Edgar Morin y los siete saberes necesarios para la educacion del futuro

Edgar Morin y los siete saberes necesarios para la educacion del futuro

Enseñar la condición humana y la identidad terrenal. Dedicado a mi hermana-amiga mexicana Patricia Gascón Muro

La educación del futuro deberá ser una enseñanza primera y universal centrada en la condición humana. Estamos en la era planetaria; una aventura común se apodera de los seres humanos donde quiera que estén. Estos deben reconocerse en su humanidad común y, al mismo tiempo, reconocer la diversidad cultural inherente a todo cuanto es humano. Conocer lo humano es, principalmente, situarlo en el universo y a la vez separarlo de él…. Edgar Morín, Los siete saberes necesarios para la educación del futuro.

Seguimos trabajando con la obra de Edgar Morín bajo el título “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”. En las dos a entregas anteriores hablamos del primer saber: “Las cegueras del conocimiento”; y del segundo saber: “Los principios de un conocimiento pertinente”. Hoy abordaremos los saberes tres y cuatro: “Enseñar la condición humana” y “Enseñar la identidad terrenal”.

Para enseñar la condición humana, tenemos que interrogarnos primero sobre nuestra situación en el mundo. La educación del siglo XXI exige que vinculemos los conocimientos resultantes de las ciencias naturales con el fin de ubicar la condición humana en el mundo, de las resultantes de las ciencias humanas para poder aclarar las multi dimensionalidades y sobre todo, las complejidades de la propia humanidad. Pero es también aprender a integrar el aporte inconmensurable de las humanidades, no solo de la filosofía y la historia, sino también de la literatura y las artes.

Comprender la condición humana es estar consciente de que pertenecemos al universo, que no es ordenado, ni perfecto y ni eterno; sino que es producto del devenir disperso, en el que actúan el orden, el desorden y la organización: “Esta época cósmica de la organización, sujeta sin cesar a las fuerzas de desorganización y de dispersión, es también la epopeya de la religazón que solo impidió al cosmos que se dispersara o desvaneciera tan pronto nació. En el centro de la aventura cósmica, en lo más alto del desarrollo prodigioso de una rama singular de la auto-organización viviente, seguimos la aventura a nuestro modo…” (P. 22)-

En esta concepción el ser humano es a su vez plenamente biológico, plenamente cultural y plenamente universal. Estamos integrados de mente y cuerpo, que no están divididos, sino que constituyen una unidad, unicidad, en las palabras de Morín.

En nuestra condición humana hay una triada integrada por el individuo-la sociedad y la especie. En esta perspectiva, los individuos son el producto del proceso reproductor de la especie humana, quienes a su vez producen la sociedad y esta, certifica el surgimiento de la cultura. En esta perspectiva, dice Morín, “todo desarrollo verdaderamente humano significa desarrollo conjunto de las autonomías individuales, de las participaciones comunitarias y del sentido de pertenencia de la especie humana”. (P.25)

El otro saber que según Morín debería ser tomado en cuenta en la educación del siglo XXI es: “Enseñar la identidad terrenal”. Parte de una pregunta muy interesante: ¿Cómo podrían los ciudadanos del nuevo milenio pensar sus problemas y los problemas de su tiempo? Se responde diciendo que es necesario que comprendamos que tanto la condición humana en el mundo, como la condición del ser humano en la historia, hoy día deben verse como la de la era planetaria:

De allí, la esperanza de despejar un problema vital por excelencia que subordinaría todos los demás problemas vitales. Pero este problema vital está constituido por el conjunto de los problemas vitales, es decir la intersolidaridad compleja de problemas, antagonismos, crisis, procesos incontrolados. El problema planetario es un todo que se alimenta de ingredientes múltiples, conflictos, de crisis; los engloba, los aventaja y de regreso los alimenta. (p.29)

Sostiene Morín que la humanidad necesita concebir la complejidad del mundo intentando comprender que tanto la unidad como la diversidad del sistema planetario, como sus complementariedades y sus antagonismos forman parte de un todo, que no es un sistema global, sino más bien un torbellino en movimiento que no posee un centro organizador.

Por esta razón, sigue diciendo el pensador, el planeta necesita un nuevo pensamiento policéntrico, que apueste al universalismo consciente de la unidad y de la diversidad de la condición humana; alimentado de todas las culturas. Educar para este pensamiento es la finalidad de la educación del futuro que debe trabajar en la era planetaria para la identidad y la conciencia terrenal. (p. 30)

Y se justifica diciendo que el mundo se vuelve cada vez más un todo. “Cada parte del mundo hace cada vez más partes del mundo, y el mundo como un todo está cada vez más presente en cada una de sus partes”. (PO. 30).

No hay dudas, plantea Morín, que la mundialización de hoy se ha convertido en una realidad unificadora y conflictiva a la vez. ¿Por qué? Se preguntarán algunos, como me lo pregunté yo misma. A esta inquietud responde el pensador, que si bien el mundo se ha vuelta cada vez más UNO, al mismo tiempo se divide. Esta es la paradoja de la era planetaria, es decir, la misma que une y desarticula al mismo tiempo:

La mundialización es realidad unificadora, pero hay que agregar inmediatamente que también es conflictiva en su esencia. La unificación está cada vez más acompañada de su propio negativo, suscitado por su contra efecto: la balcanización….Los antagonismos entre naciones, entre religiones, entre laicismo y religión, entre modernidad y tradición, entre democracia y dictadura, entre ricos y pobres, mezclan los intereses estratégicos y económicos antagónicos de las grandes potencias y de las multinacionales dedicadas a la obtención de beneficios. (P. 32)

A partir de entonces Morín hace un balance sobre el legado del siglo XX, que no es nada halagüeño. Afirma que el siglo pasado fue el fruto de la alianza de dos barbaries: la primera llega desde el “fondo de la noche de los tiempos y trae consigo guerra, masacre, deportación, fanatismo”. Y la segunda es la hiperracionalización que olvida al ser humano, sobre todo su alma, ya que lo ha sometido a la esclavitud técnica e industrial.

El triste y contradictorio legado del siglo XX puede resumirse en uno: la herencia de la muerte a través de sus armas y la destrucción del ambiente. Somos responsables de la muerte ecológica. Hemos provocado enfermedades que se han convertido en epidemias, como ha sido el caso del SIDA. El desarrollo de la ciencia ha sido letal: bomba atómica y armas biológicas, misiles…. “Si la modernidad se define como fe incondicional en el progreso de la técnica, en la ciencia, en el desarrollo económico, entonces esta modernidad está muerta”. (p. 34)

Todo no está perdido. Siempre queda la esperanza. Gracias a esa inconformidad intrínseca de los seres humanos, se han desarrollado las contracorrientes que han marcado la diferencia y han renovado los sueños de un mundo distinto en el que se asuma la solidaridad y la responsabilidad como el norte de la acción humana.

 

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