EDITORIALES

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La denuncia del padre Rogelio Cruz, párroco de Cristo Rey, sobre presencia cada vez más abundante de unas pandillas criminosas denominadas «naciones», debería estremecer las cimientes de nuestra sociedad e inspirar una búsqueda afanosa de remedios no solamente legales, sino fundamentalmente morales y éticos para enfrentar este mal.

Los males sociales de este tipo, sean locales o importados, sólo germinan y se multiplican cuando encuentran el caldo de cultivo adecuado, vale decir, debilitamiento de la unidad familiar, pérdida de valores morales, paternidad irresponsable, drogadicción, debilidad y cuando no complicidad del aparato represivo y corrupción engendradora de impunidad.

Estas pandillas no sólo se dedican a las modalidades más aberrantes del crimen, sino que también incursionan en el fetichismo y la práctica de ritos tajantemente rechazados por nuestra cultura. Sus integrantes, generalmente menores de edad en situación difícil, contratados por adultos que dirigen desde las sombras, quedan atados para siempre en estos agrupamientos y corren el riesgo de perder la vida si intentan escapar. Ya hay bastante familias enlutecidas por la pérdida de descendientes en esas circunstancias, o sobrecogidas de pavor por amenazas, o desgarradas por la mutilación de alguno de sus descendientes.

No sabemos qué está haciendo la autoridad represiva para contener este desbordamiento de maldad, pero a juzgar por la rapidez conque se multiplican las «naciones», parece muy poco lo que se hace.

Las denominadas «naciones» se corresponden con una tipología de asociación para el delito importada y adaptada a nuestro medio. En ellas se mezcla la práctica del rito diabólico con el tráfico y consumo de drogas, los robos, asaltos y atracos para reunir fondos para financiar operaciones y adquisición de armas, las orgías sexuales, las violaciones y otras prácticas reñidas con la ley, la moral y las buenas costumbres.

Si no reaccionamos pronto como sociedad, si rehuímos la responsabilidad que nos corresponde y si nos atemorizamos ante estos grupos, no habrá lugar en el que se pueda vivir en paz. Aceptemos el reto.

[b]Moderación[/b]

Nuestro país, bullanguero y que sabe sacudirse las adversidades, siembre encuentra en la Navidad las fuerzas necesarias para darse al festejo.

Una buena parte, sin duda la mayoría, se dedica al gozo moderado, comedido, sobrio y respetuoso del símbolo y significado de la Navidad. Otros, los menos en número pero más estridentes, se entregan a la bebida, al goce desmedido y suelen mezclar gasolina con alcohol con trágicas consecuencias para ellos y para inocentes no involucrados en sus orgías.

A esos últimos está dirigido nuestro llamado a moderación. No tiene sentido poner el gozo en riesgo de transformarse en tragedia por imprudencias en la conducción de vehículos, manipulación de armas, riñas e intoxicaciones. Aún con sus apremios económicos, que los hay, la vida, tanto la propia como la de los que nos rodea, merece que se le cuide y se la disfrute sanamente, degustando con moderación sus cosas buenas y rehuyendo a los placeres insanos o peligrosos.

La moderación es la más barata y rentable forma de actuar en todos los escenarios de la vida. En lo que concierne a la celebración navideña, en la moderación está la garantía de ver el nuevo día junto a la familia, en paz con todos y sin dolores que lamentar ni complejos de culpa.

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