UBI RIVAS
Con el fallecimiento el 27 de agosto último en su apartamento ocasional en Rochester, estado de Minnesota del industrial Eduardo León Asensio, pierde el país a un paradigma humano en la conducta personal, en el rol empresarial y en el mecenazgo cultural. Cumpliría en octubre próximo 87 años.
Ninguna empresa privada podrá nunca frisar los tobillos de la impronta gratísima e inolvidable de Eduardo León en promocionar la cultura vernácula, y el Centro de Arte León, que funciona en Santiago de los Caballeros, cosecha suya, es una radiografía exacta de esa avanzada.
Presidió, como un patriarca de consenso por convicción de la rectitud en sus pautas, a sus hermanos, en orden cronológico, Fernando, con el instinto de detectar la procedencia de una hoja de tabaco con solo olerla; Guillermo, que se ha desempeñado siempre en lo concerniente a la administración, y José el más pequeño, que preside el complejo, y con el único que formalicé en una época de adolescentes, migas, cuando estudiaba en Boston administración de empresas y nos cartéabamos cada mes, a finales de los años 50, de la pasada centuria.
Recuerdo desde esa época a Eduardo penetrando a mi casa en procura de mi padre para que le recompusiera su escopeta de cacería Víctor Sarraqueta, de dos cañones, pero verticales, no horizontales, over a under, iba casi siempre vestido de amarillo, camisas mangas largas, sin saco, y así acudía a vender los puros de La Aurora a los mayoristas de Santiago de los Caballeros de esa época, Clodomiro Checo, Demetrio Ureña (el padre de Nene Ureña) y Manuel Arsenio Ureña en la avenida Valerio; a Caquín Méndez frente al cuartelito policial del parque Valerio y a Emiliano Vásquez detrás del mercado Modelo de la calle Del Sol, desplazándose en un carro Chevrolet.
Fue un elitista en todo, hasta para seleccionar con quienes compartir allende a los suyos y fue contertulio permanente de Niní Eloy, que aparte de reparar los vehículos de la familia y la E. León Jimenes, era un terrible gourmet que elaboraba delicias culinarias que Eduardo disfrutaba en la terraza adjunta al taller de mecánica.
Se desempeñó como embajador en Canadá, subsecretario de Industria y Comercio y vicecanciller en la Era de Trujillo. En ocasiones sufrió estrechez económica, perigeo en la pequeña industria de habanos, pero nunca, en nada absolutamente, perdió la compostura de su gran clase humana, de decencia, altura, comedimento, realmente paradigmáticas todas.
Las circunstancias le cortejaron bonancibles a principios de la década de los 70 cuando E. León Jimenes C x A era una pequeña empresa, y se asoció con Phillip Morris.
Eduardo León no procreó prole con su lamentablemente desaparecida esposa, Ana Tavares Grisser, y ambos constituyeron una pareja realmente expectante, porque a Eduardo le decían Stewart Granger, por su bien parecido y Ana Tavares era una dama elegantísima.
Las largas proles espléndidas de Eduardo León fueron su conducta ciudadana impecable, demostrando que para crecer industrialmente no es menester burlar al fisco, implementar truchimanerías conectadas con las sinvergüensuras.
Las proles de Eduardo León fueron el ejemplo de la unidad familiar y el patriarcado aceptado por consenso por correcto y clarividente, sin un escándalo nunca, como ha acontecido en otras familias.
Las proles de Eduardo León fueron su gran clase y altura para enfrentar a todos y cada uno de los retos que le tocó torear, como un diestro taurino que fue, sin alardes, prepotencias ni pedanterías.
Finalmente las proles de Eduardo León fueron sus aportes a la cultura en financiar espectáculos artísticos, premiaciones a pintores, cubrir ediciones de libros de historia, pintura y ciencia, los seis tomos de todos los artículos en El Caribe de Félix Servio Ducoudray, la última prueba de su amor, interés y pasión por promocionar el saber.
Paz a sus restos. Siempre viva a su memoria inolvidable y gratísima. Pesar a todos sus familiares, grandes personas, como Eduardo.