Eduardo León y Alejandro Grullón no fueron golpistas

Eduardo León y Alejandro Grullón no fueron golpistas

El lunes 22 de abril se presentó la premiere del documental de René Fortunato acerca de Juan Bosch y el Gobierno que encabezó en el 1963.

Es un trabajo muy serio que merece la pena conocer. Juan Bosch, sin dudas el más grande dominicano del siglo XX, es recordado como lo que fue: Un demócrata ejemplar, un político comprometido con su pueblo, al que le sirvió con verdadero amor, y un gobernante serio y probo como el que más.

Hay, sin embargo, dos aspectos en los que no se hace justicia y quiero presentarle al autor del documental estas opiniones porque siempre hay tiempo para rectificar y porque, además, me parece que la intención que lo anima en la creación y desarrollo de todos sus documentales, es presentar de manera justa y fiel los hechos y personajes históricos que recoge en ellos.

En el caso que nos ocupa se presenta la oligarquía de entonces como patrocinadora, o más bien copatrocinadora, del derrocamiento de Juan Bosch y, entre las figuras que participaron se insinúa que estaban Eduardo León Asencio y Alejandro Grullón. Nada más alejado de la verdad. Veamos.

Eduardo León Asencio, si tenía vínculos políticos los tendría con Joaquín Balaguer, de quien fue amigo por décadas, y Balaguer ni alentó ni aprobó el golpe de Estado.

Que se sepa don Eduardo nunca participó del activismo político.

Pertenecía a una familia a la que Bosch respetaba y distinguía, como distinguía a todo el grupo empresarial de Santiago.

El 16 de agosto del 1963, en un discurso del presidente Bosch, en ocasión de la inauguración del Instituto Superior de Agricultura dijo, entre otras cosas, según publicó El Caribe en su edición del 18 de agosto, lo siguiente:

“Santiago no espera dádivas. No lo espera a la hora del peligro, ni la espera a la hora de crear obras como ésta, no la espera a la hora de educar.

Otro ejemplo, ya en este terreno de la educación, es el de la creación de una Universidad Católica en Santiago. Yo soy presidente de la República y la Universidad Católica de Santiago no le ha pedido ayuda al gobierno. Al decir que soy presidente de la República, indicó que nadie mejor que yo sabe esto. Está trabajando y sabe que tendrá la ayuda del gobierno, porque la obra de la ciudadanía, la obra seria, la obra responsable, tiene que ser respaldada por el gobierno.

Pero ellos no comenzaron pidiendo ayuda al gobierno; comenzaron edificando la obra. Al frente de ella está Monseñor Polanco Brito, aquí presente, cuya mentalidad nueva en ese sentido corresponde a la mentalidad moderna de los León Asencio y de los Pastoriza, creadores de la Asociación para el Desarrollo, y de los que en Santiago, jóvenes o viejos, están pensando en hacer, no en pedir”.

Antes, en el mismo discurso, Juan Bosch había dicho:

“No en balde Santiago en este momento puede presentar a la República el ejemplo de una generación empeñada en desarrollar industrialmente al país, y desarrollarlo no sólo para el provecho de los industriales, sino para el provecho de los que trabajan en las industrias. Tenemos el ejemplo que quiero señalar de los hermanos León Asencio. La nueva fábrica de cigarrillos de los hermanos León Asencio tiene como accionistas a sus propios trabajadores. Eso quiere decir que estos industriales nuevos de Santiago están avanzando en el concepto moderno de lo que significa la justicia social”.

Alejandro Grullón era parte del mismo sentimiento progresista que envolvía al Santiago de entonces, y que aún en nuestros días distingue a la clase empresarial santiaguera.

Fue le promotor del Banco Popular Dominicano, a cuyo propósito ayudó Juan Bosch siendo presidente. Ese Banco era parte del conjunto de proyectos del grupo empresarial santiagués.

Toda visión de progreso era contraria y, sobre todo, ajena a las intenciones de los golpistas del 1963.

Tengo que hacer referencia a otro aspecto, a uno del que por experiencia propia puedo dar fe y testimonio de su falsedad, con la única esperanza de que Fortunato al conocerlo, pueda introducir otra rectificación. Me refiero al señalamiento del embajador Martin de los Estados Unidos respecto a la personalidad de Bosch, del que dijo no escuchaba a nadie y solo se oía a sí mismo.

Fui su compañero de lucha por muchos años. Compartía con él no sólo en las reuniones semanales del Comité Político, sino en las múltiples faenas de las tres campañas electorales que le dirigí siendo él candidato a la presidencia por el Partido de la Liberación Dominicana.

En el Comité Político, lo mismo que en el Comité Central, normalmente era el último en hablar; lo hacía en casos que entendía necesarios. Defendía, como todos los demás, sus puntos de vista pero respetaba las opiniones ajenas.

Fue él quien nos enseñó los principios de la Dirección Colegiada y los del Centralismo Democrático, mediante el cual la minoría se sujeta a la voluntad de la mayoría.

Esos, naturalmente, no significa que en determinados momentos no actuase según su criterio y no según el criterio de la mayoría.

No significa que no cometiera errores. Era tan humano y mortal como todos.

Por otra parte, en lo que conozco de historia no he conocido un líder que en el plano político o militar le haya faltado el valor y el coraje de decidir por sí mismo el camino a seguir, cuando su instinto y sentido de la historia así se lo haya indicado, aún a contrapelo de las opiniones de los demás.

Sí puede decirse, y a fe ciega, que nunca transigió cuando se trataba de sus principios morales y patrióticos.

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