; el amor, la paz y la prosperidad vienen después. O tal vez la felicidad, aunque Víctor Hugo dijera que ésta no existe.

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