Eduardo Rodríguez y el paisaje de Jarabacoa

Eduardo Rodríguez y el paisaje de Jarabacoa

El Centro Cultural Mirador, aparte de su ubicación urbana excepcional, es la única institución de Santo Domingo donde se accede al arte antes de penetrar en su recinto, gracias a murales y esculturas exteriores de muy buen nivel.

Dentro de sus actividades y programación permanente, este centro promueve las artes visuales con un concepto amplio y desprejuiciado. Allí, actualmente, se presenta una exposición desplegada de la entrada a los pisos superiores, como si emprendiéramos un camino hacia las alturas. Una museografía acorde con estas “Íntimas visiones de la arquitectura del paisaje” de Eduardo Rodríguez.

La naturaleza rural llevada a la obra pictórica ha culminado aquí en una muestra deleitable, cuasi insólita, ya que el creador dominicano contemporáneo se ha alejado del paisaje. Desgraciadamente, ese género se va estrechando a pintores aficionados del domingo o comerciales reiterativos, cuando hay una real capacidad de renovación en una categoría tradicional, que cumple además una función ecológica.

Las dimensiones sensibles y humanas de una misión de rescate, preservación y desarrollo de las especies vegetales llegan por los vínculos perceptivos que propicia la pintura de la naturaleza.

Ciertamente, no deja de existir una responsabilidad entre los organizadores de exposiciones y los críticos mismos, por la indiferencia -cuando no el menosprecio- por temas susceptibles de gran calidad y de una comunicación masiva. ¡Los resultados de nuestras bienales suelen empeorar la situación… y las inhibiciones! Sin embargo, el último Concurso de Arte E. León Jimenes había marcado un cierto interés hacia el paisajismo.

De Jarabacoa a la exposición. Ahora bien, esta muestra individual de Edgardo Rodríguez confirma que el género del paisaje todavía está vivo y vigoroso, por cierto estimulado por la enseñanza.

Los valores paisajísticos sobresalen, gracias a una técnica rigurosa y una actitud estética, conjugándose en panoramas de la Cordillera Central, que exaltan el placer del paseo y de la contemplación en una naturaleza sublime.

Cada perspectiva y cumbre, cada altiplanicie, descubierta y plasmada, nos atrae, nos gusta, nos encanta. La comunicación se establece espontáneamente entre el visitante del Centro Cultural Mirador y los cuadros, cobrando una asombrosa densidad sensorial: forma, color, movimiento, olores y sonidos aun.

Esta facultad de seducción, toda, corresponde a la esencia y al carácter de Jarabacoa, cuyos parajes suscitan una visión emocional, más allá de la simple belleza. La fruición y el optimismo ante tanta hermosura natural, amenazada como casi toda la flora, la fauna y el bosque dominicanos pero todavía mantenida, modifican el estado de ánimo de cualquier morador, temporero o vacacional. El viajero visitante está en otro mundo, no importen edades y condiciones.

Jarabacoa es ya una región privilegiada para los artistas -y lógicamente pintores-, receptivos por temperamento y oficio, le han respondido, en una pequeña “colonia”, estableciendo allí su residencia, ¡como es el caso de Eduardo Rodríguez, desde hace 20 años!

Una impresionante dimensión pictórica. Observador de la naturaleza, inclinado hacia las atmósferas naturales, fascinado por la vegetación exuberante como por los ríos y las cañadas, Eduardo Rodríguez transmuta, y sobre todo transmite, esa naturaleza panorámica y espectacular.

En sus interpretaciones, fusiona el medio ambiente con su estilo personal, lo vuelve todavía más refrescante y frondoso. Comunica a la campiña montañosa una impresionante dimensión pictórica, hasta le agregaría connotaciones conceptuales, evocando un nuevo jardín de Edén tropical… donde el hombre destructor no ha irrumpido aun.

La composición del cuadro y la seguridad en el diseño interpretan una naturaleza que evoca las energías de la tierra. Valores cromáticos intensos se alojan en planteamientos formales, bien ordenados y “ritmados”, mientras el juego de las perspectivas alterna la profundidad de campo o una visión más bidimensional en el sentido vertical. Eduardo Rodríguez reinventa el entorno, lo plasma según los esquemas de su memoria a la usanza de los pintores orientales. Puede crear atmósferas nebulosas, pero la paleta, triunfante en dos gamas de color -azul y verde- nunca se radicaliza, se apaga o se “ensucia”.

Mundo exterior del paisaje y mundo interior del artista se juntan, animando las vertientes y la vegetación: el artista demuestra que un paisajista puede, con éxito, afiliarse actualmente a realismo, romanticismo y neoimpresionismo, una versión mixta y que, según el espectáculo, puede hacer predominar un estilo. Manchas en rojo lírico de flamboyanes, borbollones de los follajes y sus arboledas, agua espejo o turbulenta y saltona, sus planos diseñan una geometría sensible y matizada, que ordena la composición. La inspiración se enriquece permanentemente de la topografía jarabacoense: Eduardo Rodríguez es un “pintor del monte adentro”, no de ciudades, ni de playas, mar y cocoteros, felizmente…

Dominio subyacente del dibujo, colorido a la vez fiel y singular, manejo sustancioso del acrílico le permiten emplear un lenguaje propio, entre legado académico y lirismo. El artista francés Székély afirmaba que existen más de 500 tonos de verde… lo recordamos mirando las telas de Eduardo Rodríguez en su sinfonía verdeante de lisas pinceladas y suaves palpitaciones. Los valores cromáticos se articulan, los matices se eslabonan, las sensaciones resultantes se multiplican. El tratamiento del color intensifica el potencial decorativo sin perjudicar el esplendor de la naturaleza. Al mismo tiempo, la factura segura y suelta comunica una impresión de crecimiento vertical y de extensión horizontal.

Si no mencionamos la luz y sus variaciones, es que estas se encuentran presentes en todas las obras. Recordamos las palabras de Paul Cézanne: “Me ha satisfecho descubrir que el sol no puede reproducirse, que hay que representarlo por otra cosa, el color.” El sol ilumina el trópico dominicano: ese mismo colorido ha apresado aquí sus rayos en cuadros vibrantes, compenetrados con la naturaleza. Estas pinturas seducirán a un público amplio de visitantes, así lo esperamos.

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