Edificación en ruinas alberga 200 alumnos

Edificación en ruinas alberga 200 alumnos

POR MARIEN ARISTY CAPITAN
ARROYO CANO, San Juan.-
Quien observa los rayones sobre el agrietado cemento que soporta a las tristes maderas que saben a tiempo y olvido, jamás podría adivinar que detrás de las puertas de esta casa reciben docencia cerca de doscientos estudiantes del nivel medio.

Decir que este espacio es un liceo, sin embargo, resulta casi como una herejía cuando se descubre que el verdadero liceo de esta comunidad está casi terminado pero nadie le ha vuelto a poner un dedo desde el año 1998.

Con las paredes totalmente levantadas, el plato echado y casi todas las ventanas colocadas a los pabellones principales sólo le faltan los pisos, la pintura y las instalaciones sanitaria y eléctrica. Al último de ellos, donde irían los laboratorios y el salón multiuso, le falta además el empañete.

“Este liceo lo tenía el ingeniero César Subero cuando eso estaba en la coordinadora y según él le quedaron debiendo cuatrocientos y pico miles de pesos y por eso no lo terminó y todavía no sabemos nada del liceo de Arroyo Cano”, se quejó el profesor de matemáticas del centro, Carlos Manuel Sánchez Sánchez.

Dejando de lado la construcción, en el lugar hace falta que se limpie el terreno puesto que con el abandono se ha llenado de maleza; y, para evitar alguna desgracia, que se termine de colocar el muro de contención de la cañada que está justo al lado del liceo. Tampoco sería mala idea colocar alguna barandilla o pared que evite que alguien pueda caer a esta honda cañada.

Tras indicar que el muro también fue iniciado en el año 1998 pero que jamás lo han vuelto a tocar, Sánchez sostuvo que los instrumentos del laboratorio de química se están dañando por falta de uso y porque no tienen un lugar apropiado donde guardarlos.

 

DE LA LETRINA, AL AULA O LA DIRECCIÓN

El “plantel” del Liceo de Arroyo Cano es, quizás, único en cuanto a la distribución de sus espacios: la letrina está puerta con puerta con la dirección y ambas, a su vez, están colocadas dentro de una de las aulas.

“Donde funciona el tercer curso –de media- están la letrina con su cajón (por estos predios encontrar un inodoro es un poco difícil) y la dirección”, comenzó a explicar Sánchez al tiempo que entraba en la desencajada edificación.

Esta aula compartida es la primera que se ve cuando se entra al lugar. A la derecha, en un área pequeña y rectangular, hay dos aulas más que están divididas por unos ajados troncos de madera en los que las planchas de plywood están tan rotas y desvencijadas como los pisos que les sostienen. A la izquierda, una cuarta aula que también es bastante pequeña.

Cuando se entra a este lugar, agobiante por el calor que generan las planchas de zinc, es inevitable sentir un dejo de tristeza al pensar en lo difícil que resulta tomar clases aquí. La mejor prueba de ello es el caso de Soribel Luciano Vicente, del primer curso, quien ganó el premio a la excelencia estudiantil el año pasado: mientras en octavo su promedio fue de 91, ahora es de 89.

Es que resulta difícil concentrarse cuando se comparte con 42 alumnos más en un lugar donde apenas pueden respirar. Pero el hacinamiento tiene otra consecuencia: cuando los chicos están de exámenes tienen que sacarlos hasta la terraza de un bar cercano para que así no se fijen unos y otros. Cuando eso sucede la estampa es espectacular, cuenta Sánchez, porque mientras los estudiantes se examinan los parroquianos beben justo frente a ellos.

¿Las butacas? La mayoría de las que tienen ni siquiera les pertenecen porque se las han prestado de la Escuela Catalina Sánchez. Para colmo, están en muy mal estado.

A pesar de ello, siete estudiantes de esta zona han ganado el premio a la excelencia estudiantil. “De este pedacito de liceo, estamos sacando buenos frutos al país. Nosotros hacemos algo bueno basándonos en un infierno”, dijo Sánchez con orgullo.

Otro de los problemas que enfrentan estudiantes y profesores, amén de la oscuridad que impera, tiene que ver con la mala ubicación de la rancheta en la que trabajan: como está a los pies de una loma, cuando llueve toda el agua que se desliza por la ladera que tienen detrás entra por las puertas. En consecuencia, si ya están en los cursos, los muchachos deben recibir clases con las piernas en alto. Si no han entrado, sin embargo, no lo harán: el charco que se hace delante de la entrada es tan horroroso que es preferible no intentar entrar al plantel.

 

“Son de aquí y no han hecho nada”

De estas tierras no sólo han salido seres anónimos. También, comenta Sánchez con tristeza, hay varias personalidades que nacieron aquí. Entre ellas, Danilo Medina, secretario de la Presidencia; Félix Bautista, director de la Oficina Supervisora de Obras del Estado; Yomaira Medina, diputada reelecta; Tony Luciano, diputado ante el Parlamento Centroamericano (Parlacen; Domingo Ramírez, cónsul de Panamá; Manén Abreu, contratista influyente en San Juan de la Maguana; así como también algunos vicecónsules que están radicados en Suiza.

“Son todos ellos de aquí pero ninguno ha hecho nada”, sostiene Sánchez momentos antes de agregar que nadie se acuerda de este pueblo. De hecho, lo único que se ha hecho en Arroyo Cano en los últimos tiempos es poner los contenes. 

Las aceras, que debieron ir con estos contenes, se quedaron sin hacer: pasaron las elecciones, el gobierno ganó y, en consecuencia, las máquinas y los obreros se marcharon. Aún les están esperando.

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