EDITORIALES

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Irán, el extenso y lejano Estado de Asia Occidental, acaba de ser estremecido por un fenómeno de la naturaleza que ha llevado luto y dolor a los habitantes del histórico antiguo reino de Persia.

Los primeros informes dan cuenta de más de treinta mil muertos y sesenta mil heridos provocados por un terremoto que, virtualmente, ha destruído la ciudad de Bam, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Ciencia y la Educación (Unesco).

El presidente iraní, Mohamed Jatamí, ha hecho un dramático pronunciamiento, señalando que los daños causados por el sismo son de tal magnitud que no pueden ser enfrentados solamente por sus compatriotas y que se necesita de la ayuda extranjera.

Los dominicanos, que hemos sido socorridos en distintas ocasiones cuando la fuerza de la naturaleza nos ha golpeado, no deberíamos permanecer con los oídos sordos ante el grito del presidente Jatamí. Poco o nada importa lo lejos que nos queda Irán y la ausencia de relaciones entre las dos naciones.

La solidaridad humana no debe reconocer fronteras cuando se persiguen causas justas. Por algo se predica, aunque no siempre con buena fortuna, que todos los hombres «son hermanos».

Debemos mostrar nuestra solidaridad con el pueblo iraní. Aunque sea en una forma puramente simbólica. Podemos, por ejemplo, y con el gobierno a la cabeza, donar una muy pequeña partida de lo que Irán más va a necesitar en los próximos días: antibióticos, antidiarréicos, vacunas antitetánicas y alimentos enlatados.

Quizás podamos hacer ese envío a través de los dominicanos que se encuentran, por coincidencia, relativamente cerca de Irán: los soldados que están apostados en Irak, formando parte de las tropas de ocupación de unos «los aliados» a quienes nadie llamó allí.

Nuestros soldados, se dio cuenta al anunciarse su partida, han ido a Irak a «ayudar» en las tareas de «reconstrucción» de esa nación afectada por un demoledor ataque de los Estados Unidos e Inglaterra para deponer al dictador Saddan Hussein.

Ahora nuestros soldados, si se les usa para llevar socorro a Irán, un socorro simbólico pero sincero, sí que pueden trabajar en labores de reconstrucción de un país que mucho lo necesita.

Ese sería un gesto que, estamos seguros, aplaudirán todos los dominicanos de buena voluntad.

[b]Haití[/b]

Los problemas que confronta Jean Bertrand Aristide en Haití no son de nuestra creación. Pero, de una forma u otra, nos afectan. Cuando Haití estornuda, República Dominicana tiene que cuidarse de contraer resfriado. Por algo compartimos el dominio de la isla. Y así habrá de ser cada día.

La frontera con Haití tiene que ser objeto de una permanente y efectiva vigilancia. No podemos tolerar que desde este lado se busque crear mayores dificultades al controversial y enigmático presidente haitiano. Y mucho menos consentir que las estampidas, desde Haití, aumenten las dificultades que de por sí son ya graves, creadas por el flujo ilegal de vecinos.

Nuestro deber es ayudar a Haití en todo cuanto podamos, por razones hasta de simple supervivencia. Pero dejemos a los haitianos que resuelvan sus problemas políticos. O que los ayuden a resolverlos, quienes contribuyeron a crearlos.

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