Edith, enfermera de la revolución

Edith, enfermera de la revolución

“Edith, ponte una bata blanca que en este país se está peleando”.
Bastó que una vecina de Villa Francisca hiciera este llamado a la joven telefonista que ese 24 de abril de 1965 se encontraba tomando un baño en la piscina del hotel Paz y sospechó al volver a su casa que algo raro sucedía pues al pasar por el parque Independencia escuchó un tiroteo.
Salió de su hogar en la calle Barahona 138 y se dirigió a las pulperías a pedir chocolate para los combatientes pero reparó en los heridos y marchó hacia la clínica Santa Lucía, cerca de la calle Jacinto de la Concha, a auxiliar al doctor Rivera que atendía un grupo de cadetes alcanzados por disparos en la parte norte.
Contaba 25 años de edad, no tenía experiencia como asistente de médicos pero la guiaban su sensibilidad humana y el espíritu revolucionario que le contagió su hermano José (Condesito), cuando la integró a la Federación de Mujeres, idea suya para unificar al sexo femenino con los hombres en un movimiento revolucionario, afirma. En la Guerra Patria nació en ella la vocación de enfermera. Hoy es una de las más notables y reconocidas. Fidel Castro rindió tributo a su entrega.
Fue crucial en el conflicto. Venía con los ímpetus contra la opresión desde 1961 cuando Balá y sus paleros allanaron su vivienda, la policía llevó presos a sus hermanos José Mercedes, Víctor Rafael y Johnny y la gente dejó de hablarle.
Cuando estalló la refriega ya Edith Ramírez Ferreira era bachiller y aventajada violinista, poeta, mecanógrafa y taquígrafa. Tiraba jabalina y se destacaba como corredora entrenada por Felipe Rojas Alou. Pensó que estaba en condiciones de ayudar y cuando el 25 observó un camión lleno de muchachos del barrio que gritaban: “¡A buscar armas!” y los desaparecieron, salió disparada hacia el comando del Movimiento Popular Dominicano (MPD), cuyos dirigentes y militantes le eran familiares.
“Cuando los americanos hicieron una avanzada y pusieron una trinchera en la Ravelo con Duarte bajé y llevé el niño a Santiago donde sus abuelos para poder quedarme libre y pelear”, confiesa. Se refiere a su primer hijo Dhimas Ariosto Lizardo, fallecido.
Porque Eddy se había casado en octubre de 1958 con Rafael Ariosto Lizardo Abreu, militar que participó en un complot contra Trujillo junto a compañeros. Los descubrieron y Lizardo fue llevado a La 40. Se divorciaron, él se fue a Estados Unidos, Eddy casó por segunda vez y de este otro matrimonio es su hija Migeidy Sanboy Ramírez.
El comando del MPD en la escuela Argentina fue su base junto a “Cosette Erickson, Cueli, Nuris, Hilda, Roca” y otras valientes mujeres con las que cocinaba después de procurar alimentos. También salía a curar y reconfortar lesionados.
Ha sido probablemente la más intensa y hermosa actuación de su vida. Sus labores no terminaron con las misiones asignadas, las ambulancias que no necesariamente transportaban heridos. Continúa en contacto con los protagonistas vivos y a los caídos les limpia y pinta sus tumbas y les lleva flores a su descanso eterno.
“Yo sabía tirar y raneaba”. “Yo sabía tirar, me enseñó mi marido, que era armero. Raneaba debajo de los alambres con el fusil porque me adiestraron Pachiro, del MPD, hijo del general Checo; Maximiliano Gómez, Tico y Danny López Molina que me instruyeron en arme y desarme. Andaba con mi máuser pero nunca lo usé, preferí curar heridos y cocinar. Me di cuenta que debía ser enfermera, que no nací para matar sino para cuidar”, exclama.
Subida en una camioneta buscaba arroz, sardinas, plátanos y otros nutrientes. Además procuraba carbón y ollas, preparaba y encendía fogones.
En el Comando Médico de la Juan Isidro Pérez esquina Hostos asistía a los doctores “José Bautista Javier, Eddy Joseph, Marté Durán, Dionisio Soldevila, Henry Lora, José y la enfermera Aracelis”.
Cuenta que cuando “tiraron los morterazos del 15 y el 16 de junio, Monchín Pinedo ordenó sacar a las mujeres, yo dije que no, pero tuvimos que ir. Nos refugiamos en la calle La Noria, frente a una pulpería que tenía un hermano de Nicolás Casimiro, los vecinos nos mandaban comida. Recuerdo la solidaridad de Krawinkel y su mamá. Francia enviaba barcos repletos de alimentos y yo los llevaba a los barrios en ambulancia”.
Estos vehículos, refiere, “nos los robábamos en el muelle”. Asimismo conminaron a varios propietarios de clínicas a abandonarlas. “¡Usted tiene que irse porque esto es una revolución y necesitamos este centro!”, dijeron al doctor Cruz Peña, dueño de una equipada con instrumentos de cirugía, camas, sábanas, colchones, medicamentos, que dirigía Eduardo Segura y en la que trabajó “el doctor Marchena Morún, nefrólogo”.
Tenían, además, la clínica San Luis, entre la Pina y La Estrelleta.
“Lloré mucho a Caamaño”. Edith, quien viaja a Cuba con frecuencia a congresos y como enfermera y profesora activa y ha estado por horas conversando con Fidel Castro, fue una devota de Francisco Alberto Caamaño a quien lloró. “Era mi líder”, expresa.
“Si estuviera vivo, este país sería diferente. Cuando lo proclamaron Presidente estaba ahí y comenté: este hombre va a cambiar el país, el pueblo será diferente, pero después de la guerra fue que hubo muertos”.
Es miembro destacada de un Grupo Caamañista que trabaja con los constitucionalistas.
Junto a Abel Rodríguez del Orbe y su esposa, “que vivían en el Callejón Libertad, recogimos los mutilados de la Guerra: Isabel Tezanos, La China, La Coronela, Jeanine y yo”. Recuerda entre los afectados a Eddy Cassó, Ferreira, Modesto Ramírez. Médicos franceses viajaron aquí a rehabilitarlos para llevarlos a Francia pero “no dejaron entrar el avión”.
“Diego Bordas nos prestó los de Aerovías Quisqueyanas, fuimos hasta Point Pitre y ahí los recogió Air France. Al año los fuimos a recibir, cantamos el Himno de la Revolución y nos llevaron presos”, narra. Ellos trajeron libros y la represión los rompió al igual que los pasaportes. Edith gritaba a los agentes: “¡Los libros no son comunistas!”.
Habla con dolor de los caídos y se detiene en Frank Díaz: “Era un muchacho hermoso, lo conocí en la Universidad”.
Edith nació en Santiago el 12 de mayo de 1936, hija de Urbano Ramírez y Severina Ferreira. Además de los varones tiene una hermana, Arnalda. Es licenciada en enfermería con maestría en investigación y epistemología, egresada de la UASD y de la Escuela Nacional de Enfermería. En la Autónoma cumple horario como docente. Ofrece conferencias a enfermeras, asesora tesis, pertenece al Comité Científico de Enseñanza de post Grado, se ejercita, estudia inglés e italiano y ha recibido infinitos homenajes por su labor profesional y sus aportes en Abril.
Declara: “Todavía dar mucho”, y añade: “Siento en al alma que no lográramos el cambio esperado, pero mantengo la esperanza, por eso no me desligo de los que lucharon ni de los familiares de los que cayeron”.

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