Edouard Duval-Carrié: 
“La casa en llamas” y una gran exposición

Edouard Duval-Carrié:  <BR data-src=https://hoy.com.do/wp-content/uploads/2004/08/69C59189-626E-4DD4-9DFF-517E3960414E.jpeg?x22434 decoding=async data-eio-rwidth=410 data-eio-rheight=390><noscript><img
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MARIANNE DE TOLENTINO
No cabe duda de que la pintura permanece como un arte superior de la imagen, imposible de destronar pese a la coexistencia de otras producciones y medias, siendo válida esta observación para la colectividad artística y a una escala individual.  La exposición de Edouard Duval-Carrié, juiciosamente titulada “La casa en llamas”, ratifica esta afirmación.

He aquí un paisajismo ideológico y hasta político, que sabe conservar los encantos de la naturaleza tropical en efervescencia con un caudal mítico de criaturas sobrenaturales, divinidades o ficción cósmica pura. Un verdadero pensamiento visual se instrumenta mediante la figura, el color, la materia.Y respecto a la parte matérica, podríamos hablar de auténtica construcción, puesto que el artista prepara, elabora, ornamenta sus marcos, señalando así que creación es génesis, que el creador se funde con un hacedor todopoderoso.

Dentro de la propia carrera del artista, de talentosa polivalencia, la tensión expresiva, la seducción metamórfica, la calidad sensitiva nunca alcanzan tanto potencial comunicativo como en su pintura, modulada, barroquizante, rica en técnicas mixtas y en insustituibles detalles. Pues Duval-Carrié, en buen hijo de Haití y del Caribe, amplía una definición plástica que él maneja magistralmente en su imaginería, en referencias y representaciones –retomadas y reinventadas-.

Observamos hasta qué punto tenemos aquí un ejemplo de arte antillano mestizo, que se traslada del “melting-pot” antropológico y cultural a la efusión pictórica, de la rusticidad primordial a una consciente y extrema sofisticación intelectual. La obra, emblema y alegoría del conjunto, “Maison d’Haïti brûlant” –Casa de Haití ardiendo-, que da su título a toda la muestra, “La casa en llamas”, lo señala.

Esta pintura totalizante, simétrica y ritmada, de construcción  y equilibrio perfectos, se refiere metafóricamente a la mansión-templo del poder político, pero extiende el incendio al país. “El llano en llamas”, del escritor Juan Rulfo, aquí se muta en tierra haitiana en llamas. La potencia, subterránea y acuática, que sostiene real-simbólicamente la composición, exorcizará los demonios… Se asocian por cierto –en estilo- variaciones ópticas “vasarelianas” a la organicidad vernácula, iluminada y abrasadora, de la parte superior del cuadro. ¿Logrará esa simbiosis de mar, noche y tinieblas ignotas apagar la hoguera, solar, destructora y  tal vez purificadora? ¿No está el infierno sobre la tierra? Ahora bien, obviamente los dos tanquecitos de guerra laterales, que se perciben sólo a la segunda mirada, fungen más de juguetes o insectos nocivos que de interventores apaciguadores. No cabe duda de que la pintura amerita la consideración sobresaliente que le ha dado su autor: es una obra excepcional, de infinita lectura…

La presencia nativa

Si preferimos la calificación de “intuitiva” –“the intuitive eye” de David Boxer- a la de “naïve”, tan reiterada y mal escrita (¡!), empleada para el arte haitiano y fundamentalmente la pintura, ciertamente no cabe para los elementos “naïfs” que Duval-Carrié coloca circunstancialmente en sus cuadros. Es, en nuestra opinión, un tratamiento muy consciente, una suerte de homenaje al arte popular de su país o el descanso momentáneo de la espontaneidad: como una de las expresiones visuales que él practica, será tal vez una manifestación de libertad dentro de una figuración compleja, nunca normativa. Sabemos que los artistas caribeños de la diáspora –los transterrados- mantienen un apego muy fuerte a sus raíces y antecedentes culturales: tenemos aquí un testimonio de esa idiosincrasia, tan positiva como indestructible.

Han dicho que el proceso artístico se sitúa entre un acto crítico, cultivado, inteligente, analítico, y una visión afirmativa, sintética, ritual, sagrada. Es exactamente lo que sucede en la pintura –y también la escultura- de Edouard Duval-Carrié. Su acto de fe, él lo expresa dos veces, en la estética de su trabajo y en la evocación-invocación de la espiritualidad religiosa. El panteón vodú se aloja en el panteón plástico del creador, que se vuelve una auténtica iconografía.

En esta secuencia de “La casa en llamas” domina la Sirena, que por supuesto no se reduce a una fantasía visual y a juegos estéticos, o a soluciones bien controladas por el oficio. Acorde con la importancia del patrimonio sub-acuático de Haití, “Lasirèn es Ezili de las Aguas, que trae suerte y dinero desde las profundidades del océano (…)  Mitad pez, mitad humana, Lasirèn es una seductora como Freda y recia como Danto”( Sacred Arts of the Haitian Vodú). La Sirena, criatura hermosísima e impresionante, se manifiesta reiteradamente, azul, amarilla, roja, alternando con espíritus y visitantes extra-terrestres.

Motivo principal que se destaca o se integra al medio, a los planos y el fondo, Edouard Duval-Carrié la convierte en una divinidad de la salvación: del mismo modo que los creyentes  gratifican a “Manbo” Lasirèn con espejo, cigarillos o peineta y ganan favores de la reina y sirena, el artista actúa como su servidor en el cuadro, que es “su” altar. Ojalá estas atenciones se reviertan hacia el pueblo haitiano, podría ser el mensaje del pintor de que cuando los hombres no bastan para resolver los problemas, se solicitan otras ayudas, fuera de la realidad tangible y cotidiana. 

El agua y sus transparencias propician obras bellísimas. Edouard Duval- Carrié observa y traduce las vivencias acuáticas, agregando resinas al pigmento ordinario. El parece apresar las plantas, la espuma, las burbujas, y una obra fascinante, que ilustra óptimamente lo real-maravilloso, es “Primitif futur”, donde el humor rivaliza con la poesía, donde leemos una alusión panteísta y, quien sabe, un autorretrato. No nos sorprenderán las extrañas variaciones (“El Verano en Giverny”) sobre las ninfeas de Claude Monet, un enamorado del agua en otro contexto y época.

Encontramos entonces una segunda vertiente, esta vez la occidental: el artista haitiano, culto y estudioso, multiplica las referencias, llegando hasta una “Visión homenaje a Vespalius”, el creador de la representación anatómica moderna. Y no falta nunca la intención lúdica, cual sea el tipo o el grado de erudicción, nativa o europea.

La conocida crítica de arte Raquel Tibol expresó, con motivo de una exposición anterior de tres artistas del Caribe, también organizada por Lyle O’Reitzel, que la obra de Edouard Duval-Carrié, podía expresarse como un “texto a descifrar”. De ello, no tenemos duda alguna: quien se queda en la superficie de los elementos formales, no percibe, no siente, no aprecia la obra del artista haitiano. Mirando sus cuadros, debemos hacerlo en profundidad, como él mismo cuando se sumerge en las aguas del mar, al encuentro de Metresse Lasirèn.

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