Hoy 5 de enero de 2011, víspera del Día de los Santos Reyes, algunos medios de comunicación, sin mucho ahínco, han hecho mención del 65º aniversario del fallecimiento de Eduardo Brito, gloria del arte dominicano, y uno de los más grandes cantantes líricos hispanoparlantes de todos los tiempos.
Brito, además del canto popular, cultivó la zarzuela, versión española del género operático. Junto a su esposa, la soprano Rosa Elena Brito, formó parte de la compañía del teatrista cubano Eliseo Grenet, de la que también formaron parte los mexicanos Mapy y Fernando Cortés, los norteamericanos Antonio y Catalina Cansino, padres de la gran estrella cinematográfica Rita Hayworth, y otros grandes cantantes y actores dramáticos de la época.
En 1935, Eduardo Brito debutó en el Teatro Nuevo de Barcelona, mereciendo en esa y otras oportunidades los encomios reservados a los grandes elegidos. En ese reputado escenario barcelonés, el juglar dominicano interpretó, durante seis meses consecutivos, el papel de Juan de la zarzuela «Los Gavilanes del maestro Jacinto Guerrero. Ello marcó el inicio de su exitosa carrera artística que le permitió recorrer toda Europa.
El gran público del viejo continente tuvo ocasión de verle y de admirar sus grandes dotes artísticas.
Bajo la dirección musical del maestro Virgil Robles, el barítono nacido en Puerto Plata en 1906 actuó en el Salón Imperial del Hotel Waldorf Astoria, y en los circuitos de teatro de la RKO y Lowe State. También, en los grandes escenarios de la América española: Teatro Colón de Buenos Aires, Teatro Nacional de Cuba, Teatro Municipal de Bogota, entre otros. Grabó bajo el sello exclusivo de la RCA Víctor. Con timbre de barítono, la voz de Eduardo Brito tenía la fuerza de tenor. De una cultura musical un tanto limitada, aprendió sobre la marcha.
En él todo era instintivo, espontáneo e innato. Se inició en los estudios de canto bajo la dirección de los maestros dominicanos Julio Alberto Hernández y José Dolores Cerón. También, realizó algunos estudios de técnica vocal con el maestro italiano Francesco Serafini, este último lo instó a renunciar al canto popular y a consagrarse estudios musicales de altos vuelos. Pero Eduardo Brito no disponía de recursos. Por razones de sobrevivencia, tubo que alternar lo clásico con lo popular, la zarzuela con el merengue, el son con la guaracha y así.
Con apenas 32 años de edad, en pleno apogeo de su carrera artística, facultativos norteamericanos le diagnosticaron una fatídica enfermedad, advirtiéndole que para poder curarse de la misma tenía que dejar de cantar por un tiempo, o no volver a cantar jamás.
Pero, el famoso artista antillano no disponía de recursos para retirarse de los escenarios.
Había ganado una fortuna actuando en España y en otros países europeos, pero a raíz de la guerra civil española primero, y del inicio de la Segunda Guerra Mundial, había perdido gran parte de todo el dinero acumulado. De regreso a los Estados Unidos, logró recuperarse económicamente. La mala suerte siempre acompañó a Eduardo Brito: la crisis económica de los años treinta significó la quiebra de un buen número de entidades bancarias de los Estados Unidos, entre ellas, el banco donde el afamado cantante dominicano tenía depositado todo lo que entonces había ganado. Así, como de repente, Eduardo se encontró enfermo y sin recursos con que curarse, por lo que tuvo que continuar con sus presentaciones artísticas.
Tiempo después, Brito comenzó a ausentarse y a llegar tarde a los ensayos, a quejarse por cualquier cosa y a pronunciar palabras sin sentido. El fin de su fulgurante carrera artística se venía venir.
Económicamente arruinado, regresó a Santo Domingo. Y así, enfermo como estaba, realizó varias presentaciones en los teatros de la Capital y en el interior del país, lo que hizo que su enfermedad empeorara cada vez más.
Cuando Eduardo estaba en pleno apogeo de su carrera artística, yo era un niño de corta edad que tomaba lecciones de iniciación musical en la escuela de mi padrino José Dolores Cerón. No obstante recuerdo la figura de don Eduardo y de su señora la diva Rosa Elena como si los tuviera de frente.
Recuerdo a Eduardo Brito elegantemente vestido con traje de casimir de rayas, luciendo zapatos de dos tonos, llevando entre sus manos un sombrero de panamá a modo de mostrar su bien cuidada cabellera. A su lado siempre, su esposa Rosa Elena, la mujer más bella que yo en mi vida he visto.
Cuando al final de cada una de sus giras, Brito regresaba a Santo Domingo, los barrios de la capital se vestían de fiesta. Nos ponían nuestras mejores galas para ir a recibirlo en el muelle de Santo Domingo. Brito solía viajaba a bordo del Borinquen, un trasatlántico que cubría la ruta New York, La Habana, Santo Domingo, Puerto Rico.
Recuerdo con tristeza infinita aquel fatídico mediodía cuando cantaba Mi Aldea, de la zarzuela de Los Gavilanes en la emisora HIZ situada entonces en la avenida Mella casi esquina José Trujillo Valdez, hoy avenida Duarte, cuando de repente su voz se apagó y el programa hubo de ser sacado del aire. Al salir, unos músicos rodearon al cantante que lloraba sin parar. Cuando pudo recuperase, comenzó a cantar por las calles de Villa Francisca, y así continuó por horas. Don Eduardo había perdido la razón.
Falleció la madrugada del 5 de enero de 1946 en el Manicomio Padre Billini.
Murió tan pobre como había nacido. Acompañado de mi padre y de mis tías asistí a su velatorio en casa de su madre en la calle Restauración del sector de San Antón. En el cadáver de Brito aparecieron unas manchas verdes lo que dio lugar a que algunos pensaran que Eduardo Brito había sido envenenado.
Hasta hace poco, conservé un disco de la primera grabación de la zarzuela Los Gavilanes con una dedicatoria suya y de Rosa Elena Brito. Pero, cometí el error de prestárselo a un amigo amante del arte y la cultura que no me lo devolvió. Don Eduardo, siempre te recordaremos. El Teatro Nacional se honra con tu nombre.
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Eduardo Brito
En su honor
La Ley No. 177-06 designa al Teatro Nacional de Santo Domingo con el nombre de Teatro Nacional Eduardo Brito. Esta Ley fue aprobada por la Cámara de Diputados el 20 de septiembre de 2005, y por el Senado de la República el 11 de enero del 2006, siendo promulgada por el Presidente de la República, doctor Leonel Fernández, el 27 de abril del mismo año. La ley señala que es un deber cívico de las generaciones políticas colaborar con el enriquecimiento de la memoria histórica de los pueblos y que esta generación se honra al reconocer a un pionero del canto lírico nacional. A la sala principal del Teatro Nacional se le llamó Eduardo Brito mediante ley del Congreso Nacional No. 181-97 como homenaje del Festival Internacional de Teatro Iberoamericano, el 12 de octubre de 1997.