Ecuador entierra a sus muertos, mengua esperanza en rescates

Ecuador entierra a sus muertos, mengua esperanza en rescates

MONTECRISTI, Ecuador. Los ecuatorianos empezaron a enterrar a los muertos del terremoto más mortal que sufre el país en varias décadas, mientras se desvanecían las esperanzas de encontrar a más sobrevivientes. En la pequeña localidad de Montecristi, cerca del puerto de Manta, había dos niños entre los enterrados el martes. Al igual que su madre, murieron el sábado por la noche cuando compraban material escolar y los sorprendió el terremoto de magnitud 7,8.

El funeral tuvo que celebrarse en el exterior bajo una carpa improvisada, porque la iglesia católica del pueblo sufría daños estructurales y no era segura. Los familiares lloraban y un hombre se desmayó cuando se colocaron los ataúdes de los niños en la cripta. Las escenas de luto se repetían en la normalmente tranquila costa ecuatoriana del Pacífico, donde el terremoto allanó pueblos y mató a cientos de personas. Las funerarias se quedaban sin ataúdes para acomodar a tantas víctimas, y los gobiernos locales pagaban para traer ataúdes desde otras localidades.

El gobierno estimó la cifra de muertos en 507 el martes por la tarde, pero las autoridades esperaban encontrar más cuerpos y el Departamento de Defensa dio una cifra de 231 desaparecidos. La cifra final podría superar a las bajas de los terremotos en Chile y Perú de la última década. Entre los muertos había al menos 11 extranjeros: tres de Colombia, tres de Cuba, dos de Canadá y uno de República Dominicana, Estados Unidos, Inglaterra e Irlanda En medio del dolor por la pérdida hubo destellos de esperanza. Rescatistas equipados con perros rastreadores, grúas hidráulicas y sondas que pueden detectar la respiración a gran distancia seguían buscando sobrevivientes entre los escombros de varias ciudades.

En manta se encontraron al menos seis supervivientes el martes. Una de las historias más esperanzadoras era la de Pablo Córdova, que aguantó 36 horas bajo los escombros del hotel donde trabajaba en Portoviejo. Calmó la sed con su propia orina y oró para que el servicio de telefonía móvil se restableciera antes de que la batería de su celular se agotara. Por fin logró llamar a su esposa el lunes por la tarde, y poco después un equipo de rescatistas colombianos lo sacó de las ruinas. La esposa de Córdova había renunciado a volver a verle, y se las había arreglado para comprar un ataúd.

“Mi mujer ya me estaba organizando el velorio”, bromeó en un hospital provincial Córdova, un hombre de bigote espeso y sonrisa fácil. “Gracias a Dios tengo vida y un ataúd que debo devolver porque aún me falta mucho para morirme”. El personal de rescate llegado de México, Colombia y España, entre otros países, indicó que seguiría buscando sobrevivientes el miércoles, pero advirtió que se estaba acabando el tiempo y las posibilidades de encontrar a más gente con vida menguaba con el paso de cada hora.

Incluso mientras las autoridades comenzaban a centrar su atención en restaurar el suministro eléctrico y despejar los escombros, la tierra seguía temblando. Un temblor de magnitud 5,5 sacudió el martes por la tarde los edificios de la región. Fue la segunda más fuerte de las más de 400 réplicas registradas desde el terremoto del fin de semana, y se sintió en la capital de Ecuador, Quito, situada a 170 kilómetros (105 millas) de distancia.

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