EDITORIALES

EDITORIALES

Juan Pablo II, pontífice de una internsa labor pastoral, que nos ha honrado con su visita en tres oportunidades, ha puesto nuevamente su atención hacia la República Dominicana.

Esta vez le ha motivado la degradación de las condiciones de vida de los dominicanos por causas internas y externas que han colocado la economía en serias dificultades. En este punto debemos agregar que esas dificultades han empeorado debido a la desconfianza y los temores que se derivan de una efervescencia poco auspiciosa a lo interno del partido en el poder.

Deberíamos acoger sus recomendaciones de cuidarnos de los males que se derivan del capitalismo, entendiendo, naturalmente, que su mensaje alude al uso y manejo del capital en perjuicio de los demás, como es el caso de la especulación desmedida, el consumismo y la ostentación en desmedro de los que nada poseen.

Igualmente, valorar en toda su esencia su llamado a ejercer y fomentar la solidaridad hacia los demás y a pretender el bien común como el principal objetivo a perseguir con nuestras actuaciones.

Y es que las calamidades de la economía, si bien afectan a todos, ejercen una tortura brutal sobre las clases más necesitadas, degradando aún más sus precarias condiciones de vida.

Por eso el papa, con su visión pastoral basada en la solidaridad humana, sentencia que «un modelo de desarrollo que no tuviera presente y no afrontara con decisión las desigualdades, no podría prosperar de ningún modo».

Debemos tomar sus palabras como la más útil guía espiritual para lidiar con estos tiempos y estas situaciones, procurando tener el bien común por encima de todos los intereses habidos y por haber. Cuando logremos empaparnos en la esencia de este mensaje del pontífice, estaremos en condiciones de superar muchas taras y pesares.

[b]Indolencia[/b]

La página 7 de nuestra edición de ayer muestra lo que es un verdadero culto a la indolencia. Equipos médicos costosísimos, y más que costosos útiles, están almacenados en condiciones inadecuadas en el hospital Doctor Luis Eduardo Aybar.

Entre otras cosas, este arranque de indolencia obedece a otra sinrazón, pues el hospital en cuestión lleva más de ocho años en un proceso de remodelación que no da indicios de que vaya a ser terminado en el corto plazo.

Pero el del Luis E. Aybar no es el único caso de indolencia. en el traumatológico Darío Contreras, de Santo Domingo Este, y el regional Antonio Musa, de San Pedro de Macorís, está ocurriendo lo mismo.

No hay forma de justificar que equipos adquiridos con dineros del Estado, o donados por naciones amigas, estén prácticamente abandonados, sometidos a posibilidades ostensibles de deterioro, y mucho menos cuando se sabe que la demanda de servicio en los hospitales públicos hace necesario la instalación de muchos de estos equipos.

Si la falta de recursos, la pobreza, constituyen una de las grandes desgracias de un país, la indolencia y el manejo desparpajado de lo poco que se tiene viene a ser un mal peor.

Nuestra aspiración es que esos equipos sean debidamente rescatados e instalados allí donde puedan ser útiles para aliviar las dolencias de la población, y que alguna vez se le pida cuentas a quien haya exhibido tanta indolencia al mantenerlos en las condiciones que ahora están.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas